Había nacido en Londres y debutó en el cine con tan solo 15 años; dos años después, ya se puso bajo la dirección de David Lean en Grandes esperanzas (1946), una de las mejores adaptaciones de la novela de Charles Dickens. A partir de ese momento, sus apariciones en la pantalla fueron cada vez más frecuentes y sus papeles comenzaron a no pasar desapercibidos, como es el caso de su aparición en el excelente drama psicológico Narciso negro (1947), pero su verdadero salto al estrellato se produjo tras su interpretación de Ofelia en Hamlet (1948), la adaptación de la obra de William Shakespeare dirigida y protagonizada por Laurence Olivier, lo que le sirvió para ser reclamada por los grandes estudios californianos y cruzar el Atlántico para no volver.

En la década de 1950, Jean Simmons empezó a ser una actriz habitual en las producciones de Hollywood, en las que trabajó cara a cara con varios de los actores más importantes y varios de los hombres más deseados del planeta, como Marlon Brando, Kirk Douglas, Gregory Peck, Burt Lancaster… Entre sus principales interpretaciones destacan sus papeles en películas como Cara de ángel (1953), de Otto Preminger, cuyo rostro en la escena del intercambio de bofetadas de Robert Mitchum o en la sorpresiva e impactante escena final ha quedado grabado para siempre en la memoria de todo buen aficionado al cine clásico, El manto sagrado (1953), de Henry Koster; Sinuhé, el egipcio (1954), de Michael Curtiz; Desirée (1954), de Henry Koster; Ellos y ellas (1955), de Joseph L. Mankiewicz; Horizontes de grandeza (1958), el épico western de William Wyler, y Después de la oscuridad (1958), de Mervyn LeRoy.

En los años 60 participó en Espartaco (1960), de Stanley Kubrick, en el papel de la esclava a cuyos encantos cae rendido el gladiador tracio interpretado por Kirk Douglas, y en dos películas dirigidas por Richard Brooks, con quien se casó en 1960, tras divorciarse de su primer marido, el actor Stewart Granger: El fuego y la palabra (1960) y Con los ojos cerrados (1969), por el que Jean fue candidata al Óscar en la categoría de mejor actriz principal. Durante la década de 1970 fue apartándose progresivamente del cine para dedicarse más a las series de televisión, donde dejó sus huellas en producciones como Norte y Sur y El pájaro espino. Su interpretación en esta última le valdría un premio Emmy.

Sin grandes aspavientos se convirtió en una de las estrellas favoritas del cine estadounidense de los años 50 y 60 y, aunque no tuvo el glamour de otras astrices, su buen hacer y la capacidad de mutación para interpretar de manera convincente los más variados papeles estuvieron siempre a la altura de la armonía de sus rasgos físicos, la serena belleza de su rostro y la provocativa sensualidad que se ocultaba tras su mirada limpia.

El talento y versatilidad de la Simmons probablemente merecieron bastante más reconocimiento, al menos así opina mi amigo el maestro Francisco González Orozco, treinta años detrás de un proyector cinematográfico para hacernos la vida más agradable y para que pudiéramos encontrar en el cine la patria que prolongara la de la infancia. Y así me lo parece a mí también, que he tratado de plasmar en estas líneas lo que él, con una habilidad pasmosa, lograba con cuatro trazos en los retratos de Jean que diseñaba para los carteles que anunciaban sus películas en el Cine Avenida.

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