A través de casi un centenar de obras, entre esculturas, dibujos, tratados anatómicos, pinturas, maniquíes anatómicos, cartillas de dibujo, reliquias, muñecos artísticos, fragmentos de retablo y figuras articuladas, procedentes de grandes instituciones y colecciones nacionales e internacionales, la exposición acerca al nacimiento de una «civilización del cuerpo» que ordena el pensamiento, atraviesa las ciencias, golpea los sentidos, se expresa en imágenes violentas o sensuales, e inventa, con ello, un nuevo espacio de sensibilidad y saber.

Creadores como Alberto Durero, José de Ribera, Andrea Vesalio, Juan de Juni, Alonso Cano, Tintoretto, Pedro de Mena, Veronese, Zurbarán y Goya, entre otros casi 40 grandes artistas, muestran en los diferentes apartados de la exposición el encuentro de la anatomía en el arte y, a la vez, la componente estética de los tratados anatómicos; las indagaciones sobre las proporciones de la figura humana; el influjo de la estatuaria clásica; la teatralización corporal de las pasiones; la ambigüedad tejida entre el desnudo y lo sagrado; el uso contrarreformista del imaginario anatómico como estímulo de la devoción del creyente; la excepcionalidad de la corporeidad femenina asociada con la reproducción y su deslizamiento hacia una observación erótica; el nacimiento del hombre-máquina, y, finalmente, el lazo entre color pictórico y apoteosis de la carne.

 

«Somos maravillosamente corporales». Esta breve frase del humanista francés Michel de Montaigne expresaba la admiración con que la cultura renacentista descubría un nuevo continente: el hombre y su cuerpo, la parte material del individuo, su naturaleza física, terrenal. En el curso de estos años, el cuerpo se apodera del escenario de la imaginación artística para quedarse largo tiempo, en una trayectoria dinámica de apasionantes cambios y evoluciones.

Hasta entonces, la figura aparecía reducida a un esquema desencarnado. Pero la nueva cultura, bajo el lema socrático «conócete a ti mismo», descubrió en lo humano un espectáculo inagotable, amparado por la ética de la dignidad humana y de la libertad de pensamiento. Las artes afrontaron este desafío con audacia e imaginación, conjugando sus búsquedas con las propuestas de anatomistas y geómetras, con las lecturas de los antiguos y de los filósofos de la naturaleza, unidos siempre por la preeminencia de la observación, de la mirada, de la experiencia, de los sentidos; y de la imagen, cuya difusión por la imprenta contribuyó al esplendor de este periodo.