En 1967, Antonio Buero Vallejo estrena El tragaluz, una de sus obras más celebradas, en la que propone un viaje de ciencia-ficción entre dos épocas, la posguerra y el siglo XXV. En la pieza, los habitantes de un futuro remoto se dedican a investigar la historia: tienen un «tragaluz», una poderosa máquina de visión que les permite proyectar fragmentos del pasado sobre su presente. Así reconstruyen las vidas de quienes les precedieron para preguntarse de qué modo sus dramas y demandas, sus luchas y sus crueldades también les pertenecen. Recordar se vuelve entonces una actividad compleja, íntima e incómoda, que confronta con los secretos que todo pasado guarda, y con las violencias a través de las que cada época se funda, de las que nos hacemos herederos, disidentes o cómplices.

Buero era hijo de un militar fusilado por la República, siendo él mismo encarcelado y condenado a muerte, pero por el bando sublevado, y más tarde censurado múltiples veces. Y aún así defendía públicamente que el compromiso radical con la dignidad humana debe guiar públicamente el trabajo de la memoria, por más que cada época nos exponga a nuestras propias contradicciones y engaños. De este modo, frente a cualquier visión redentora del pasado, la imaginación histórica sirve para explorar críticamente los fragmentos incompletos del ayer.

Necropolítica

Desde tal punto de partida, El tragaluz democrático. Políticas de vida y muerte en el Estado español (1868-1976) propone un recorrido por una constelación de fragmentos de ese pasado colectivo. En ellos se condensan formas de violencia desarrolladas por estados, ejércitos, instituciones y mercados (como el esclavista), pero también los intentos de resistirlas y contornarlas por parte de comunidades, personas y colectivos.

Como destaca el comisario de esta exposición, «a través de obras de arte, documentos, dispositivos o textos es posible reconstruir algunas zonas de vida en común. A lo largo de siglo y medio se pueden entender los orígenes y transformaciones del Estado español moderno si se estudian sus modos de administrar políticamente la muerte. Quienes se enfrentan con estas técnicas necropolíticas aprenden a resistirlas, imaginando alternativas y desarrollando formas de adaptación y supervivencia. Es así como el estudio de la violencia se vuelve inseparable de las memorias cívicas de quienes la sufrieron, atravesaron y resistieron: a este caudal de prácticas, testimonios y experiencias, a este conjunto de luchas por derechos y libertades lo llamamos memoria democrática».

Esta muestra gratuita ha sido organizada por el Ministerio de la Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria Democrática y Acción Cultural Española (AC/E). Puede visitarse de martes a sábado de 11.00 a 20.00 h, y los domingos y festivos de 11.00 a 13.00 h.

Sobre la violencia política

El recorrido plantea un debate maduro del pasado colectivo sobre la violencia política, así como las formas de resistirla, combatirla, discutirla y recordarla, proponiendo alternativas históricas, enfoques de resistencias, rechazos y estrategias adaptativas. La primera parte transcurre por las luchas ciudadanas desde el Sexenio democrático hasta 1936; un segundo módulo se concentra en la Guerra Civil; un tercero se dedica a la dictadura, para desembocar, en último lugar, en los orígenes de la Transición. A través de estas disidencias, revueltas y prácticas cotidianas se construyeron los derechos democráticos. Se trata, en su conjunto, de un largo túnel de pasados donde aún se divisan las sombras y las luces de la historia.