– ¿Qué diferencias sustanciales encuentra a la hora de afrontar la escritura como novelista o como periodista?

Siempre he intentado hacer un periodismo literario, de vocación muy cultural. El oficio de periodista te da un pulso narrativo interesante que de alguna forma se ha trasladado también a algunas de mis novelas, que son libros que necesitan un proceso de documentación importante. Ahí he aplicado mucho las técnicas periodísticas, como si fueran una especie de reportajes de fondo. En ese sentido, creo que mi literatura tiene mucho de periodismo y viceversa, pues también he intentado que las crónicas, los reportajes y el periodismo cultural que he hecho a lo largo de mi vida tuvieran un pulso narrativo y literario.

– ¿Cómo ve la salud del periodismo?

Con la irrupción de las redes sociales, las fake news y el descrédito que vive el periodismo, pues se ha politizado mucho y ha perdido independencia, creo que es el momento de reivindicar el verdadero periodismo como un pilar esencial de las democracias. El desconcierto con el que la gente lee las noticias crea la necesidad de impulsar un periodismo sólido y veraz. En algún momento algo falló. Las nuevas tecnologías no se aplicaron todo lo bien que hacía falta en los medios tradicionales y eso provocó el descrédito que hoy soportamos. Vivimos en una sociedad sobreinformada, y esa sobreinformación termina siendo ruido. A pesar de todo sigo siendo optimista y estoy convencida que al periodismo acabará por demostrar su enorme importancia.

– ¿Cómo definiría Los viajeros del continente?

Cuenta la historia de un escritor de libros de viaje que siempre ha amado los viajes con un tempo distinto a los actuales. El libro reivindica ese pulso tranquilo, sereno, que tenían los viajes del pasado frente al turismo de urgencia en el que vivimos. Hoy parece que lo importante es llegar a un sitio y hacerse un selfie delante de no se sabe qué. Ese tipo de viaje, que en la actualidad es el más habitual, me molesta mucho.

[A lo largo del libro, Hugh de Galard recorre Europa en la que será la última travesía de su vida. Un itinerario que realiza junto a su esposa, Violet Archer, y en el que rememora su vida mientras atraviesan un continente que parece vagar en la incertidumbre. En barcos, trenes, automóviles y largas caminatas descubren la metáfora de una Europa de ruinas prematuras visitando viejos balnearios, estaciones olvidadas, parques acuáticos abandonados y cementerios clausurados. Un viaje en busca de la memoria europea y un refugio ante lo que está a punto de desaparecer].

– En su novela se percibe un cuidado muy especial con el lenguaje

Reivindico la novela literaria. Muchas editoriales se han mercantilizado y al final se aplica el «tanto eres como autor en función de tanto vendes» y me parece que ese no puede ser el canon. Intento defender el arte del bien escribir porque esa es la fuerza de la literatura. Disfruto con la calidad del lenguaje en cualquier género, también en el ensayo. El buen trato con el lenguaje ha sido una obsesión desde mi primer libro.

– La nostalgia es uno de los conceptos que gravitan sobre el conjunto de Los viajeros del continente, ¿qué es la nostalgia para su autora?

Soy muy nostálgica. Hasta el punto de que incluso cuando algo está sucediendo ya me invade la nostalgia. En muchas de las vivencias de la vida tengo la sensación de estar despidiéndome e, incluso, adornándolo, con lo que será un recuerdo. En la narrativa la nostalgia tiene un punto muy literario. La melancolía que caracteriza mi novela enlaza con otro tema fundamental para mí como es la memoria. Cómo el pasado se proyecta en el presente. Esa es otra de las obsesiones presentes a lo largo de toda mi obra. En este libro me pregunto qué ha sido Europa. Esa Europa del pasado llena de recuerdos.

– Y la Europa de hoy, ¿cómo la ve?

Los viajeros del continente forma parte de un ciclo narrativo que comenzó con El sonámbulo de Verdún, continuó con Adriático y que ahora prosigue. Mi intención es contar Europa desde la literatura y hacer una reflexión sobre nuestra memoria y cultura. Desde los distintos lugares en los que cada novela se sitúa dibujar una especie de fresco literario sobre la memoria europea. Desde la novela y ante la situación actual preguntar qué le está pasando a Europa. Una Europa que con sus terribles episodios y sus episodios luminosos ha sido una maestra. Me sorprende que un continente con tanto peso histórico haya perdido una parte importante de su papel en el momento presente. Europa tenía que ser la referencia de nuestro presente y del próximo futuro. Es un lugar en el que hemos aprendido lo que es la democracia y las libertades, también el bienestar social, por lo que debería ser la brújula del mundo y, sin embargo, parece que no está siendo así, pues estamos marcados por países en los que no existe ni democracia, ni libertad ni derechos. La política, el pensamiento y la sociedad están virando hacia lugares muy tenebrosos.

