«Este ha sido el proyecto más importante de mi vida -destaca Heras-Casado-, y no solamente por lo que supone hacerse cargo de El anillo…, sino también por cómo ha transcurrido, cómo lo hemos llevado a cabo, a pesar de todos los enormes retos que tiene ya de por sí, y algunos más que nos ha puesto delante el destino».

Y en cuanto a los retos, los números. La interpretación de El ocaso de los dioses cuenta con 11 solistas, 115 músicos -que estarán, como sucediera la pasada temporada en Siegfried, ubicados en el foso y en ocho palcos a ambos lados del escenario para mantener la debida distancia de seguridad sanitaria-, 62 miembros del coro y 17 actores figurantes.

El cierre de esta magna historia fue curiosamente la primera de las cuatro óperas en ser concebida por el compositor. En ella asistimos a la trágica muerte de Sigfrido, al sacrificio de Brunilda, al fin de la tiranía de los dioses y a la destrucción del Valhalla. El destino, la maldición del anillo y la ambición de los dioses conducen a los protagonistas a un final irreversible en el que, en contraposición, reside una brizna de esperanza al volver el anillo a las hijas del Rin y restablecer el orden natural.

Pablo Heras-Casado, director musical de 'El ocaso de los dioses', y Robert Carsen, concepción y dirección de escena.

Pablo Heras-Casado, director musical de El ocaso de los dioses, y Robert Carsen, concepción y dirección de escena. © Javier del Real / Teatro Real.

La estructura de la obra se asemeja a la de las tragedias griegas y el desarrollo musical camina en paralelo al devenir del drama, convirtiendo a la orquesta en una suerte de personaje o coro que anticipa, explica o narra la acción, avanzando entre los numerosos leitmotivs hasta llegar a la expresión trasformadora de la muerte de Sigfrido en la “Marcha fúnebre”-con una estructura tonal que va más allá de los límites formales de la música, asociada a una profunda reflexión filosófica-, y a la redención del mundo tras la inmolación de Brunilda.

Robert Carsen realiza aquí uno de sus trabajos más brillantes, concebido en estrecha colaboración con el escenógrafo y figurinista Patrick Kinmonth y el iluminador Manfred Voss. A lo largo de cuatro temporadas han desarrollado la idea que traslada la alegoría wagneriana a la actualidad en un mundo contaminado, que destruimos entre todos, pero que nos dará la oportunidad de resurgir tras un fuego sanador.

Heras-Casado se pone una vez más al frente del Coro y la Orquesta Titulares del Teatro Real junto a un elenco de grandes voces wagnerianas: Andreas Schager (Siegfried), Lauri Vasar (Gunther), Martin Winkler (Alberich), Stephen Milling (Hagen), Ricarda Merbeth (Brünnhilde), Amanda Majeski (Gutrune/norna),  Michaela Schuster (Waltraute), Elizabeth Bailey (Woglinde), Maria Miró (Wellgunde), Claudia Huckle (Flosshilde/norna) y Kai Rüütel (norna).

– Las nueve funciones de la ópera comenzarán a las 18.30 h, con excepción de los domingos, cuyo inicio será a las 17.00 h, para adaptar el horario a la larga extensión de la obra (cinco horas y media).

1909, estreno y «profanación»

'El ocaso de los dioses'. Imagen de la producción en el Gran Teatre del Liceu de Barcelona. © A. Bofill.

El ocaso de los dioses. Imagen de la producción en el Gran Teatre del Liceu de Barcelona. © A. Bofill.

Como recuerda Joan Matabosch, director artístico del Teatro Real, El ocaso de los dioses se estrenó en el Teatro Real el 7 de marzo de 1909, 33 años después de su estreno absoluto en el Festpielhaus de Bayreuth. Había ciertamente en Madrid melómanos que anhelaban la llegada al Teatro Real de los grandes títulos de Richard Wagner que todavía permanecían inéditos, y empresarios intentando hacer equilibrios entre su responsabilidad de ampliar el repertorio, las resistencias de una parte del público y las trabas administrativas de la época, que obligaban a que las representaciones teatrales en toda España terminaran, como máximo, a las doce y media de la noche, con multa de 500 pesetas para los infractores.

Explica Joaquín Turina que los empresarios del Teatro Real eran automáticamente sancionados cada vez que programaban una ópera de Wagner, a no ser que optaran por una de las siguientes soluciones: mutilar radicalmente las obras para ajustarse al horario o sustituir precipitadamente los títulos de Wagner anunciados. Ambas soluciones provocaban un estruendo de indignación y de protestas entre los wagnerianos, que convertían los estrenos en un desastre casi asegurado: unos no querían ver esas modernidades, y los otros no estaban dispuestos a aceptar versiones descafeinadas.

Protestaba una parte del público porque no quería «eso» en su abono, y protestaban los wagnerianos porque si se tenían que programar las obras con rebajas y mutilaciones casi era mejor no programarlas. Ese fue el enrarecido ambiente del estreno de El ocaso de los dioses en el Teatro Real: se adelantó una hora y cuarto el inicio, pero esta decisión no era suficiente para asegurar que la representación terminara a la hora reglamentaria, por lo que se tuvieron que realizar en la partitura una tal cantidad de cortes que el rol de Alberich sencillamente desapareció de la obra. Se suprimió el papel íntegramente, lo que despertó la ira de muchos wagnerianos que calificaron la decisión de «profanación».