«Saura, Torner y Zóbel me ayudaron a acercarme al arte, a cómo verlo y entenderlo», afirma, agradecido. «En América me deslumbró el mundo de los museos y del coleccionismo y confirmé la potencia de los Newman, Rothko o Schnabel, cuyo interés se ha quedado en mí para siempre». «La ausencia de mucho significa mucho y nos acerca a un cierto misticismo y a una cierta trascendencia», puntualiza cuando habla de Barnett Newman, del que se declara rendido admirador.

Conceptualmente alude a «los límites» que establecen un antes y un después. «En el centro de la relación entre memoria y futuro hay un límite que establece una referencia casi física que indica hacia lo que nos movemos o desde lo que nos movemos».

Referencias poéticas

La poesía, «que me entusiasma», es otro de los ámbitos que maneja y mezcla con y en su obra. «Lo que empieza en la cabeza como una referencia literaria acaba fraguando en algo plástico». Wallace Stevens, Luis Cernuda y Antonio Gamoneda son así, a bote pronto, sus tres referencias poéticas, como lo es en arquitectura Renzo Piano; o Dreyer en cine, «otro medio artístico al que estoy muy atento».

Desde el sosiego declara no sentirse responsable de la interpretación que el espectador hace de sus obras. «Procuro saber quién compra mis cuadros y, claro, prefiero que sea un coleccionista, un museo o un entusiasta del arte. Alguien que va a respetar y disfrutar de la obra. Cuando he podido me he negado a otro tipo de ventas más despersonalizadas». Y apunta que por «solidaridad» aceptó la invitación a entrar en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, «pues creo que una institución así puede hacer mucho por la sociedad».

Y al cabo de la conversación se comprende por qué aquella serenidad inicial está sólida y paradójicamente anclada en la pasión; aquella que expresa en forma de deseo: «Aspiro a que cada vez mis cuadros digan más y lo digan mejor. A pintar más despacio y más hondo». 

  • Entrevista publicada originalmente el 5 de noviembre de 2011.