En la obra de Kooi se puede observar un proteico pulso entre el hombre y la naturaleza, entre cada persona y su entorno, una compleja y conflictiva relación que hoy en día el mundo se replantea más que nunca y que está por reinventar.

Por otra parte, sus imágenes reflejan una paz y cierta frialdad nórdica solo aparentes, ya que bajo ese manto de quietud se esconden una serie de intensas sensaciones que van desde la euforia, el aislamiento, la sorpresa o el temor.

Laboriosidad y talento

La planificación de sus imágenes requiere de una laboriosidad y un talento que hace de la puesta en escena un ejercicio de virtuosismo. La reinvención que la fotógrafa consigue de un género tan tradicional como es el del paisaje con figuras va más allá de la relectura de los grandes maestros flamencos, como Vermeer, Brueghel, Patinir o El Bosco, sino que levanta de la nada, de la cotidianeidad, imágenes inestables, llenas de cuestiones ocultas que hacen sentir un latido interior.

Según Ellen Kooi, “se pueden ver mis imágenes como enigmas sin resolver pero eso sería una forma de pensar demasiado ‘lógica’, como si tuviera que haber una respuesta para todo. No existe una única respuesta a una narración. Lo que a mí de verdad me importa es que las historias que cuento sobre el cuerpo, su fuerza y vulnerabilidad, encuentren eco en las experiencias personales del espectador. Mis narraciones tienen finales abiertos y yo las presento de manera que cada uno pueda imaginar sus propias historias y encuentre sus propias respuestas».