Llorenç Barber (1948, Ayelo de Malferit, Valencia) es mucho más que el señor de las campanas. Es verdad, como él mismo dice, que con un curriculum semejante enseguida la etiqueta de “sospechoso” le cae encima a uno. Sin embargo es un sabio de los de cuento, un gurú en tiempos de internet, un ideólogo en términos formales.

Minimalismo y arte sonoro

A pesar de su investigación constante, de haber bebido de John Cage, Mauricio Kagel o Ligeti, de haber sido becado por algunas de instituciones de prestigio de nuestro país y de haber trabajado durante años como docente en la Universidad Complutense de Madrid, Barber ha aprendido a quedarse al margen.

«Desde los años 80 se empieza a percibir una disglosia. Por un lado vamos algunas personas, y por otro va la tardía sociedad organizada en instituciones dirigidas por los más acomodados, que son ese tipo de gente que va a lo ‘segurito’ y que no se plantean grandes problemas», afirma Barber. «Así, desde los años de la movida existe una generación de raros en España que empezamos a crecer, a ser muy nerviosos y muy viajeros. Representamos lo extraordinario, eso que el Ministerio de Cultura y los ‘ministerios’ autonómicos no saben dónde encajar ni meter», continúa.

Intérprete, compositor, teórico, musicólogo y artista sonoro, Barber es el gran introductor del minimalismo en España, pionero en la realización de proyectos de arte sonoro, paisaje sonoro y música experimental. Es apasionado y curioso de la vida. Sensible al silencio de Cage, a la mosca tras la oreja, a la voz y las palabras, al susurro y a los gritos, a los armónicos que nos persiguen y rodean… A todo lo que se aleja hoy de las programaciones de los grandes auditorios y teatros de este país.

En España se oye fatal

Para él, el arte sonoro, más que un arte compositivo, es un arte expositivo, un arte de crear situaciones de escucha singulares. La pena es que, según afirma convencido, «en España se oye fatal porque nadie nos ha enseñado a oír».

«No hay instituciones intermedias. Las artes visuales o los arquitectos tienen un mercado que ve y pide. Exige, analiza y escoge. En música, ¿qué institución sigue el deambular de las novedades? Ninguna. Ministerios, ausentes: sólo les interesa la orquesta por la Reina, la ópera porque es de los ricos y fuera del mundo sinfónico se pierden. ¿Qué mercado hay? Editores, promotores, instigadores, filósofos… muy poquito. Cuatro gatos con una información viejita. La información diaria es la que se obtiene cuando uno de pronto se va a Berlín y está allí una temporada, a California o donde fuere. Eso lo hacemos pocos. Las instituciones no salen del esnobismo», añade.

Desde la crisis, Barber se mueve más por América Latina, aunque no rechaza ofrecer su arte donde sea porque entiende que es necesario. «Lo bueno de todo esto es que los que nos situamos en el otro lado nos hemos librado de toda esa caspa administrativa, de los premios nacionales, y así se anda más libre por el mundo. Eso sí, cuando alguien me llama, sea de un pueblo o de una pequeña casa de cultura, allí que estoy».

120416094116Si le llamaran del Auditorio Nacional, por poner un ejemplo, a pesar de renegar tanto de él, confiesa que diría que sí sin pensarlo porque no es un fundamentalista, sino un pedagogo. «Crees que lo que propones es útil para mucha gente, liberador, bonito, atractivo y estoy dispuesto a exponerlo en todos los sitios del mundo de una manera pedagógica, aunque prefiero el mundo de fuera que ese mausoleo. Como situación de escucha no es agradable que un señor te diga siéntese, no se mueva y no tosa», dice de carrerilla. «La música ya no se oye vestido de pingüino y en la fila 13, la oímos de otras maneras».

Barberidades y músicas visivas

Recientemente ha participado en el ciclo Audiópolis del espacio CentroCentro Cibeles de Madrid con sus Barberidades, unas propuestas menos conocidas, más íntimas, alejadas de las naumaquias, de los conciertos de los sentidos y de los 2.000 músicos que mueve en una situación casi caótica. Sólo sus amigos las conocen: músicas habladas y en las que un simple plato genera una lluvia de armónicos sobre un tubo, entre otras cosas.

«En el fondo es metamúsica, música que habla de la música pero con unos esquemas musicales. Me planto en un campanario y empiezo a hacer nubes expansivas de aire. Esas campanas no suenan como estamos acostumbrados, hacen decenas de armónicos que cubren todo el espacio», relata.

CentroCentro acoge además estos días su instalación Músicas colgables y visivas, que consiste una reunión de partituras dispuestas con un mensaje sonoro. «A algunos nos gusta hacer garabatos que participan del solfeo a veces, y otras de la rayita o del dibujo poético o la insinuación. Son una manera de vehiculizar una situación que quiero concentrar», confiesa.

En la instalación, algunas partituras son reales y han sido interpretadas y otras han surgido en tiempos muertos en que Barber se ha imaginado situaciones disparatadas o poéticas con los elementos musicales como protagonistas (como por ejemplo un 6/8 que se rompe como un cristal y en el que las notas se vuelven borrachas). Todas estas partituras, colocadas a diferentes alturas y enfrentadas algunas, conforman una escultura sonora, extremadamente sutil, que ondea vagamente.

Vive en un hervidero de libros y rodeado de casitas de madera donde organiza y explora todos sus materiales. Confiesa ser «muy trastero» y más que un coleccionista de sonidos, dice ser un coleccionista para hacerlos, para regalarlos igual que él mismo los recibe de sus amigos a veces sugeridos, escuchados, vistos o intuidos.

Compromiso

En este año, ha llevado a cabo, con su colaboradora y mujer Montserrat Palacios, una naumaquia en Valparaíso (Chile), en donde participó en bloque la flota chilena de guerra, entreverando sus bocinas con las campanas y trompetas en torres, cañadas y terrazas; también un concierto de ciudad en Popayán (Colombia) para celebrar los 30 años de su mortal terremoto de Viernes Santo, y un concierto de campanarios y funicular en Grenoble (Francia).

Prepara ya sus intervenciones para Marsella (Capital Europea de la Cultura-2013), para Michoacán (Otoño 2013), Zug (2014) y Estrasburgo (2015) y aprovecha cada segundo para hacer nuevas partituras o dibujos.

Lo que más desea es continuar su labor fuera o dentro de los círculos más institucionales. Esa es su mayor ilusión, y la vive, entre campanas y otros artilugios, como un verdadero compromiso con la humanidad.