Una parte de esos testimonios configuran la exposición Desaparecidos, un proyecto «que espero sirva para dar a conocer las miles de historias de seres humanos desaparecidos. Mostrar esos terribles dramas en toda su crudeza, pero sin caer en sensacionalismos, y llamar la atención sobre algo que ha sucedido y sigue sucediendo en la época contemporánea y en el mundo de hoy».

«La desaparición es más cruel que la muerte». La desaparición es una de las formas de crueldad más terribles. A la tortura y a la muerte se añade la negación de la víctima. Último grado en la escala del sadismo y del desprecio al otro. Los rostros, los objetos y los espacios mostrados por la cámara de Gervasio Sánchez constituyen un testimonio estremecedor sobre la eliminación y la desaparición forzada de miles de personas a manos de gobernantes totalitarios y de grupos organizados. Los testimonios proceden de lugares tan diversos como Colombia, Chile, Guatemala, Argentina, Camboya, Irak, Bosnia-Herzegovina, Perú, El Salvador y España. «En todos estos sitios la violencia, la tragedia, el dolor, la pérdida y el sufrimiento derivado de las desapariciones tiene similares características».

La desaparición es una de las formas de crueldad más terribles. ¿Comparte Gervasio Sánchez esta afirmación?

Por supuesto. Hacer desaparecer a un ser humano es, al margen de la vulneración absoluta de su derecho a la vida, y al margen de las razones, más bien sinrazones, siempre despreciables, de por qué se le asesinó y se le hizo desaparecer, es negarle el reconocimiento como ser humano incluso en su momento final. Los desaparecidos fueron ya protagonistas de mis primeros reportajes en América Central y en América del Sur en los años 80. Este es, pues, un el gran proyecto eje de mi vida a través del que se habla de uno de los dramas, acaso el más olvidado de cualquier conflicto armado o incluso de algunas democracias, porque no hay que olvidar que se producen también en situaciones de gobiernos aparentemente democráticos como ha sido, por ejemplo, el caso de Colombia o Perú.

En el principio…

En general, la desaparición forzosa comienza tras el secuestro de la víctima por un grupo armado y su traslado a un centro de detección clandestino. Durante días, semanas o meses, el detenido puede ser sometido a torturas o tratos crueles y degradantes mientras resiste en condiciones ignominiosas. Algunos prisioneros tienen la suerte de sobrevivir. Muchos mueren víctimas de las torturas y sus cuerpos son escondidos en fosas anónimas, lanzados al mar o a lugares inhóspitos en los llamados “vuelos de la muerte.

Las salas de tortura están acondicionadas para infligir el mayor dolor posible. Los demás prisioneros, hacinados en pequeñas celdas, escuchan aterrorizados los gritos de los torturados. Se les somete a descargas eléctricas en los lugares más sensibles del cuerpo, se les sumerge la cabeza en líquidos putrefactos o se les cuelga en posiciones inverosímiles. Algunos prisioneros se ven obligados a asistir a las torturas que sufren familiares muy queridos. El objetivo es quebrar la resistencia del prisionero y obligarle a delatar a otros compañeros. Las mujeres sufren violaciones o agresiones sexuales continuas y son expuestas desnudas. En un centro chileno se llegó a utilizar un perro pastor alemán especialmente adiestrado para violar a las detenidas; en otros, se introdujeron ratones o arañas en la vagina de las prisioneras.

desaparecidos«La historia de un desaparecido convierte a toda la familia en víctima«

 

Usted ha señalado a las familias como damnificadas directas y eternas de toda esta barbarie.

Los familiares sufren de un modo dramático. Se ven obligados durante décadas a regular la vida con la figura y el recuerdo de los desaparecidos. Esa presencia, aunque no sea física, pesa y tiene un impacto psicológico difícilmente soportable. La historia de un desaparecido convierte a toda la familia en víctima. Eso se resuelve cuando aparece, aunque solo sean los restos. Es una cuestión muy difícil de superar por la familia. La desaparición es más cruel que la muerte. La búsqueda se convierte en una obsesión. Durante años y décadas los familiares revisan documentos, visitan antiguos centros de detención, cavan en supuestas fosas comunes, buscan abogados dispuestos a enfrentarse al silencio judicial, presentan querellas criminales, presionan a los jueces. El compromiso es tan intenso que acaba por sacrificar su vida personal.

