Tras doctorarse con una tesis sobre el cine argentino contemporáneo, López Riera enseñó Literatura Comparada en varias universidades españolas. Cofundadora del colectivo de investigación y práctica audiovisual Lacasinegra, atesora la alicantina una reconocida carrera internacional como cortometrajista.

– Su película tiene una gran carga mitológica, ¿no es así?

La mitología en torno a las crecidas constantes del río Segura me ha acompañado desde la infancia. Las voces de las mujeres que me criaron –mi madre, mis tías, mi abuela, mis vecinas– me han transmitido todas estas creencias, que dicen que el río se desborda porque se enamora de una mujer, y que como no puede obtenerla, arrasa con todo. Esta mitología ha formado parte de mi educación sentimental, y se ha mezclado constantemente con las explicaciones científicas. Supongo que, de alguna manera, era más conveniente recurrir a la construcción de una mitología que asumir la parte de responsabilidad que los humanos tenemos en la aparición de estos fenómenos. En el lugar donde crecí, el relato de la vida cotidiana se mezcla constantemente con la dimensión fantástica, y es ahí donde surge mi interés por hacer películas.

– ¿Cómo definiría su propuesta? ¿Documental o puramente ficticia?

Para mí no hay diferencia entre una cosa y otra, seguramente influenciada por esta manera tan particular en la que me he criado, en un contexto principalmente dominado por mujeres, y en el que se mezclan constantemente los relatos reales y fantásticos. Desde pequeña he escuchado a mi abuela explicar cómo los muertos estaban presentes en la casa, cómo se podía curar el mal de ojo o había que protegerse de las presencias fantasmagóricas, al mismo tiempo que pensaba en los ingredientes para la comida o me explicaba cómo hacer la cama.

– ¿Se siente deudora de la oralidad a la hora de contar una historia?

Siempre me ha fascinado esta manera de relatar, y la costumbre que tienen, sobre todo las mujeres en esta zona, de cultivar el relato oral, la fascinación por el cuento, por poblar las horas muertas de la tarde con historias del pasado. Por este motivo para mí era muy importante que la palabra oral tuviera un papel en la película. Durante el proceso de casting, en el que fuimos al encuentro de personas de la zona sin experiencia profesional, encontramos muchas mujeres de todas las edades, pero sobre todo mayores, que compartieron estas historias, leyendas y experiencias personales con nosotras, y de las que se nutre la película. Para mí era esencial incluir su palabra de la manera más respetuosa y directa posible, como un discurso que viene a nutrir y a puntuar la ficción.

– Película con actores no profesionales, personas de la zona…

El casting fue un proceso largo y difícil porque queríamos contar mayoritariamente con no profesionales. Fue muy enriquecedor para la escritura de un guion que se iba nutriendo de esos encuentros. Todos esos actores y actrices los fuimos encontrando en un proceso de calle, yendo a discotecas, botellones, fábricas, parques… cualquier sitio en el que pensáramos que podríamos encontrar a las personas que nos interesaban. A la joven actriz protagonista, Luna Pamies, la encontramos una noche en las fiestas del pueblo, y desde el primer momento fue un flechazo y supe que era la persona que había estado imaginando en mi guion. Después, Luna desapareció durante un año, y seguimos viendo muchas chicas y chicos de la zona, pero parecía que su destino estaba escrito para que protagonizara la película, y volvimos a encontrarnos. El resto de jóvenes lo fuimos encontrando con el mismo método de calle y, luego, a través de una manera de trabajar poco ortodoxa. Invertimos mucho tiempo en construir ese grupo que no se conocía antes.

– ¿En qué sentido poco ortodoxa?

Pasamos mucho tiempo juntos, bailando, riendo, comiendo… más que trabajar sobre los diálogos del guion, que sólo leyeron unas semanas antes del rodaje, la idea era constituir un grupo de gente aprendiendo a vivir en colectivo. Mi deseo siempre fue el de constituir un elenco mixto con actores y actrices profesionales y no profesionales, porque creo que de este encuentro surge un diálogo muy interesante. En mi cabeza siempre estuvieron Bárbara Lennie y Nieves de Medina, dos actrices con mucha experiencia y con una variedad de registro impresionante. Para mí era importante marcar de alguna manera la distancia de esta particular familia de mujeres, que vive de manera independiente, y que el resto del pueblo mira con suspicacia, porque son diferentes, porque son independientes, porque viven solas, porque son capaces de disfrutar, reír y amar a pesar de todo. Tanto Bárbara como Nieves entendieron muy bien el perfil de estas mujeres que, pese a todas las dificultades, son capaces de inventar respuestas alternativas a la tragedia, que son capaces de cuidarse y protegerse entre ellas, que son capaces de ser duras y tiernas al mismo tiempo. A pesar de su larga trayectoria, ambas entendieron también que el diálogo con otros actores y actrices no profesionales era importante. Estuvieron siempre admirablemente a la escucha, abiertas y participativas.

– De su película transciende el deseo de reescribir la historia, ¿lo ha buscado de forma premeditada?

Una de mis obsesiones tanto en esta película como en mis trabajos anteriores es la transmisión entre generaciones. Me obsesiona todo lo que una generación se esfuerza por transmitir a la siguiente o, al contrario, por intentar no transmitir miedos que se arrastran. Por eso intentamos prestar mucha atención a los gestos cotidianos que repetimos de generación en generación: gestos del trabajo, gestos de los cuidados domésticos, gestos de cariño entre grupos, las palabras. Sin embargo, también me obsesiona mucho la capacidad de reacción que tenemos ante la herencia transmitida. Hay una pregunta que me repito constantemente, y que intento formular con esta película: ¿qué capacidad tiene una generación para cambiar la herencia recibida?, ¿qué hay de consciente y de inconsciente en la repetición de determinados gestos?, ¿se puede reescribir la historia?, ¿podemos emanciparnos de la herencia recibida? Por eso el personaje de Ana es importante para mí, porque funciona como una bisagra que deberá debatirse entre el peso de la mitología que hereda, y la capacidad de enfrentarse a su herencia maldita e, incluso, reescribir la historia. La función de la leyenda que sustenta la película, y de toda la carga mitológica en torno al agua, para mí es crucial porque cristaliza la idiosincrasia de una región, y la manera de utilizar el cuerpo de las mujeres como objeto del miedo en la cultura popular. Por eso Ana intentará enfrentarse a esa leyenda, y tomar las riendas para poder reescribir su propia historia sin tener que recurrir a repetir una mitología aprendida y resignadamente aceptada.