Ambas, Rosa Ribas y Sabine Hofmann, son filólogas (se nota en el mimo con el que cuidan el lenguaje, las construcciones…). Viven ambas en Alemania y desde allí decidieron dar vida a Ana Martí, personaje literario con forma de joven periodista que ha fraguado ya en dos de los tres libros con los que, ambas, nos ponen ante el inquietante paisaje que sólo logran las buenas historias del género.

Debutaron juntas escribiendo Don de lenguas, además de en español publicada ya y con eco en Italia, Francia, Reino Unido, Turquía y Alemania. Ahora suben un punto el umbral del desasosiego con El gran frío, que en el gélido invierno de 1956 deriva en una inquietante reflexión sobre el miedo y la mediocridad.

«Queríamos abordar el contraste entre la nieve blanca y la realidad negra»

¿Cómo surge lo de escribir a cuatro manos?

La idea surgió con Don de lenguas. Habíamos escrito una vez una pequeña historia entre las dos y nos quedamos con ganas de emprender un proyecto de más envergadura. Nos pusimos a ello y cuando acabamos Don de lenguas nos dimos cuenta de que los personajes daban para más y decidimos escribir una trilogía. En la primera quisimos que, como filólogas, el conocimiento de la lengua y el de la literatura tuvieran mucho peso. En la primera esos dos conocimientos son relevantes y la cosa funcionó muy bien.

Pero no queríamos caer en la tentación de repetir fórmulas. Por eso cambiamos al entorno rural. Lo que en aquella era gris, ahora es negro. La negrura de la España rural, goyesca. Queríamos abordar el contraste entre la nieve blanca y la realidad negra. Aunque aquí la nieve y el frío matan. Esta novela es completamente distinta a la primera. En aquella había muchos personajes con perspectiva propia y en ésta solo hay dos.

¿Por qué una periodista como protagonista?

Queríamos un personaje que vive de su trabajo con el idioma. Por otro lado, en los años cincuenta, una periodista, mujer, era alguien que por muchos factores lo tenía muy difícil. Por un lado estamos en pleno franquismo con una censura política y eclesiástica brutal y por otro hablamos de una mujer que proviene de una familia de grandes periodistas, que es la última que queda pues el hermano murió fusilado, y que tiene una gran ambición. Tiene la idea de ascender en la profesión con todo lo que supone de dificultad adicional. Queríamos un personaje que resultase totalmente creíble enfrentándose a todas las limitaciones de la época.

«La soledad más extrema es la de estar rodeada de gente pero no tener con quien hablar»

¿Considera que estamos ante una novela de género muy definido o hay más?

Queremos hacer buena literatura y por lo tanto la idea es que no suceda como con mucha novela policial, que solo está centrada en una historia. La literatura se apoya en la función estética por lo que lo primero que buscamos es que haya un goce literario por parte del lector. Trabajamos el lenguaje y los diálogos para que suenen. Que cuando habla la gente al lector no le llegue algo artificial. Queremos contar un historia en un momento concreto y ello acerca a una serie de reflexiones que están ahí. Creo que hay argumentos para una reflexión sobre el fanatismo y la ignorancia. Sobre hasta qué punto se retroalimentan. Toda una red de fuerzas que someten a la gente en un momento determinado en un lugar determinado.

Ana, la protagonista, es un personaje forastero, algo que hemos remarcado mucho. Tiene que ir descubriendo, sin interlocutor, qué es lo que está pasando sin conocer las reglas del juego y sin poder preguntarlas.

Un libro sobre la soledad…

Es una persona ajena al entorno. Un cuerpo extraño. Una persona que está completamente sola. Por eso también introdujimos la nieve como metáfora del encierro y del aislamiento. La soledad más extrema que es la de estar rodeada de gente pero no tener con quien hablar. La soledad del forastero, algo que yo conozco pues llevo muchos años viviendo en el extranjero. Esa vivencia que marca la vida de los que vivimos fuera.

