Los paisajes de Bettini transportan a los museos de historia natural del siglo XIX, al paisaje enlatado en sus dioramas, a una naturaleza que se exhibe encapsulada junto a especies disecadas, extintas o en peligro, que no viven ya en sus hábitats porque estos también desaparecen bajo la bota del monocultivo. En su trabajo, la artista española de origen argentino denuncia el derecho que el hombre se ha atribuido para explotar el mundo y todo lo que vive en él.

Su delicado trabajo acerca al mundo de los pioneros de la pintura botánica científica y paisajista en una época en que se sufragaban expediciones que se extendían por todo el globo y que vivió su esplendor en el siglo XIX. Estas expediciones iban al ‘rescate’ de un mundo escondido y remoto, más allá de los límites dominados por el occidental, para traerlo ante los ojos de la ‘civilización’.

La fórmula, bien conocida, era el diorama. «Los dioramas de hábitats clásicos –explica Bettini– provienen de una larga tradición de recolección y muestra de especímenes naturales. Sus tres componentes principales son: los animales en taxidermia; el primer plano, que incluye todos los detalles en tres dimensiones que acompañan a los animales, y la pintura de paisaje en un muro curvo, de esencial importancia para crear la ilusión del entorno, el espacio y la distancia».

La artista adopta esa fórmula e, igual que éste representa a la naturaleza, Topografía del borrado desnuda la propia representación. Como si de un efecto Droste se tratara, sus pinturas al óleo diseccionan los paisajes del propio decorado en sí. Las especies en taxidermia que los poblaban, las verdaderas protagonistas, ya no están ahí, como ocurre, probablemente, en el mundo real que estas cápsulas pretenden copiar.

La propuesta de la artista recoge, por un lado, la idea del proceso de organización y archivo museístico y, por otro, el de borrado y desaparición silenciosos de todos los elementos disidentes a la domesticación: grandes mamíferos, aves e incluso los propios enclaves naturales. «Los fondos paisajísticos de los dioramas son el punto de partida de una serie de pinturas de gran formato en las que toda la atención se desplaza al momento de construcción del artificio de la naturaleza mediante la pintura de paisaje», explica Bettini.

Dinámica perversa

Gabriela Bettini recuerda que los dioramas fueron creados por los museos para promover el amor y la preocupación por la naturaleza. Y a pesar de que su objetivo, al menos teórico, era proteger y preservar, en aquellas expediciones unos se dedicaban a pintar paisajes mientras otros se consagraban a la caza de animales de todo tipo: «Estas grandes caravanas sufragadas en nombre de la ciencia y el saber se dedicaban a capturar paisajes y animales por igual, a hacerlos suyos, en una suerte de representación exenta de vida. La vocación divulgativa y conservacionista que se proclamaba adquiría una dinámica perversa con la diezma de ejemplares, la irrupción y desnaturalización de los propios hábitats. Más que entender y proteger la naturaleza, el hombre occidental creaba una representación muerta de ella en un intento de posesión. Las tierras conquistadas se convertían en un decorado de museo».