Levinas, que reparte su tiempo entre Miami y la capital de España, nos recibe en su casa en el Madrid de los Austrias con la alegría de ver publicadas estas conversaciones y la pena de no poder compartir este momento con su esposa Mirella, fallecida hace apenas un año. A ella, su pareja casi desde la adolescencia y verdadero motor de este proyecto, está dedicado el libro.

La mayoría de los coleccionistas a los que Levinas visitó ya les conocía personalmente. Tienen mucho pues de charlas entre colegas pero con afán por parte del autor de extraer un perfil, de describir su entorno, de retratar cómo reciben, cómo se sienten hablando de sus colecciones, lo cual no es tarea sencilla dado que son figuras que tienden a sentirse públicamente cómodos en un perfil bajo.

Treinta y cuatro coleccionistas de élite dispuestos a hacer algo que a priori no suele gustarles, hablar públicamente de sus colecciones o contestar a cuestiones como qué pasará con ellas cuando no estén… ¿Cómo lo consiguió?

Influyó que no fueran realmente entrevistas sino conversaciones entre dos amigos o dos personas que comparten intereses. Era preciso preguntarles a todos por el futuro de la colección en su ausencia. Las respuestas fueron todas diferentes. Hablamos de personas de mundo y muy inteligentes, que saben que un día se van a morir. Lo que sucede es que no piensan que se van a morir mañana. Quizá eso explique que sean pocos los que tienen perfectamente definido qué va a pasar con la colección cuando ellos no estén.

– Implicación de la pareja, asunción de riesgos, interés filantrópico, promoción de alguna causa perdida… Hay algunos aspectos que suelen repetirse. ¿Podemos trazar un retrato robot del coleccionista de élite?

Es difícil. Hay muchos rasgos que son comunes y a la vez diferentes. Es habitual que hayan tenido algún contacto con el arte a través del padre o la madre que les llevaban a museos. Lo que sí es seguro es que a todos les ha ido muy bien económicamente y se han podido dar el lujo de coleccionar obras importantes. Algunos empezaron coleccionando cosas muy pequeñas. Si solo pudiera citar un rasgo común a todos ellos, sería la pasión.

En su conversación con la coleccionista cubana Rosa de la Cruz, le formula de forma expresa una pregunta que seguro que hizo a los demás y que ahora le hago a usted tal cual: ¿cuál es el secreto para formar un conjunto de obras reconocibles con una identidad y un sentido estético y que además esté a salvo del anacronismo?

Es habitual que cuando alguien empieza a coleccionar no sepa de forma consciente que lo está haciendo. Yo no me enteré de que era un coleccionista hasta que una vez alguien me preguntó si podía visitar mi colección. Las colecciones no son estáticas, van cambiando con el tiempo como cambia el propio coleccionista. Hay maduración, hay más conocimiento, hay más posibilidades… Los hay que deciden coleccionar exclusivamente obras que tengan palabras o números, y otros que cambian completamente de estilo. No percibí que hubiera un foco imposible de cambiar. El foco es como un círculo que se puede ir agrandando. Uno de los entrevistados, el inglés Jonathan Ruffer, empezó a coleccionar pintura del Siglo de Oro francés, italiano, español e inglés, centrado sólo en paisajes. Pero el Siglo de Oro es mucho más que paisajes. Eso se fue transformando y acabó adquiriendo obras de Zurbarán, como Las 12 tribus de Israel que fue todo una odisea. Además compró el castillo donde esas obras estuvieron colgadas durante muchos años porque creía que debían volver a su lugar original.

– Se empieza acumulando cuadros y se descubre al cabo del tiempo que se ha conseguido una buena colección.

Bueno, hay que diferenciar entre un coleccionista y un comprador. Hay gente que compra mucho arte pero no son coleccionistas, porque los intereses y las intenciones de compra no son por amor al arte, son por amor a otra cosa. Después están los que se convierten en coleccionistas. En el libro hay casos de gente que le fue muy bien, compró una casa nueva, pensó en decorar algunas paredes, se dejó asesorar por especialistas en arte, decoradores o arquitectos, y acabó en el coleccionismo. Ahí hubo una transformación. Siempre digo que están los que compran con el corazón y el cerebro, los que compran con el cerebro y el corazón y los que compran con la billetera. Estos últimos no están en mi libro.

