Hija de la actriz Enriqueta Carballeira y del director de cine Javier Aguirre, Arantxa Aguirre (Madrid, 1965), tras doctorarse en Filología Hispánica, ha desarrollado una larga carrera profesional vinculada al teatro y al cine en donde ha sido ayudante de dirección, entre otros, de Mario Camus, Luis Berlanga, Basilio Martín Patino, Pedro Almodóvar y Carlos Saura.

Como directora y guionista es autora de un puñado de documentales de referencia sobre personalidades como Zurbarán, Enrique Granados, Núria Espert, el Padre Soler, Els Joglars, Geraldine Chaplin o Maurice Béjart, convirtiéndose en documentalista imprescindible de los proyectos artísticos del Béjart Ballet Lausanne. Sus propuestas han sido premiadas en certámenes como el WOW Film Festival, el Cinedans Amsterdam o el Encounters South African International Documentary Festival. ​Con su primer largometraje, Hécuba, un sueño de pasión, ya fue nominada a los Premios Goya, y lo volvería a ser con Dancing Beethoven, con el que logró la Espiga de Plata de la SEMINCI.

Codirectora con José Luis López Linares de la productora López-LI Films, es autora de los libros Buñuel, lector de Galdós (Premio de Investigación Pérez Galdós) y 34 actores hablan de su oficio. En diciembre de 2021 se convirtió en la sexta mujer en ingresar en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

– En el largometraje que ahora estrena sobre Chillida su cámara se centra en Chillida Leku, ¿por qué precisamente en ese lugar?

La primera elección fue quedarme en Chillida Leku en lugar de ir por el mundo buscando sus esculturas porque creo que, si lo hubiera hecho así, el resultado sería más superficial. Ese espacio me parece un milagro y, cuanto más he ido sabiendo de cómo se ideó, se llevó a cabo y cuánto se tardó en hacer, comprendí que era el corazón de Chillida. Por eso decidí quedarme ahí y hacer un rodaje muy prolongado en el tiempo para poder captar todas las luces y los colores de ese espacio. Iba y volvía porque lo importante de los sitios no es ir, sino volver, ya que es cuando te enteras de verdad de dónde estás. Además, pensé que la película tenía que proporcionar a los espectadores algo que no pueden obtener de otra manera. Claro que el espectador puede ir a Chillida Leku, pero va a ir una o dos veces y solo va a tener la oportunidad de quedarse, dependiendo del momento en que lo visite, con uno de los muchos Chillida Leku que hay. Si va en primavera o verano no lo va a ver en invierno con esos árboles desnudos, esos esqueletos recortados contra el cielo que dan otra dureza al paisaje. También están los ocres del otoño, los amarillos y los rojos que van surgiendo, que no tienen nada que ver con los verdes de la primavera, que van tornándose amarillentos hacia el verano. Quería regalar al espectador toda esa paleta que no solo tiene que ver con las estaciones del año, sino también con las horas del día, pues al amanecer, cuando todavía está cerrado al público, la luz es muy diferente a cuando se abre y el sol ya está en lo alto.

– ¿A qué responde el título del documental?

Chillida decía: «Más vale ciento volando que pájaro en mano». Me gustó mucho su idea de invertir el refrán tradicional, que me parece un poco mezquino y corta las alas al proponer que te quedes con el pájaro y renuncies a los demás. Es mejor tener solo uno. Darle la vuelta a eso es muy bonito y supone un ejemplo de pensamiento creativo. Es renunciar a lo seguro en favor de los sueños. Atrévete a soñar. Esa idea es algo que los artistas tienen que tener: esa valentía, incluso esa imprudencia que anima a perseguir los sueños, pues no importa tanto que los llegues a atrapar.

– En ese sentido, y tras profundizar en su personalidad también a través del testimonio de tantas personas que lo trataron, ¿ve a Chillida más como un perseguidor de sueños que como un respondedor de preguntas?

Lo veo como un perseguidor de sueños. Le gustaba la pregunta por la pregunta, y sabía que en muchos casos no iba a tener las respuestas. Para él, lo importante era hacer la pregunta y dejarla ahí, pues es algo abierto que se dirige hacia el otro y provoca que ese otro se cuestione cosas para seguir viviendo y creciendo. Las respuestas te dejan demasiado cómodo. Los artistas y los poetas plantean preguntas a los demás para que los demás se despierten y, sobre todo, sueñen. Chillida estaba en esa línea.

