¿Qué sabemos de China? El egocentrismo occidental, esa manía de mirar hacia uno mismo, nos llevaría a una etiqueta superficial: gigante económico, fábrica mundial… Sin embargo, la imagen es más nítida cuando se utiliza el zoom. Así, Jia Zhang-Ke coloca su objetivo muy cerca para brindarnos una radiografía descarnada de un país que se nos sigue antojando desconocido.

Para su retrato de China, Zhang-Ke se acerca a cuatro provincias a través de cuatro personajes que protagonizan las cuatro historias que componen la cinta. Sin embargo, no es esta una película de historias cruzadas. Cada uno de los relatos, narrados de forma total e independiente, tiene una entidad propia y se relaciona con el resto mediante el hilo narrativo que da sentido a la película: las miserias de una China sumida en la violencia.

Ya sea el minero indignado, el turbio emigrante buscavidas, la recepcionista víctima de su belleza o el joven trabajador precario, todos acaban abocados a la violencia de un modo u otro. La cinta de Zhang-Ke exuda violencia desde el primer minuto. No ya una violencia física (también muy presente en el metraje), sino ambiental. La atmósfera es una auténtica olla a presión en la que una serie de personajes son llevados al extremo para que sea la desesperación la que guíe sus decisiones. De este modo, la violencia se impone como única (y necesaria) válvula de escape.

Pero no se confundan, no hay aquí apología de la violencia. Sus extremos son utilizados para dejar al descubierto las injusticias que sufren sus protagonistas y acentuar la situación al límite en la que viven, contribuyendo así a dar forma a ese mural brutal, incómodo de mirar y decididamente pesimista de la China actual. Bajo esa impostada y obligada cortesía del hotel de lujo fluye el agua de las cloacas.

Hipnótica y opresiva

Zhang-Ke acompaña su crudo guion (premiado en Cannes el pasado año) con unas imágenes tremendamente hipnóticas. En colaboración con Yu Lik-wai, su director de fotografía, el cineasta mima los planos para encontrar la belleza que palpita bajo ese contexto opresivo y deprimente. Si algo se le puede discutir al director es que alterne esas hermosas imágenes intimistas con algunas tomas explícitas que parecen recrearse en el daño infligido. La atmósfera de violencia que envuelve la película en todo momento no necesita de elementos que la subrayen.

Al frente del reparto coral, cuatro actores muy solventes de entre los que destacan Jiang Wu y Zhao Tao, cuyos personajes comparten el uso de la violencia como instrumento para restaurar el sentido de la justicia, la honradez y la dignidad. En otras manos, ambos roles habrían sido ensalzados hasta ser denominados héroes, esos que se toman la justicia por su mano para regocijo popular. Afortunadamente, no es este el caso. Cabe mencionar también a Li Meng, a cargo de un personaje menor, pero no por ello con menos capacidad de calado. Meng aprovecha su escaso metraje para golpear fuerte a través de una realidad tan patente como ignorada.

Decía Rousseau que es la sociedad la que corrompe al hombre, bueno por naturaleza, axioma en el que se apoya Un toque de violencia. Zhang-Ke decide no juzgar a sus personajes y las decisiones a las que se ven abocados. Como debería suceder siempre, la posibilidad de ofrecer un dictamen queda en manos del espectador.

Un toque de violencia CartelUn toque de violencia
Dirección y guion: Jia Zhang-Ke
Intérpretes: Jiang Wu, Wang Baoqiang, Zhao Tao, Luo Lanshan, Zhang Jia-yi y Li Meng
Música: Lim Giong
Fotografía: Yu Lik-wai
Productoras: Xstream Pictures, Office Kitano y Shanghai Film Group Corporation
Distribuidora: Golem
China / 2013 / 133 minutos