– Este libro se abre con dos citas, de Quevedo y Montaigne, que se refieren a la muerte. Pero, en general, la muerte está muy presente en su literatura…

Es verdad que esta novela aborda el tema del último viaje. Es un libro sobre la muerte digna, una cuestión que me interesa de un modo muy especial como elemento de debate y reflexión social. Con el tiempo me he dado cuenta de que constantemente la muerte está presente en mis novelas e incluso es la muerte la que acaba con mis personajes. Contar eso literariamente. Me pregunto, y así lo reflejo en mis historias, cómo irse, cómo cerrar la puerta de la vida, cómo será ese último pensamiento… Pero también considero que Los viajeros del continente es una celebración de la vida porque está llena de esos instantes de felicidad que, a fin de cuentas, son los que acaban por sostenernos.

Dicho esto no sabría cómo definir la muerte. No soy creyente y me sobrecoge esa sensación de desaparecer del todo. Pero, ¿realmente desapareces del todo? Acaso la literatura logra que continuemos, pues de alguna forma podemos seguir hablando con Quevedo y con Montaigne. La literatura logra y mantiene esa especie de inmortalidad y yo, como una obsesión, indago en ese terreno a través de lo que escribo, pues no logro llegar a una respuesta sobre la muerte que me convenza plenamente.

– Y respecto a la muerte digna, ¿qué piensa sobre la eutanasia?

Creo que es un tema esencial. La libertad absoluta es poder decidir sobre el final. Como dice Montaigne, tienes que poder decidir, con total libertad, cómo quieres mancharte. La libertad de poder elegir. Creo que eso es un derecho fundamental. No se trata de imponer nada a nadie, si no de que si yo quiero pueda hacerlo. Que nadie, en un momento tan crucial, te imponga su pensamiento. Debido a los avances de la medicina hemos logrado alargar mucho la vida, pero es esencial que puedas decidir irte antes de que llegue el dolor y la agonía, que muchas veces se hace insufrible. Creo que los cristianos deberían planteárselo como un tema de compasión. Quiero tener la libertad de salir cuando quiera y no tener que asumir una decisión pública general que se nos impone a todos.

– Por otra parte, plantea usted la literatura como un elemento de salvación, ¿no es así?

Sin duda. El protagonista de Los viajeros del continente es alguien que se enfrenta a la muerte y a la enfermedad y es salvado por la literatura y por la cultura. Al final se plantea que ha tenido una vida llena de riqueza y de felicidad gracias a la literatura. Incluso destila su enfermedad a través de lo literario. En ese sentido creo que la novela tiene una vocación de defensa de la cultura. En el mundo actual parece que a veces tienes que pedir disculpas por hablar de cultura o por hacer un relato culturalista. Insisto en que la cultura es precisamente uno de los grandes valores de Europa.

– ¿Con qué mensaje le gustaría que se quedase el lector tras acercarse a Los viajeros del continente?

Con la celebración de la vida a través de la cultura, porque no me canso de insistir en que la cultura nos hace más felices y mejores. Y, por supuesto, con despertar las ganas de viajar. Emprender sin miedos el maravilloso viaje de la vida.

– ¿Cómo es su técnica a la hora de escribir?

Mis libros, especialmente las novelas históricas, requieren un extenso proceso de documentación que puede llevar varios años. Me sumerjo con toda la profundidad que puedo en el fondo de la historia. Todo ese edificio, todas esas ideas, las voy anotando en cuadernos. Sé cómo va empezar y a terminar la novela, pero en el medio van sucediendo cosas y dejo absoluta libertad para que vayan produciéndose. Tras ese proceso de documentación, principio y final cerrado pero escritura muy abierta. Por otra parte, como he apuntado, ser periodista me ha dado pulso y disciplina a la hora de escribir.

– Ha recibido un buen número de reconocimientos, ¿qué piensa de los premios?

Hay de todo. He tenido la suerte de ganar algunos, de participar como jurado en otros y no creo que puedan meterse todos los premios en el mismo saco. Sabemos que hay los que son una pura estrategia de marketing, pero hay otros muy interesantes. Personalmente me han servido, pues al ser una autora andaluza y no estar en los centros de edición de Madrid o Barcelona, en donde parece que pasa todo, gracias a ellos he tenido la oportunidad de acceder a las editoriales y que te conozcan más lectores para contribuir a la idea de que en la periferia también pasan cosas.

– ¿Cuáles son sus próximos proyectos?

Estoy con una biografía sobre Sevilla como ciudad, un proyecto que me ilusiona muy especialmente,  y también ando en la preparación documental de una saga intelectual española.

Miembro de la Academia Sevillana de Buenas Letras y de la Real Academia Hispanoamericana de Ciencias, Letras y Artes de Cádiz, Eva Díaz ha sido directora del Centro Andaluz de las Letras.

Entre sus novelas figuran El sueño del gramático, El color de los ángeles, Adriático (Premio Málaga de Novela y Andalucía de la Crítica 2013), El sonámbulo de Verdún, El club de la memoria (finalista del Premio Nadal 2008), Hijos del mediodía y Memoria de cenizas (Premio Miguel de Unamuno).

Además, es autora de los ensayos Travesías históricas; La Andalucía del exilio; Sevilla, un retrato literario; El polvo del camino, el libro maldito del Rocío; Rutas del exilio español en Londres y Abate Marchena. Vida y obra de un revolucionario.

Por su labor en El Mundo, ABC, El País y Andalucía en la Historia ha recibido el Premio Andalucía de Periodismo, Unicaja de Artículos Periodísticos y el Francisco Valdés de Periodismo Cultural.