Uno de los bloques de esta exposición presenta una sección dedicada a los libros que hechizaron a Góngora. ¿Cuáles son esos escritos?

Hay tres tradiciones, la literatura clásica, especialmente la latina (Virgilio, Ovidio, Estacio), la toscana (Ariosto, Torquato Tasso) y la castellana (Garcilaso, Herrera). Como decía Borges en su poema titulado Góngora, poniéndose en el lugar del poeta, «Virgilio me ha hechizado. / Virgilio y el latín».

En otro apartado se pueden ver sus manuscritos más importantes.

Indiscutiblemente, el mayor de todos, una joya de la caligrafía del siglo XVII, es el Manuscrito Chacón, dedicado al conde duque de Olivares, que se conserva precisamente en la Biblioteca Nacional. Fue supervisado por el propio don Luis, incluye la datación de las composiciones y contiene buena parte de su obra. Está fechado en 1628, un año después de la muerte de Góngora. Además, la exposición cuenta con una pantalla táctil interactiva en la que se puede consultar el manuscrito en su totalidad, página a página. Otros manuscritos, como el Pérez de Ribas contienen versos sueltos escritos de su puño y letra.

Tras su fallecimiento, encontramos múltiples imitadores del poeta.

Fue muy imitado, sí. Pero en el XVIII y el XIX cambia el gusto poético, los conceptos sobre lo qué es la poesía. Se sigue leyendo al Góngora aparentemente fácil, el de los romances, el de la poesía jocosa y popular, el de las letrillas, pero cae un velo sobre la obra central, nuclear, de su trayectoria lírica, que es las Soledades, poema extenso del que podría decirse que es el más original de toda la poesía europea del siglo XVII. Posteriormente, en el XX, se habla de que la Generación del 27 recupera a Góngora, pero, mucho antes, desde Francia, los estudiosos y los críticos ya trabajaron en la revaloración del poeta. En el año 1900 se presentaron allí tres manuscritos, el Chacón, el Estrada y el Iriarte.

Se conoce al Góngora poeta, pero muy poco al dramaturgo.

Escribió una sola obra dramática, Las firmezas de Isabela, pero que vale por mil, como dijo Gracián. Y no ha sido representada todavía, lo cual resulta lamentable. Su teatro se opone al modelo triunfante, a la fórmula dramática de Lope de Vega, que es el gran monstruo teatral del siglo XVII.

Dicen que es el escritor con mejor oído musical de la literatura española.

Tenía un oído finísimo y una sensibilidad especial para las armonías. En este sentido, lo situaría entre Garcilaso de la Vega y Rubén Darío.

Tuvo una vida un tanto “agitada”, pero se han dicho muchas barbaridades sobre ella…

En un magnífico retrato de Góngora que Velázquez pintó en 1622, y que se puede ver en esta exposición, se ve a un don Luis reflejado en tonos sombríos. Pero hay que tener en cuenta que el poeta ya tenía más de sesenta años en esa época. Aunque se dijo lo contrario, no fue un hombre sombrío, como tampoco lo fue su poesía. Era un ser humano vitalista, y el placer movió sus pasos. Tuvo aspiraciones cortesanas, pero era disidente y se burlaba de los grandes conceptos, y reivindicaba el arte y la perfección estética… Se sabía poseedor de una fuerza secreta, que se basaba en el uso de la inteligencia verbal.

¿Es otro disparate su presunta mala relación con Quevedo?

Sí. Quevedo era muy joven cuando Góngora estaba ya en la cima. O sea que no son de la misma generación y a don Luis le importaba un comino lo que pensara don Francisco. Ese pugilato es un síntoma más de cómo se perpetúan los errores en la historiografía literaria, y cuán difícil es desterrar las visiones simples, descontextualizadas o simplemente ignorantes sobre Góngora.

Este último entró a formar parte de la Iglesia…

Pero no era un sacerdote desde el principio, era diácono, racionero de la Catedral de Córdoba, tenía órdenes menores. Eso sí, cuando se trasladó a Madrid, en 1617, antes de convertirse en capellán de honor del Rey Felipe III, ya tomó ordenes mayores y accede al presbiterado.

Pero era un cura demasiado “vivo”.

Vivísimo. En algunos de sus poemas, frente a la misoginia tan tradicional de la época, se hace una exaltación del amor y de la mujer. Uno de esos escritos, un romance de su última etapa, que comienza con el verso “Guarda corderos, zagala”, está dirigido a una pastora a la que se incita a que no sea firme, a que sustituya o incluso alterne el amor de un hombre por el de otro. Todo esto ha quedado oculto por esa imagen hosca y malhumorada que se ha dado de Góngora. Ese hombre tenía mucho del vitalismo renacentista, del puro placer estético y musical del verso. Su opción es mucho más atrevida que la de otros poetas del siglo XVII. Y en pleno siglo XX sus escritos sobresaldrían notablemente, aunque no sé si su poesía sería atendida convenientemente en una sociedad como la actual, más propicia a la banalización y a la facilidad alienante.

Córdoba. La estrella inextinguible. Magnitud estética y universo contemporáneo. Sala VimcorsaCentro de Arte Pepe Espaliú.

 Del 12 de septiembre al 11 de noviembre de 2012.

Comisario: Joaquín Roses.