– Utiliza como hilo conductor del filme a la actriz Jone Laspiur, ¿por qué y por qué ella?

En la vida y en el arte se necesitan contrastes. Abordar la figura de un creador del que se cumple el centenario, en principio, lleva a un mundo, por decirlo así, añoso. Desde esa consideración quise poner la mirada de una persona joven para que hubiera contraste, saltaran chispas y, además, que fuera una mujer, porque eso complementaba el conjunto. Jone, además de actriz, es hija de un escultor y se ha formado en Bellas Artes. También hay que tener en cuenta que Chillida murió no hace tanto tiempo y todavía hay muchas personas que lo conocieron y saben mucho de él. Nuestro deber era acercarnos a esas personas y escucharlas. Pero esas entrevistas mirando a cámara hubieran resultado muy estáticas y, además, el espacio incita al paseo. Andando y pensando, libro de Azorín que tenía Eduardo en su biblioteca, es un título precioso que nos hizo pensar que estábamos en el sitio ideal para llevarlo a cabo. Pero quienes hablan no podían pasear y hablar solos: necesitaban un interlocutor, y Jone resultó ideal, pues es una persona versada que establece diálogo y puede hacer puntualizaciones, huyendo de entrevistas estáticas.

– ¿Qué es lo que le ha sorprendido más de la figura de Chillida?

Me ha sorprendido todo. Por un lado, y enlazando con la figura mitológica de Anteo, un gigante que recibía su fuerza de sus raíces y que, al separarlo de su espacio, perdió su poder. A Chillida le pasaba lo mismo. Por eso su crisis estando en París tiene que ver con algo muy parecido. En París no se encontraba en su lugar y, de alguna manera, volvió a recuperar su fuerza cuando pisó su espacio y recuperó sus raíces. Entonces supo cuál iba a ser su camino. Él confesaba que tenía sus raíces en su tierra y los brazos en el mundo. Eso es muy inspirador.

Por otra parte, me ha gustado mucho la paradoja entre una enorme reciedumbre —una persona que trabaja con unos materiales tan potentes, en forjas y demás, alguien que tiene que emplear la fuerza física— y, al mismo tiempo, una gran sensibilidad y delicadeza. Ese contraste está muy presente en alguien como él, que, además de ser escultor, dibujante y grabador, tenía una prosa muy poética, muy interesante, muy bonita. He conocido a Chillida también por sus escritos, no solo por lo que dice, sino por cómo lo dice. Tenía un gran talento para expresarse.

– El espacio y el tiempo como elementos esenciales en su obra.

Son los elementos con los que él trabaja y que también son esenciales para el cine. Para mí, la dificultad al abordar el mundo de un escultor tiene que ver con la inmovilidad de la escultura. Las esculturas son algo estático, mientras que el cine es, por naturaleza, dinámico. El cine lleva el movimiento en sus raíces; lo busca. Eso fue, para mí, un problema a la hora de enfrentarme a unas esculturas estáticas. Es verdad que hubiera podido mover la cámara, pero habría sido muy facilón y reiterativo. La solución fue buscar el movimiento. Sabía que lo iba a encontrar porque la vida es movimiento. Por eso, en la película hay secuencias de hojas en movimiento, gotas de lluvia resbalando por el acero de las obras, o las nubes de mosquitos que vibran entre la cámara y la escultura. En esos planos encontré el cine en la escultura.

Además —y esa es otra de las paradojas—, unas obras que son enormes, con materiales muy pesados, resultan gráciles, llenas de huecos que las hacen ligeras.

– ¿Chillida Leku es el lugar que guarda su espíritu?

Por supuesto. Están ahí. Allí están enterrados él, su mujer Pilar Belzunce y el jardinero Joaquín Goicoechea, una persona que ellos consideraban como de la familia. Desde mi primera visita al lugar, sentí mi compromiso con el artista. Pensé: “Eduardo, voy a intentar comprender lo que has hecho e intentar, como te mereces, contárselo a los demás de la manera más honesta y sencilla posible. Contar bien tu historia”. Ese compromiso tan íntimo y personal es lo que, a mi modo de ver, sostiene la película.