Surgen sentimientos de culpa…

Sí. En muchos de los familiares de los desaparecidos se reproduce un extraño sentimiento de culpa: hijos que creen que no ayudaron a sus padres lo suficiente y no aceptan como excusa su corta edad al producirse los secuestros y las desapariciones; mujeres que sienten que la necesidad de sus maridos de ver de nuevo a sus seres queridos mientras estaban en la clandestinidad provocó sus detenciones por miembros de los cuerpos policiales que vigilaban sus hogares; madres que hubiesen deseado tener más información sobre las actividades de sus hijos para ayudarles a escapar.

La búsqueda ha provocado serias divergencias con otros familiares y ha puesto fin a muchos matrimonios. La salud de muchas madres se ha quebrado en el largo camino. Algunos hijos nunca han perdonado a sus padres que dedicasen todo su tiempo al hijo desaparecido y sacrificasen su relación con ellos. Otros hijos consideran que sus padres fueron muy egoístas al arriesgar sus vidas por defender sus ideas políticas sin tener en cuenta el dolor que produciría un desenlace trágico…

¿Los familiares no se resignan nunca a la desaparición?

Las familias están compuestas de muchos miembros. A veces están divididas. Hay miembros de esa familia que prácticamente no quieren saber nada de esa desaparición y otros que quieren saberlo todo. Gente que se implica y gente que no. Los que se implican lo hacen a fondo. A veces sacrificando toda su vida. Convirtiendo esa búsqueda, por diferentes razones, en lo más importante de la existencia, aunque nunca he escuchado la palabra venganza al pie de una fosa.

Se producen en no pocas ocasiones daños psicológicos muy difíciles de superar. Una hija, un hermano, o una esposa, o una madre que decida y sienta que lo más importante de su vida es reencontrase con quien desapareció, genera una energía y una fuerza imposible de parar. Hay que tener en cuenta que hay personas a las que le han desaparecido siete u ocho hijos, otras que han perdido a más de diez familiares…

08«Nunca he escuchado la palabra venganza al pie de una fosa«

¿Encontrarlos supone el descanso?

Encontrarlos o saber de sus restos. Tengo una amiga chilena que nunca consiguió localizar a su padre, pero supo que había sido lanzado al mar. Pero logró judicializar el caso y encontrar a los culpables. Supo que su padre fue lanzado tal día a tal hora y en tal sitio. Le quedó sólo la duda de si su padre fue lanzado vivo o ya muerto. Llevaba 32 años batallando y me dijo que saber eso le suponía un alivio e iba a intentar no estar tan aprisionada por el desconocimiento, por el no saber. Pero lo que he visto me permite afirmar que en la inmensa mayoría de los casos el desaparecido deja una estela de dolor infinita. Una imborrable huella de dolor.

Declara siempre su propósito de no agredir con la cámara. ¿Cómo se mueve en esa complicada línea que separa el querer saber y, al tiempo, no invadir la privacidad?

Lo más importante es tener tiempo, paciencia y contar con la gente. Que te dé el visto bueno sobre lo que vas a hacer. Por ejemplo, si asistes a la entrega de unos cuerpos identificados tienes que tener el permiso de las autoridades, contarles a los familiares qué quieres y por qué quieres estar allí, y preguntarles si puedes hacerlo. Explicarles que quieres documentarlo y que te acepten. Nunca suelen poner dificultades. Una vez que tienes los permisos hay que saber estar en un segundo plano. Acercarse para hacer rápidamente la foto y retirarse. Es un momento íntimo en el que no puedes entorpecer. Tienes que respetar y vivir con ellos ese momento de dolor para luego poder trasmitirlo mejor.

La dignidad es lo único que importa. Debe ser el leitmotiv del fotógrafo que se enfrenta al dolor. No podemos convertirnos en simples agresores que dañamos a las víctimas con nuestra prepotencia, obsesionados por engordar nuestros reportajes con declaraciones mediáticas o fotografías impactantes. No forman parte de un safari ideal para sacar fantásticas imágenes. Son seres humanos que lo han perdido todo. La compasión puede ayudar a resolver los dilemas. Sobre todo hay que evitar hacer aquello que a uno no le gustaría que le hiciesen si viviese una situación similar.