– De hecho, se percibe que los coleccionistas que visitó desean dejar claro que nunca compran arte como inversión, que lo hacen de forma visceral. ¿De verdad no hay cálculo alguno en este colectivo?

Puede ser que les cueste admitirlo. Insisto en que hay una diferencia entre el comprador y el coleccionista. No creo que abunde el que piense de esa manera, el que diga voy a comprar esto porque va a subir de precio. Por supuesto, que te gusta esa subida porque no eres bobo y porque eso no deja de ser un reconocimiento a una elección acertada, pero no creo que ese sea el motivo. Al menos no creo que sea el caso de los coleccionistas que aparecen en el libro.

– ¿Podemos decir que, a un determinado nivel, la mejor colección ya no es tanto la más grande o envidiable, sino la más coherente, la que integra mejor las novedades?

Es difícil evaluar cuál es la colección más valiosa y por qué. Quien lo haga tendrá su propio punto de vista. Es una pregunta muy difícil de contestar.

– Como coleccionista y profundo conocedor de coleccionistas, ¿qué es lo que hace más feliz a un coleccionista? ¿Puede ser apoyar y adquirir obra de un artista joven que al cabo del tiempo acaba siendo tendencia?

Saber detectar posibilidades de un artista desde el principio produce una verdadera satisfacción. Comprobar que ese artista termina presentando sus obras en museos es, sin duda, motivo de orgulloso. Pero para mí lo más importante es ver qué hacemos nosotros, los coleccionistas, para los artistas. El artista está contento cuando su obra la pueden apreciar muchos ojos. Si esa obra está encerrada en un palacio, en un hermoso piso y la ve solamente el coleccionista, su mujer y su familia, el creador será feliz porque se la compraron pero lo sería aún más si la ve mucha gente. Respondiendo a la pregunta, creo que los coleccionistas se sienten realmente felices cuando pueden compartir su colección con el público.

– Pasa mucho con actores o músicos que nos gustan y tememos conocer por si se nos cae el mito. Los galeristas están obligados a conocer y trabajar con el artista. En su caso, ¿prefiere como coleccionista conocer al artista del que ha comprado obra?

Me gusta conocer a los artistas que aprecio especialmente, seguir de cerca su carrera, hablar con ellos, establecer una relación. Quiero que me mantengan informado, deseo visitarles. Trato de ayudarles. También conozco otros coleccionistas para los que esto no es una prioridad.

– Alguna galerista ha declarado que tras el confinamiento es patente una presencia cada vez más notable de coleccionista latinoamericanos que vienen a Madrid. ¿Tan importante es el idioma?

El idioma es el factor número uno. La oferta es el número dos. En Nueva York, en Los Ángeles o en Londres no van a encontrar la cantidad de obra de artistas latinoamericanos que van a encontrar en Madrid. Esa es mi impresión.

– No puedo no preguntarle por su visita al apartamento de J. Tomilson Hill con vistas a Central Park y la Quinta Avenida y decorado con obras de Rembrandt y Warhol, de Caravaggio y Bacon, entre muchos otros. ¿Es tan espectacular como podemos imaginar?

Es una experiencia extraordinaria. La mejor obra son sus vistas desde las ventanas. Eso es impagable. No es ya solo que tenga obras de Lucio Fontana o Cy Twombly, es que además son obras muy buenas. Le gusta combinar en el mismo espacio esculturas del siglo XVII y XVIII con un cuadro de Rothko.

– Hablamos del tipo que inspiró el personaje de Gordon Gekko, protagonista de Wall Street, la película de Oliver Stone, y que interpretó Michael Douglas.

Así es. Tomilson es uno de los mayores coleccionistas de arte del mundo. Es también tremendamente generoso. Tiene un edificio en Nueva York donde es posible ver parte de su colección. Él estaba detrás del misterioso comprador que en 2019 se hizo con el Caravaggio que unos años antes había sido descubierto en un desván cerca de la ciudad francesa de Toulouse. Fue uno de los cuadros más buscados del planeta y ahora cuelga de las paredes de su apartamento.

Los guardianes del arte. Conversaciones con grandes coleccionistas

Dani Levinas

Editorial La Fábrica

176 páginas

31 euros