La muestra hace un recorrido por el trabajo de Rafael Canogar (Toledo, 1935) a través de una antología de sus obras, diversos textos y bibliografía. Se pretende que el visitante pueda apreciar la evolución del artista, desde sus orígenes hasta la actualidad, destacando hechos de su vida y las consecuencias que estos han tenido en su trabajo.

Análisis abstracto

Canogar ya había alcanzado notoriedad como pintor de vanguardia cuando en 1957 funda el grupo madrileño El Paso junto con Saura, Millares, Feito y Rivera, entre otros.

El informalismo fue para él expresión de libertad, de lo irrepetible y único, realizada con una caligrafía directa y espontánea, arañando con sus manos la materia como, en palabras del propio Canogar, el labrador castellano arando la tierra. Obras eminentemente intuitivas y pasionales, realizadas con la urgencia que el tiempo, la edad y las teorías reclamaban. Pero ese posicionamiento radical no podía mantenerse indefinidamente sin «academizarse», e insuficiente para comunicar y expresar la tensión de la realidad, de la nueva conciencia social y política que despertaba en el mundo.

Vuelta a la abstracción

La tercera dimensión dio finalmente solución a su nueva obra, a su segundo periodo (no representado en esta exposición) que a partir de 1963 sería una realidad compleja, una nueva imagen del hombre, obras por las que se le concedió el gran premio de la Bienal de São Paulo.

La incorporación de nuevos materiales le permitió su proyección en la realidad del espectador, en un ineludible intento de hacer participar a ese espectador de un drama colectivo, «imágenes cosificadas donde lo humano, objeto y cantidad, adquieren jerarquía simbólica», como dejo escrito Aguilera Cerní.

En 1975 vuelve a la abstracción, a un análisis de la pintura, del soporte, de la bidimensionalidad de la pintura y, finalmente, después de años de su periodo “fragmentaciones”, o estructuración de forma y materia, de objetualización de la pintura como testimonio de fuerzas –construcción-de construcción– y marcación de territorios, como constantes del hombre, Canogar quiere recuperar el espíritu que le inspiró su primera obra, con una pintura que ni idealiza la naturaleza ni la reproduce como mero fragmento, sino que se concibe como proceso. Una pintura donde ha querido dejar rastro de la intensidad metafórica y lírica de la superficie pictórica, de «reinventar la pintura».