¿Cuáles son los países en los que han desaparecido más personas en las últimas décadas?

El país con más desaparecidos es Irak. Guatemala y Colombia a continuación, también muchos en Argentina y en Perú, un país del que casi nunca se ha hablado en relación con este tema pero que tiene cuatro veces más desaparecidos que Chile. En El Salvador también han desaparecido muchas personas, de las cuales muchos eran niños que fueron secuestrados durante la guerra. Muchos en Bosnia, más de 24.000 desaparecidos en los Balcanes. En Argelia hay miles de desaparecidos, en Egipto, en México y, por supuesto, en Camboya.

Por mencionar una historia especialmente dramática podríamos hablar del Valle de Barzan en Irak en donde en una sola noche, el 21 de julio de 1983, divisiones blindadas de Sadam Hussein bloquearon ese Valle del Kurdistán y se llevaron a 8.000 varones, entre ellos 325 niños. Esas miles de personas no han aparecido nunca. Se encontró una fosa de 560 cuerpos que no fueron identificados, pero no se ha sabido nada más sobre esa tragedia.

13«Las autoridades españolas han despreciado durante más de tres décadas a los familiares de los desaparecidos»

¿Y España?

(Al hablar de España la voz de Gervasio Sánchez se tensa).

Se cumplen 75 años del inicio de una brutal guerra civil y las autoridades democráticas han despreciado durante más de tres décadas a los familiares de las víctimas desaparecidas. Ningún gobierno español desde el inicio de la transición ha sido capaz de conseguir un acuerdo político de amplia base que convirtiese al Estado en el responsable de su búsqueda.

La Ley de Memoria Histórica, aprobada el 31 de octubre de 2007 en el Congreso de los Diputados, es una tibia iniciativa que obliga a los familiares a liderar las investigaciones, calcular los costes de los trabajos de exhumación e identificación e, incluso, trabajar como forenses en las fosas.

Esposas, hermanos e hijos han fallecido sin recuperar a sus seres queridos después de décadas de silencio y oprobio. Con sus muertes se ha perdido una oportunidad única e irrepetible: formalizar un banco de sangre similar al de Bosnia-Herzegovina o Argentina. Al ser testigos directos de lo que ocurrió, sus testimonios también hubiesen facilitado las tareas de búsqueda. Sin embargo, son los nietos los que han encabezado la lucha contra el olvido.

[En uno de los espléndidos libros publicados con motivo de la exposición el autor escribe con contundencia en relación con nuestro país:

«¿Por qué son más valientes los guatemaltecos, los iraquíes o los bosnios que los españoles. Sus guerras fueron tan brutales como la nuestra. Sus transiciones tan complejas como la nuestra. Sus políticos tan viciados por el olvido y la comodidad como los nuestros. Pero ellos han avanzado y nosotros seguimos empantanados. Y lo más grave: nos permitimos utilizar el drama de otros como arma arrojadiza…

La conclusión es que a los responsables de los partidos políticos les quema este tema como si fueran conscientes de que pueden ser salpicados por los crímenes del pasado. Por supuesto, unos más que otros. Algunos saben que hicieron la vista gorda durante los desmanes. Otros fueron colaboracionistas con la dictadura. Otros, demasiado cobardes para rebelarse contra la infamia. Todo el mundo tiene más que perder que ganar y es como si se hubiese producido una vergonzosa alianza a favor del silencio y en contra de las víctimas.

El milagro de que en España se hayan abierto más de 200 fosas y desenterrado 5.300 cuerpos se debe al trabajo anónimo de miles de familiares que decidieron enfrentarse a la cobardía de sus representantes políticos y que han contado con el inestimable apoyo de grupos de antropólogos forenses, arqueólogos, historiadores y muchos voluntarios para realizar el largo proceso de búsqueda, exhumación e identificación».

