Con su contundente presencia plástica, estos tres escultores consiguen presentar tanto la renovación escultórica que tuvo lugar en Gran Bretaña a partir de los años treinta y hasta hoy como las dos maneras de abordar la práctica escultórica: el camino clásico de la escultura de masa y volumen y la plástica del assemblage, en la estela de las investigaciones inicialmente propuestas por el trabajo pionero de Pablo Picasso y Julio González en 1928.

Cuando el mayor de los tres, Henry Moore, comenzó sus estudios en 1919 en la Leeds School of Art fue el primer estudiante de aquella escuela que quiso dedicarse a esta práctica artística. Aunque en el arte británico existía una tradición escultórica previa de corte realista y academicista –con la excepción de Jacob Epstein y el prematuramente desaparecido Henri Gaudier-Brzeska que, con su llegada a Gran Bretaña, afianzaron el desarrollo de las propuestas cubistas– fue Henry Moore quien llevó la escultura a una vía de experimentación completamente renovadora, y tanto su obra como su enseñanza tuvieron consecuencias decisivas para la evolución de este medio artístico a partir del período de entreguerras. En líneas generales, su producción evolucionó desde una primera época arcaizante, relacionada con las influencias del arte primitivo, hasta obras de formas onduladas en las que, a partir de 1933, horada la figura para dar entrada al hueco y al vacío, comunicando entre sí las superficies de la masa escultórica.

Hepworth, obra escultórica innovadora

Paralelamente, su compatriota y amiga Barbara Hepworth desarrolló también una obra escultórica innovadora. Conoció a Moore como estudiante en la Leeds School y ambos mantuvieron de por vida una estrecha amistad. Hepworth evolucionó rápidamente de una escultura figurativa de rasgos primitivistas a una producción abstracta. La fascinación por el material, la textura y la forma –que tomó de Brancusi, al que visitó en su estudio parisino ya en 1932– protagonizan su obra que, al igual que la de Moore, se caracteriza por formas redondeadas, sinuosas y el juego de los vacíos del espacio escultórico.

La labor renovadora de Henry Moore se extendió y tuvo un sonoro eco en las generaciones posteriores. El más joven de los tres, el recientemente fallecido Anthony Caro, trabajaría como asistente en el estudio de Moore en los años cincuenta, aprendiendo del maestro las posibilidades de investigación de los distintos materiales. A su vez, la experimentación formal de Caro –una producción centrada en el uso del ensamblaje como medio de construcción y en la insistencia en la presencia física de la obra– ha marcado un nuevo punto de inflexión para la escultura británica, y desde su magisterio en Saint Martin’s School of Art ha sido durante años un referente para el desarrollo de algunos de los lenguajes escultóricos contemporáneos.

Obras en exposición

La selección de obras de esta exposición, procedentes de colecciones particulares, compagina, en el caso de Moore, la escultura y el grabado, y muestra dos de sus temas recurrentes: la figura reclinada y la madre y el niño, un motivo que, según reconoció el propio artista, llegó a convertirse en una obsesión, representada aquí por Mother and Child [Madre e hijo], de 1953. La acompaña una serie de inquietantes aguafuertes surgidos del regalo recibido en 1966 de su amigo el biólogo Sir Julian Huxley: el gigantesco cráneo de un elefante africano, que se convertirá en un contenedor en el que Moore encuentra todas las formas posibles.

De la rápida evolución de Barbara Hepworth durante los años treinta desde una escultura figurativa de líneas arcaicas hasta una producción abstracta y esencial presidida por una conexión con la naturaleza especialmente profunda da buena cuenta Figure in a landscape (Zennor) [Figura en un paisaje (Zennor)], de 1952, cuyo título incluye el nombre de una localidad de Cornwall, la zona de Inglaterra en la que Hepworth vivió largos años.

Por último, las dos obras de Anthony Caro pertenecen a una misma serie, Table Pieces [Piezas de mesa], iniciada en los años sesenta, en la que el artista desarrolla las múltiples posibilidades existentes bajo el común denominador de una mesa como soporte. Aunque datan de momentos distintos –una de ellas es de 1975-76 y la otra de 1982-83–, Caro utiliza en ambas el ensamblaje como medio de construcción, y el acero, que deja desnudo y desprovisto de color, de modo que su calidad y grado de oxidación sirvan de aglutinante visual de las partes que lo integran.