Como puntualmente informaba hoyesarte.com, en la madrugada del sábado último y en el corazón de ese Manhattan que tantas veces había recogido en sus películas, se congeló, ya para siempre, una de las miradas más lúcidas y críticas que el cine estadounidense ha dado en las últimas cinco décadas. Se fue sin ruido, dejándonos delante de los ojos un continuado ejercicio de honestidad; un retrato implacable del lado menos luminoso del gran hermano del norte.

El lado oscuro

Descendió con su cámara al subsuelo de las grandes urbes, Nueva York como paradigma, para otear las alcantarillas de la corrupción. Entró a saco en la trastienda de los sistemas judiciales, en los cajones de los despachos de los grandes empresarios de la televisión, en el lado menos claro de quienes mueven los resortes de los políticos; de los policías…

Manejando siempre elaboradísimos guiones en los que nada queda al azar salvo el azar mismo que mueve las complejas vidas de los humanos, Lumet, que atesoraba ya una notable experiencia teatral, tuvo una deslumbrante puesta en escena cinematográfica en 1957 con Doce hombres sin piedad, la historia de aquel miembro del jurado (Henry Fonda probablemente en su más logrado papel) que intenta transmitir al resto sus dudas sobre la culpabilidad de un sospechoso de asesinato para ahorrarle la condena a muerte.

Los años, tantos en una carrera cerrada en 2007 con Antes que el diablo sepa que has muerto, fueron jalonando algunas obras menores (Esa clase de mujer, Piel de serpiente, Asesinato en el Orient Express ) con otras muy sólidas, como la historia real de Frank Serpico, idealista agente de la policía neoyorkina al que dio vida Al Pacino, o el drama del periodista Howard Beale que amenaza con suicidarse en directo al ser despedido a causa de la dictadura de una audiencia que da la espalda a su informativo, convirtiendo Network, un mundo implacable (con Peter Finch, Daye Dunaway y William Holden) en uno de los más despiadados alegatos contra las corruptelas en los medios de comunicación. En Punto límite refleja la visión apocalíptica de las consecuencias de una guerra termonuclear y Panorama desde el puente, Llamada para un muerto o la adcaptación de la obra de Chejov La gaviota.

En 1970 codirige con Joseph L. Mankiewicz un documental sobre Martin Luther King, 12 años más tarde rueda un extraordinario ejemplo de contenido cine de denuncia (en este caso, una negligencia médica), Veredicto final (con un maduro y conmovedor Paul Newman en el papel protagonista), o el ácido drama psicológico trazado en Tarde de perros, y así hasta cuarenta títulos para la gran pantalla. “Hay muy buenas historias para contar relacionadas con el lado oscuro del ser humano, afirmaba, y si creas razones que justifiquen las decisiones de los personajes, te sale una buena película”. Él lo logró en no pocas ocasiones.

En la sangre

Lo llevaba en la sangre. Nacido en una familia de actores de teatro, Sidney Lumet creció a la vera de los fogones del espectáculo, “a los 4 años me subí por vez primera a un escenario del que, de una u otra forma, nunca me he bajado”. Estudió en la Universidad de Columbia y desembarcó en la televisión. En la cadena CBS realizó durante años series de contenido muy diverso, hasta que Fonda le pidió que dirigiera la mítica Doce hombres sin piedad. A partir de ahí supo que el cine y la dirección serían el eje fundamental de una existencia que ahora un linfoma se ha llevado por delante.

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Hombre de sólidas convicciones, lo que le acarreó no pocos contratiempos, nunca eludió su personal compromiso y concibió el cine como una herramienta crucial para analizar el mundo contemporáneo y hacernos reflexionar desde una mirada nada complaciente sobre lo que le rodeaba.

Ayer, el director español Enrique Urbizu escribía: “Lumet siempre trató de hacer películas para gente adulta e inteligente. Trató al espectador como a un igual y nunca pensó que fuéramos un rebaño de imbéciles”. Y en su obituario, The New York Times recordaba palabras del cineasta desaparecido: «Aunque el objetivo de todas las películas es entretener, el tipo de cine en el que creo va más allá. Obliga al espectador a enfrentarse a su propia conciencia, a estimular su inteligencia».

Y Leacock. El cine directo

Richard_Leacock_AatonY otro triste apunte, porque sin referencias en casi ningún medio, el 23 de marzo desaparecía uno de los padres del moderno, y tan en boga, cine documentalista. Richard Leacock, inglés de nacimiento y durante sus años de infancia residente en Gran Canaria, en donde su padre se dedicaba al cultivo de plátanos, llevaba 60 años realizando algunas de las películas que han abierto el camino a la nueva forma de concebir el documental. Ahí quedan Historia de Luisiana, Jazz dance, Stravinsky portrait, Monterrey Pop o Primary, esa obra de culto realizada en 1960 en colaboración con Robert Drew. Descanse en paz.

Acabo y dejo para otro día las interesantísimas Incendies y Misterios de Lisboa, además de Chico y Rita; Miel y De dioses y hombres, propuestas de las que pensaba hablarles antes de que Lumet dijera The End dejándonos solos, mucho más solos, a todos los que en el cine encontramos un refugio.