«Andrew disfrutó de una gran popularidad en Estados Unidos, pero no es nada conocido en España. Sólo ha trascendido una obra, El mundo de Cristina, que se encuentra en el MoMA de Nueva York y que el museo no presta nunca, por lo que no podemos contar con ella en esta muestra», explica Guillermo Solana, director artístico del Thyssen y uno de los comisarios de la exposición junto con Timothy Standring, conservador de Pintura y Escultura de la Gates Foundation del Denver Art Museum.

Para conocer a estos dos artistas, cuyo trabajo discurría en paralelo y se complementaba o incluso servía para plantear desafíos entre ellos, «es muy importante saber cómo produjeron su obra. Muy poca gente conoce el proceso. Mientras que Andrew se sentaba en una silla con los dibujos tirados en el suelo, el estudio de Jamie parece una explosión. Es el lugar de trabajo de un artista que tiene que pintar todos los días», asegura Standring.

Niños prodigio

Junto al gusto por lo teatral, el humor negro o la experimentación técnica, los Wyeth compartieron una misma sensibilidad. Los dos trabajaron en Pensilvania y Maine y en un relativo aislamiento del mundo artístico. Ambos fueron niños prodigio y se educaron en casa, donde, además, aprendieron las técnicas artísticas de miembros de su familia y dedicaron miles de horas a dominar el oficio y a buscar, hasta encontrarlo, el universo que querían mostrar a los demás.

También tienen en común la utilización de técnicas y materiales de una forma muy heterodoxa. Tal vez como reacción a su rigurosa formación académica, ninguno de ellos aplicó nunca a los dibujos ni a las obras acabadas ningún tipo de jerarquía formal. Todo empezaba cuando sentían una emoción profunda que, en palabras de Standring, se resumiría en “pinta lo que te inspire en cada momento, pinta lo que conoces y amas”.

Como asegura Jamie Wyeth, «se ha escrito mucho sobre la obra de mi padre, definiéndolo como un pintor realista, pero no era ni preciso, ni minucioso, ni ordenado. Era un pintor salvaje, explosivo». Por ese motivo el comisario define su obra con el término de ‘pintura negligente o pintura sucia’.

Conversación artística

El acceso a las colecciones privadas de Andrew y Betsy Wyeth y de Jamie Wyeth ha permitido desarrollar un completo proyecto expositivo, con importantes obras de ambos que recorren todos los periodos de sus carreras. La exposición está planteada como una conversación artística entre los dos pintores en torno a algunos de los temas que han marcado su producción, y que sirven para organizar el recorrido en las secciones Padre e hijo; Amigos y vecinos; Lugares compartidos; Desnudos; Animales; Control y exuberancia y Extraños prodigios.

En el primero, Padre e hijo, se muestra dónde se criaron Andrew y Jamie, en un hogar lleno de libros y de creatividad. De hecho, el padre de Andrew, al que se conocía como N.C., adquirió notoriedad como ilustrador, alimentó las inquietudes artísticas de Andrew, y este transmitió a su vez ese espíritu a Jamie. En esta sección se muestra como Jamie aspiraba a hacerse un nombre como pintor de retratos en su juventud.

La segunda parte muestra cómo los dos artistas buscaban inspiración en los objetos y personas que conocían bien. Sus modelos son en su mayoría amigos, vecinos y familiares, además de pintarse el uno al otro. En Lugares compartidos se reúnen las obras relacionadas con los sitios familiares localizados en los pueblos costeros e islas de Maine. Los desnudos escasean en la obra de ambos hasta 1968, año en el que diversas circunstancias le llevaron a explorar la figura humana.

Los animales domésticos de los Wyeth siempre fueron parte de la familia. Padre e hijo se identificaban mucho con ellos cuando los pintaban. En Control y exuberancia se recogen obras donde trabajan de una manera más libre e intuitiva. Finalmente, Extraños prodigios recoge obras en las que se representan las tradiciones de la familia Wyeth, que ejercieron una gran influencia sobre los artistas.