(Y desde su experiencia y su trabajo a lo largo de estas décadas, entre lacónico e indignado, Gervasio Sánchez formula una comprometida propuesta):

«Si alguien tiene dudas de qué es lo que hay que hacer, que se acerque a una fosa común y mire durante unos minutos. Que le pregunte a su conciencia: si fuera mi padre o mi abuelo, ¿permitiría que continuase ahí tirado? Que lo piense de verdad, es decir, en silencio. Hay dos respuestas posibles: sí y no. Si su respuesta es sí, le aconsejo que reflexione con más profundidad. Ya sé que hay familiares que no quieren remover la tierra. Pero mucho dudo que contestasen de esta manera a pie de fosa. Si su respuesta es no, actúe en consecuencia: acepte que todas las fosas sean abiertas y todos los huesos de las víctimas ordenados, identificados y entregados a sus familiares para que les den una sepultura digna».]

Estas fotos conmocionan y, sin embargo, usted manifiesta su deseo de alejarse de la emoción, ¿cómo pueden convivir estas dos esferas al abordar un tema tan impactante?

En mi opinión, el periodista tiene que documentar lo que ocurre y, al tiempo, preservar su intimidad. Me cansan esos periodistas que hablan mucho de ellos mismos y no hablan de lo que está ocurriendo. Yo sé lo que significa esto para mí. He hecho un cálculo anímico y psicológico del dolor que yo he recibido y lo que va a significar en mi vida, cómo me va a afectar ese dolor ajeno. Pero mi obligación no es hablar de lo mío, sino de lo que he visto y estoy viendo. No quiero hablar de mi emoción, de mi intimidad, sino de lo que está pasándole a los demás. Hay que darle espacio a las cosas importantes, lo que ocurre, y poco o ninguno a las poco importantes, en este caso a lo que yo sienta.

02«No quiero hablar de mi emoción, de mi intimidad, sino de los que está pasándole a los demás«

Pero es consciente de la convulsión que provocan sus reportajes…

Intento realizar mi trabajo de la mejor manera posible. Documentar con rigor lo que veo. Trabajar los temas en profundidad. No quiero correr. Me niego a hacer las cosas al ritmo que a veces te impone la mecánica de los medios de comunicación. Cuando me planteé este proyecto supe que iba a durar mucho y lo dije a quienes me apoyan. Marqué los límites y ellos lo aceptaron, fueron respetuosos con mi forma de trabajar y se han hecho las cosas como yo quería.

¿Cómo observa el momento, la situación del periodismo actual?

En el periodismo existe una gran crisis de identidad que comenzó a generarse en el momento en el que los medios ganaban más dinero. En lugar de invertir ese dinero en periodismo lo hacían en otro tipo de intereses. Han desembarcado en los medios de comunicación personas ajenas al periodismo. En su mayoría, las personas que dirigen los medios están más interesadas en sus propias carreras y en sus propias relaciones políticas y económicas que en salvaguardar los principios básicos del periodismo. Yo sigo siendo un periodista que quiere hacer periodismo. Para mí el periodismo es tan importante para una sociedad como la educación o la sanidad.

¿Qué está haciendo y qué va a hacer Gervasio Sánchez en el inmediato futuro?

Voy a centrarme en proyectos en España en los próximos años, aunque también estoy metido en un trabajo en Afganistán que se presentará en dos o tres años. Por otra parte, tengo pensado publicar una nueva versión de Vidas minadas, pero eso será en 2022.

(Esa última declaración habla por sí misma de la paciencia y la meticulosidad de cada uno de los trabajos en los que se compromete el autor de Desaparecidos. Ahora, desde las fotos, los familiares nos miran. Tanto dolor, tanta espera y sufrimiento acaba por dibujar algo parecido al escepticismo en sus rostros. Dolor, claro, y sufrimiento, pero también esperanza porque aferrándose a una última posibilidad alguien dejó escrito: «Hurgarán la tierra y saldrá tu cuerpo, víctima de odios y traiciones. Se cumplirá entonces un pedazo de nuestros sueños, aquel que ansiaba reencontrarte, aunque sea así»).

Gervasio Sánchez. Desaparecidos.

Comisaria: Sandra Balsells.

Madrid. La Casa Encendida: del 2 de febrero al 20 de marzo de 2011.

León. MUSAC: del 29 de enero al 5 de junio de 2011.

Barcelona. CCCB: del 1 de febrero al 1 de mayo de 2011.