«En 2006 -recuerda Fátima Sánchez, directora ejecutiva del Centro Botín-, la Fundación Botín inició una nueva línea de investigación sobre el dibujo de los grandes maestros españoles para poner en valor una obra muy importante en la trayectoria de estos artistas, aunque a veces no haya sido suficientemente reconocida. La exposición de los dibujos de Goya en la inauguración del Centro supuso la culminación de ese trabajo y hoy, con esta exposición de dibujos de Manolo Millares, seguimos apostando por la importancia de esta disciplina, ahora con artistas más cercanos a nuestro tiempo. Apostamos por la fuerza y la capacidad de expresión que ofrece Millares en sus dibujos y que esperamos lleguen, emocionen e inspiren a todos los visitantes».

Comisariada por Mª José Salazar, la muestra, para cuyo desarrollo se ha contado con la colaboración de la familia del artista, reúne una selección de 100 trabajos que recorren cronológicamente la producción y las distintas etapas de Millares, aquellas que evidencian el nuevo concepto del dibujo que surge en esos momentos a nivel mundial y del que él es un claro exponente.

«Había que buscar un artista que fuera el paradigma, el iniciador, que expresara mejor que nadie el sentimiento de la obra sobre el papel», explica Salazar. «Para mostrar ese nuevo camino, nadie mejor que Millares: es el artista más importante en la segunda mitad del siglo XX desde el punto de vista de producción de esa tercera vía, la obra sobre papel».

Desde 1946

En Santander pueden verse creaciones de sus inicios en 1946, un tanto académicas, pasando por algunas de sus composiciones surrealistas, sus obras de influencia aborigen y sus pictografías, hasta centrarse en la producción que desarrolla entre 1955, cuando se traslada a la península, y 1971, meses antes de su temprano fallecimiento; obras de gran fuerza y personalidad, que le llevan a ser considerado uno de los creadores más importante de su época.

Manolo Millares, cofundador del grupo El Paso en 1957, —junto a otros grandes artistas españoles como Antonio Saura, Manuel Rivera o Rafael Canogar—, y célebre por el uso de arpilleras, sacos, cuerdas y otros materiales en sus obras, es transgresor y brillante en sus trabajos sobre papel, como lo es en toda su producción. Es el impulsor de un cambio conceptual en el dibujo, considerado como una disciplina menor, al romper con un método que hasta entonces había permanecido anclado en España en los cánones del siglo XIX. El artista canario incorpora los cambios de las vanguardias internacionales en sus trabajos sobre papel, en una obra en la que predomina y se valora el gesto, la fuerza y el pensamiento, rompiendo con todo lo establecido.

Toda su producción está basada en su entorno y es, sin lugar a dudas, un artista comprometido y en lucha constante con su momento histórico, social y cultural. Pertenece a ese grupo de creadores españoles que, con una infancia marcada por la guerra, surge en los oscuros años cincuenta conformando un movimiento que levanta la voz, mediante su obra, ante la situación social del país.

En su producción se pueden distinguir cuatro etapas: una primera autodidacta, de inicio y formación, de dibujo académico, naturalista (1945 – 1948); una segunda entre la investigación y la búsqueda, expresionista (1948 – 1954); una tercera de consolidación e innovación plena, en la que el trazo es ya testimonio vital (1955 – 1963); y una cuarta (1964 – 1971) de plenitud, denuncia y fuerza, en la que su obra finalmente alcanza la madurez y abre un camino nuevo al dibujo en nuestro país.

En sus trabajos sobre papel se detecta una constante a lo largo de toda su trayectoria, que sin duda desvela su evolución: desde retratos familiares con imágenes figurativas a composiciones de influencia surrealista o constructiva, para finalmente utilizar trazos deshechos, con grandes pinceladas, acordes con su pintura, empleando para ello tanto el grafito y la acuarela como la tinta china.

Millares abre con sus dibujos una nueva forma de expresión, anulándolo como disciplina dependiente de las otras artes: en aquella época, el dibujo era utilizado para manifestar de manera sencilla y espontánea un proceso mental ligado en todo momento a la pintura o la escultura, como soporte primero o boceto de origen de la obra, por lo que era considerado un trabajo menor. El artista propicia un cambio no solo conceptual, sino en su aspecto externo, en el que el trazo y el gesto adquieren primacía frente a la línea, espontánea (exceptuando sus primeros trabajos, anteriores a su llegada a la península en 1955), con un claro predominio del sentimiento sobre la mera apariencia.

El dibujo se libera para dar paso a obras en las que prima el color, aplicado incluso con pincelada gestual, expresionista. Se representan objetos o paisajes, pero sin cerrarse en la forma, y se prima, por encima de la similitud o la apariencia, su poesía o su musicalidad, su expresión y comunicación. Prevalece, por encima de la representación, el pensamiento, la idea.

Retorno al pasado

Las investigaciones sobre el potencial del dibujo llevadas a cabo por Jackson Pollock en los años cincuenta, influirán decisivamente en la forma de expresión y sistema de trabajo que desarrolla Millares en todas sus obras en papel, creando un conjunto acorde y consecuente que forma parte de la propia historia del dibujo en el siglo XX y que, a juicio de la comisaria de la muestra, retorna en cierto modo al pasado, a Extremo Oriente, con trabajos en los que unifica escritos caligráficos o poemas con imágenes, en tinta china o aguada.

Estas «pinturas sobre papel», son una constante a lo largo de su trayectoria y conforman un claro exponente del nuevo concepto del dibujo, evolucionando desde las formas académicas en las que se busca la semejanza con el natural, a una obra en la que prima el valor intelectual y que utiliza para plasmar ideas y pensamientos, en ocasiones como medio de comunicación y denuncia. Se produce en Millares una evolución pareja a sus momentos vitales, que desemboca en el exponente en nuestro país de los cambios que están surgiendo a nivel internacional.

Por todo ello, la obra sobre papel que se presenta en esta exposición es un claro testimonio del «grito silencioso» que dominó su espíritu y trascendió a su trabajo. Millares fue un creador que supo sobrevolar su tiempo y sus circunstancias con el grito desgarrador y silencioso de su obra.

El artista según su hija Coro

Esta exposición habla muy claramente de lo que era mi padre. Yo creo que detrás de todo gran artista que se entrega a la abstracción hay siempre un gran dibujante. De hecho, mi padre, en 1951, dijo: Aunque practico la pintura moderna no abandono por ello la pintura figurativa, no sólo porque visite el estudio, sino por lo profundamente humano que encierra.

En su primera época se dejó influir y se apasionó por determinadas corrientes artísticas en un momento en el que, viviendo en una isla, hay que tener en cuenta el factor del aislamiento… Recibe con avidez todo lo que le llega, se ilusiona mucho con la pintura de Dalí, Picasso, Torres García… y es cuando empieza a moverse en esas corrientes surrealistas, constructivistas… e incorpora todo ello a su pasión por el mundo de la arqueología.

Mi madre dice que él nunca fue un guerrillero, un activista, de puertas afuera… pero quizá sí en su estudio, utilizando como armas los pinceles, los lienzos, las arpilleras. Nunca, nunca, -a pesar del complejo momento político- abandonó la denuncia, que se puede ver claramente en algunas de las piezas de esta exposición, como en la serie de Mussolini o en la de los sacerdotes, de las que se ven dos obras en la muestra pero que se compone de cincuenta.