– ¿Qué papel juega el silencio en lo narrado?

Eduardo tenía una parte muy espiritual; era muy religioso, aunque también se acercó a la filosofía zen. Las personas que tienen esa veta conceden mucha importancia al silencio, pues es la atmósfera en la que reflexionar. Ese silencio tenía que estar presente en el documental, porque estamos en un mundo estruendoso en el que, casi como rebeldía y resistencia, hay que ofrecer silencios. Bien entendido que no existe el silencio puro. Chillida Leku es un lugar maravilloso que tiene distintas capas: la de los pájaros, la del viento, etcétera. Estas están presentes en el filme, que contó con la colaboración decisiva de Carlos de Hita, ornitólogo y sonidista, quien hizo un trabajo magnífico. El problema es que, al lado de Chillida Leku, hay una autopista. Cuando se registra con aparatos, se oye, y él supo resolver ese problema, filtrar esos sonidos y lograr que se escuchen solo los pájaros y el silencio.

Desde el primer momento me planteé qué podía hacer el cine y sus posibilidades técnicas por Eduardo Chillida. Uno de los retos fue lograr que Chillida Leku suene como tiene que sonar, eliminando el ruido.

– Y el mar, clave en el autor, pero no tan presente en lo filmado

El mar define a Chillida y está como fondo de todo lo rodado. Él hablaba del mar como su maestro. Sin embargo, elegí quedarme y filmar en Chillida Leku, lejos del mar, aunque también está presente en la película. De hecho, esta se abre con el mar —con el Peine del Viento— y se cierra con imágenes del fuego de una forja, pero con el ruido de las olas de fondo.

– ¿Qué cineastas le interesan más a Arantxa Aguirre?

Son muchos, porque me siento como una esponja. Citaré a un músico como Mozart: lo tengo dentro cuando trabajo porque aspiro a tener esa ligereza en la profundidad. Seguramente nunca lo conseguiré, pero lo intento. Me interesan mucho cineastas como Kiarostami, Agnès Varda, Wim Wenders, Losey o Buñuel, sobre quien hice mi tesis doctoral.

– Siguiendo con Chillida, que dijo que sus esculturas intentaban adentrarse en lo desconocido, ¿la película se propone dejar abiertos ámbitos desconocidos del protagonista?

Absolutamente. No puedo pretender cerrar nada. Ni quiero, ni es mi tarea. Desde el cine tenemos que dejar espacios abiertos, enigmáticos, y en este caso, también.

– ¿Cómo definiría su propuesta y animaría al público a verla?

Diría que es un documental hecho con humildad para acercarme a la figura de un artista al que merece la pena visitar y escuchar. A través de un trabajo realmente duro, he intentado llegar a él y transmitir su legado a quien se sienta interesado por este creador. Siempre tengo el espíritu de compartir el conocimiento, y hacerlo anima a parar y reflexionar en este mundo tan precipitado y estridente en el que vivimos. Animo, pues, al espectador a que se dé el regalo de acercarse a Chillida.

100 años

Chillida con estudiantes de la Escuela de Arquitectura de Madrid en la clase de Alberto Campo Baeza, 1982.
Chillida con estudiantes de la Escuela de Arquitectura de Madrid en la clase de Alberto Campo Baeza, 1982.

Con el estreno de Ciento volando culmina un año de homenajes con motivo del centenario del nacimiento de Eduardo Chillida (San Sebastián, 10 de enero de 1924 – 19 de agosto de 2002). A lo largo de 12 meses, y con el objetivo de dar a conocer la obra del artista en los escenarios nacionales e internacionales, la Fundación Eduardo Chillida – Pilar Belzunce desarrolló un programa multidisciplinar de exposiciones, publicaciones, proyectos audiovisuales, educativos y académicos.

Además, bajo el lema Eduardo Chillida 100 años. Lugar de encuentro, el centenario ha puesto en valor la obra pública del artista, representada en 45 esculturas que convierten el espacio público de ciudades como San Sebastián, Madrid, Gijón, Valladolid, Palma de Mallorca, Barcelona, Berlín, Frankfurt, Helsinki, Dallas o Washington en lugares de encuentro. Esto pone de manifiesto que Chillida era un ‘creador de lugares’, ejemplificando los valores de su obra y su capacidad para generar cohesión social a través del arte y el pensamiento.