El visitante se va a encontrar alrededor de 40 obras, entre fotografías y fotomontajes, procedentes de la galería Kamel Mennour y dos colecciones particulares, que desvelan un halo heterodoxo respecto a una sexualidad en la que el fetichismo y el travestismo son los protagonistas. «Un gabinete de curiosidades mórbidas. Misterio, sexualidad, fantasía. De ahí que lo surrealista en su obra sea evidente y lejano al mismo tiempo», explica García-Alix.

Las fotografías, fechadas en torno a los años 60, muestran la ambigüedad sexual en la que Molinier, siempre travestido y a veces acompañado, alejado de la hipocresía de la moral, despliega una visión onanista de la sexualidad a través del uso de objetos. Como explica el fotógrafo leonés, «en sus imágenes le vemos sonreír, con dientes afilados. Hierático y rabioso como si fuera un caníbal, se oculta tras una máscara ornamentada de recortes».

Maestro en la construcción de historias, Molinier lleva el voyeurismo al extremo y busca en la figuración del deseo, a través de su propio cuerpo, su territorio más íntimo de creación. «No busca gloria ni honores. Se muestra obsceno. Perverso. Como un exhibicionista abriendo su gabardina», dice García-Alix. Las imágenes que realizó develan un universo cargado de sexualidad y reivindicación del placer. El inconformismo hacia su cuerpo y el desdoblamiento de su personalidad fueron otras de las características de su obra.

Precursor del body art

Pierre Molinier (Agén, 1900 – Burdeos, 1976) fue pintor de profesión y proveniente de una familia modesta, tuvo una vida transgresora que convirtió en objeto de su expresión artística. Como su padre antes que él (era pintor de brocha gorda y la madre, costurera), Molinier se pegó un tiro en la boca y se suicidó en 1976 en la misma ciudad en la que vivió casi toda la vida, Burdeos.

Aunque había gozado de cierta fama en vida al encandilar a los surrealistas, fue amigo de André Breton y expuso en múltiples exposiciones, sin embargo, su obra es prácticamente desconocida para el público. Excesivo y autosuficiente, quería ser riguroso sin abandonar la experimentación: preparaba pigmentos de revelado en los que mezclaba su esperma, tenía relaciones sexuales con las muñecas que retrataba, cosía y hacía arreglos a mano en las prendas interiores femeninas que utilizaba para travestirse, en ocasiones como dominatrix, en otras como inocente discípula.

Sus autorretratos travestidos fueron una forma de experimentar la androginia, pero también le convierten en uno de los precursores del body art. La técnica que empleaba normalmente para realizar estos autorretratos era el fotomontaje combinando diferentes tomas parciales de su cuerpo.