La gente aparece en la intersección de dos ideas: un texto del autor, Juli Disla, que recreaba el desarrollo de una asamblea o reunión de personas y, por otra parte, un proyecto del director, Jaume Pérez, en el que se pretendía explorar la actuación grupal y las diferentes identidades que podían surgir dentro de un colectivo. Desde luego, el encuentro debió darse casi por inercia: ambos se pusieron en seguida a trabajar compartiendo los materiales que darían forma al experimento escénico que ahora ofrecen.

Un experimento escénico que va de la mano del experimento social que ha tomado cuerpo en España en estos últimos años: la organización asamblearia como método de toma de decisiones y resolución de conflictos, el intento de levantar una voz colectiva y, en fin, la voluntad de participación política generada por el descontento, la sensación de fraude y el progresivo rechazo a la observación pasiva y abúlica.

La gente es una forma de plasmar esa toma de conciencia colectiva que acaba cuajando en la asamblea ciudadana, utilizando unos mecanismos y una gramática concretos: con ellos juega la obra para problematizar los peligros o los aciertos del fenómeno y su capacidad para transformar la realidad. “La participación, en sí misma, no es la solución sino un paradigma de organización”, comenta Jaume Pérez, “la verdadera democracia requiere compromiso, concentración constante sobre el tema y responsabilidad personal; el concepto mismo de gente es muy inconcreto e indeterminado”.

Representar una reunión política utilizándola como espacio de cuestionamiento de los mecanismos que rigen estas esferas es una suerte de retorno por parte del teatro, como una cucharada de su propio caldo: su carácter político incide una realidad política va buscando nuevos caminos y, para tropezarse algo menos, puede aprovecharse de las reflexiones que propicia el arte.