También queríamos reflejar el contraste del medio urbano –Don de lenguas transcurría en Barcelona– con el rural. El año del frío discurre en un pueblecito del Maestrazgo. Ese contraste en brutal. Al documentarme antes de escribir vi muchas películas del No-do de la época y realmente aquellas gentes, aquellas caras, aquellas casas…

¿Por qué el Maestrazgo?

Mis abuelos maternos eran de allí, de dos pueblecitos muy pequeños. Allí pasé veranos y, sobre todo, dos inviernos. Experimenté de pequeña quedarme aislada por la nieve. Me impactó mucho. Buscando un paisaje y pudiendo visualizarlo cuando escribes, pensé en aquello y decidimos ubicarlo en la provincia de Teruel.

«Cuando escribo procuro no leer nada que pueda parecerse a lo que estoy haciendo»

¿Por quién se siente influenciada a la hora de escribir?

A la hora de estructurar un libro es cuando sientes la ventaja de trabajar con otra persona. Eso ayuda mucho a tener un plan muy claro de hacia dónde vas con lo que estás haciendo. En Don de lenguas escribíamos las dos, pero en ésta lo he hecho sobre todo yo. Hacíamos conjuntamente la revisión del texto y la estructura.

Cuando escribo procuro no leer nada que pueda parecerse a lo que estoy haciendo. No leo para no correr el riesgo de que me influya en el resultado final.

El proyecto es cerrar la serie con una tercera novela…

Creo que no hay que alargar las cosas. Teníamos muy clara la historia para Don de lenguas. También surgió de forma muy clara la historia para El gran frío. Y nos estamos aproximando a lo que queremos contar en la tercera. Ahí acabaremos. No me gustan las series muy largas en las que notas que alguien ha puesto el piloto automático. Si no tienes algo que contar, y algo de peso, es mejor callar. No queremos un lector cautivo, sino que cada uno de los libros pueda leerse de forma independiente.

Vive en Alemania, ¿cómo contempla desde allí el panorama literario español?

Lo veo bastante parecido a como está en otros países. Comercialmente hay un gran dominio de lo que sería la literatura de género y, como sucede en Alemania, autores más innovadores, más arriesgados, siguen siendo minoritarios. Lo que me sorprende de España es que hay autores jóvenes que están volviendo a mirar a generaciones anteriores. No quiero decir que estemos retrocediendo, sino que pasan de experimentos formales, vuelven a formas tradicionales pero con un lenguaje muy enriquecido. No sé muy bien por donde va a seguir la cosa, pero me sorprendió mucho un fenómeno como el de Intemperie, de Jesús Carrasco.

He seguido a muchos escritores jóvenes en Alemania y no es infrecuente que tras una primera novela deslumbrante, la segunda suponga un bajón. Cuando sobreviven a ese fracaso, la tercera vuelve a ser buena. Hay que estar a la expectativa. En ello estoy.

El gran frío

Febrero de 1956. El invierno está siendo terrible, el más frío en España desde hace décadas. Esto no será un obstáculo para que Ana Martí, ahora reportera de un popular semanario de sucesos, acuda a un remoto y aislado pueblecito del Maestrazgo aragonés para cubrir el caso de una niña a la que han brotado los estigmas de la Pasión.

El cura y el alcalde la reciben encantados ante la idea de que su “santita” se haga famosa en todo el país. Pero ni el escéptico cacique del pueblo ni la mayoría de los habitantes comparten sus simpatías hacia la forastera. Solo Mauricio, un pobre chico discapacitado, la inteligente y extraña niña Eugenia y la atormentada viuda que hospeda a Ana parecen dispuestos a hablar con ella. Pronto su olfato de periodista le dice que el caso de Isabelita no es el único suceso extraño que acontece en Las Torres…

El recuerdo de una niña muerta años atrás en misteriosas circunstancias, el fanatismo religioso, el clima  glacial y la nieve que amenaza con dejar al pueblo incomunicado son el telón de fondo de la intrigas de El gran frío, un impactante retrato de una España cruda, la rural de mitad del siglo pasado.

 

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El gran frío
Rosa Ribas y Sabine Hofmann
Siruela
314 páginas
19,95 euros
e-book: 9,99