Díez Alaba viene desarrollando desde hace más de 30 años una intensa actividad artística caracterizada por su gran implicación y defensa de la pintura. Combinando abstracción y figuración, compone un discurso personal que le identifica y distingue de otros artistas de su generación. Sus raíces se encuentran en la confluencia del clasicismo, lo romántico y lo más contemporáneo de la historia expresionista de la pintura.

Mikel Díez Alaba. Transitando un tiempo, organizada gracias al patrocinio de BBK Fundazioa, reúne un total de 33 obras, en su mayoría acrílicos sobre lienzo o papel y realizadas en los tres últimos años. Se distribuyen principalmente en la sala 33 del museo, que alberga entre ellas una pieza mural compuesta por 144 pinturas de reducidas dimensiones, a las que el artista llama “mínimos”. Otros espacios, como la galería Arriaga o el exterior del museo, acogen impresiones redimensionadas de originales, algunos expuestos en la sala. Por último, en la sección de arte contemporáneo, se sitúa otra obra en diálogo con las de los pintores vascos Balerdi y Sistiaga, en las que se observa también, como en la obra de Díez Alaba, la espontaneidad de una pincelada ligada a la abstracción.

Mikel Díez Alaba nació en Bilbao en 1947. Tras iniciar su formación artística en su ciudad natal, viajó primero a Valencia y luego a Madrid para completar los estudios en las escuelas superiores de Bellas Artes de San Carlos y de San Fernando, respectivamente. A comienzos de los años setenta se trasladó a París gracias a una beca de la Fundación Juan March.

Crítica social

Durante estos años iniciales se dio a conocer con obras centradas en la crítica social que representan figuras distorsionadas en escenarios de una austeridad áspera y desapacible. Es una pintura figurativa, en clave expresionista y con influencias británicas –Bacon, Hockney o Peter Blake–, que critica en clave irónica, y sin ocultar la desazón existencial, el contexto social y las costumbres y los personajes de la burguesía.

Sin embargo, este periodo en diálogo con los acontecimientos de la época fue breve y pronto, a partir de 1974, dio un giro a su obra. Desde ese momento eliminó prácticamente la figura humana de su repertorio y evolucionó hacia una abstracción expresionista, plasmada a través de un cromatismo enérgico y un trazo violento. Con esta técnica describe estructuras geométricas, en ocasiones de aspecto vagamente arquitectónico, que enmarcan líneas negras, rojas, blancas y amarillas, impresas con el gesto vigoroso e irracional de la action painting. Comenzó también por entonces una intensa actividad expositiva en muestras tanto colectivas como individuales, que Díez Alaba mantiene hasta nuestros días.

La luz y la naturaleza

A partir de 1976 se produce otro cambio fundamental en su pintura, que abandona esas imágenes urbanas imprecisas y nocturnas para renovarse formalmente al explorar la luz del día y la naturaleza. Con técnica siempre gestual y cromatismo brillante comenzó a interesarse en describir abstracciones de aspecto vegetal, que pronto se convirtieron en amplios paisajes. En un principio, evocaban el paisajismo romántico alemán por sus árboles y motivos vegetales, ejecutados con una técnica delicada y transparente. Pero pronto adquirieron un carácter más surrealista que, en ocasiones, recuerda el uso expansivo del color y los escenarios surrealistas de la pintura de Matta. Descubre también en esta época el pensamiento de Jorge Oteiza, que condiciona su concepción de la experiencia artística como vía de conocimiento, y la importancia esencial del propio proceso de elaboración, lento y concienzudo, de sus obras.

Pero será a comienzos de la siguiente década, en 1981, cuando el traslado de su residencia a Menorca cambie definitivamente su pintura, a partir de entonces trasmutada por la luz y el paisaje baleares. Desde ese momento, el nuevo entorno natural que rodea al pintor acapara todo su interés creativo. De este modo, el color se hace lírico, pleno y vital, y la técnica gestual se vuelve más controlada y abstracta para recoger los matices del mar y el cielo en un personal equilibrio, o tensión, entre abstracción y figuración.

Sus composiciones atmosféricas, realizadas con una técnica con intención descriptiva, que utiliza gestos amplios y colorido fluido y, a veces, transparente, que recuerda la delicadeza de la factura y el toque caligráfico orientales. Paulatinamente, las formas se definen y el cromatismo se enriquece. Son la expresión de la relación del pintor con los espacios abiertos de su entorno y plasman un mundo propio de abstracción paisajista y aire surreal que conforma desde entonces una línea de trabajo estable.