Hay escritoras cuya obra se comprende mejor cuando se atiende al modo en que habitaron su tiempo. La exposición Carmen Martín Gaite. Un paradigma de mujer de letras propone precisamente ese recorrido: el de una vida intelectual que no se dejó reducir a géneros, etiquetas ni obediencias generacionales y que convirtió la literatura en un ejercicio continuo de atención, escucha y diálogo.
Nacida en Salamanca en 1925, Martín Gaite creció en un entorno familiar poco común en la España de su época. La educación recibida —liberal, crítica y ajena a la ortodoxia religiosa— dejó una huella profunda en su manera de mirar el mundo. La casa familiar y los veranos gallegos, donde comenzó a escribir sus primeros poemas, fueron mucho más que escenarios de infancia: allí se gestó una sensibilidad abierta a lo fantástico, a lo marginal, a aquello que no encaja del todo en la realidad visible.

Clase de 6.º de bachillerato del curso de Carmen Martín Gaite en el Instituto Femenino de Segunda Enseñanza (Salamanca, 1941-1942). En las fotografías del instituto, Carmen (sentada, la segunda de la izquierda) casi siempre aparecerá al lado de su amiga Sofía Bermejo, con la que inventó la isla de Bergai. Archivo Carmen Martín Gaite (Junta de Castilla y León). ACMG, 82, 31.
La guerra interrumpió ese tiempo de formación. El fusilamiento de su tío Joaquín y el repliegue doméstico de la familia marcaron una experiencia de silencio y recogimiento que reaparecería, transformada, en su obra. No como trauma explícito, sino como conciencia de una historia quebrada, difícil de narrar sin rodeos.

Carmen Martín Gaite junto a varios compañeros de Facultad de Letras, a la entrada del Palacio de Anaya: María Dolores Ruiz Olivera, Ignacio Aldecoa y Federico Latorre. Salamanca, 1944. Archivo Carmen Martín Gaite (Junta de Castilla y León). ACMG, 95, 114.
Su paso por el Instituto Femenino de Salamanca y, más tarde, por la universidad fueron decisivos. Allí aprendió a elegir sus afinidades por razones intelectuales y afectivas, no sociales. También se formó en una filología rigurosa que nunca abandonó, aunque pronto comprendió que su lugar no estaba únicamente en el ámbito académico, sino en la escritura entendida como una práctica viva.
La llegada a Madrid, a finales de los años cuarenta, la situó en el centro de una generación que aún no sabía que lo era. El grupo reunido en torno a Revista Española compartía una desconfianza común hacia la retórica vacía y los finales complacientes. En ese clima, Martín Gaite fue dejando atrás la tesis doctoral para entregarse a una literatura que no aspiraba a imponer verdades, sino a formular preguntas con claridad.
El matrimonio con Rafael Sánchez Ferlosio formó parte de esa etapa de aprendizaje compartido. Más allá de los tópicos, su convivencia se sostuvo sobre una ética poco habitual entonces: independencia, reparto de tareas y respeto por el trabajo del otro. Italia, las traducciones y la conversación constante ampliaron su horizonte intelectual. Sin embargo, tras la separación tomó una de las decisiones más radicales de su vida: vivir sola.
Libertad activa

Martín Gaite visita la Estatua de la Libertad en su primera estancia neoyorquina. Abril de 1979. Archivo Carmen Martín Gaite (Junta de Castilla y León). ACMG, 87, 41.
La soledad, en su caso, no fue retirada ni renuncia, sino una forma de libertad activa. Durante los años setenta, esa elección coincidió con uno de los periodos más fértiles de su trayectoria. Ensayo, novela, diario y artículo periodístico respondían a una misma necesidad de pensar la experiencia —propia y colectiva— sin solemnidad, pero con una exigencia ética constante. El cuarto de atrás cristaliza como pocas obras esa mezcla de memoria, imaginación y reflexión sobre el propio acto de narrar.
Estados Unidos supuso otro punto de inflexión. Allí encontró reconocimiento académico, pero también un espacio vital en el que sentirse, de nuevo, joven.
Nueva York y las universidades norteamericanas le ofrecieron una distancia saludable respecto a los vínculos y obligaciones de siempre. Ese desplazamiento se tradujo en una renovación de su escritura, visible tanto en sus ensayos como en libros narrativos y en sus cuadernos, convertidos en auténticos laboratorios de ideas.

La Feria del Libro de Madrid significó para Martín Gaite la sorpresa siempre renovada de ponerle cara a su lector. Esto fue para ella el mayor reconocimiento en «la edad de merecer» (mayo, 1999). Archivo Carmen Martín Gaite (Junta de Castilla y León). ACMG, 88, 193.
La muerte de su hija Marta, en 1985, interrumpió bruscamente ese impulso. Durante años, la ficción quedó suspendida. Cuando regresó, lo hizo por una vía inesperada: el cuento, la reescritura de los mitos, la imaginación como herramienta capaz de decir el dolor sin agotarlo. Caperucita en Manhattan es, en ese sentido, uno de sus libros más íntimos, aunque adopte la forma de una fábula contemporánea.
El reconocimiento público llegó entonces de manera sostenida. Premios, lectores y reediciones: Martín Gaite habló de esa etapa como «la edad de merecer», no sin ironía. Su obra alcanzó una amplia difusión sin perder complejidad ni honestidad. Las novelas de los años noventa consolidaron una relación excepcional con el público, basada en la confianza y en una singular cercanía intelectual.
La exposición subraya, con acierto, que Carmen Martín Gaite no fue solo novelista. Ensayista, traductora, articulista, investigadora y autora de collages y guiones, su figura desborda cualquier clasificación simple. Su legado reside precisamente en esa pluralidad y en la defensa de una literatura de la interlocución, de la oralidad reflexiva y de los afectos como materia crítica.
Recorrer esta muestra no es solo reencontrarse con una escritora fundamental del siglo XX; es, sobre todo, asistir al proceso de una conciencia que hizo de la escritura un lugar habitable, un espacio desde el que pensar la historia, la intimidad y el lenguaje sin alzar la voz, pero sin ceder nunca a la indiferencia.
– Carmen Martín Gaite. El paradigma de una mujer de letras ha sido organizada por la Biblioteca Nacional de España, Acción Cultural Española (AC/E), la Junta de Castilla y León, la Universidad de Salamanca y la Fundación Martín Gaite y en ella han colaborado el Instituto de las Mujeres, la Fundación ACS y la Fundación Amigos de la BNE (FABNE).
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Mujer de letras

Carmen Martín Gaite, Ignacio Aldecoa y Alfonso Sastre. 1954. Archivo Carmen Martín Gaite (Junta de Castilla y León). ACMG, 81, 166.
Esta exposición propone una mirada amplia sobre Carmen Martín Gaite que revela la riqueza y diversidad de sus intereses intelectuales. Comisariada por José Teruel, profundo conocedor de su obra y responsable de la edición anotada de sus Obras completas, la muestra revisa los momentos clave de una trayectoria vital y literaria que sigue plenamente activa en el imaginario cultural cien años después de su nacimiento.
El recorrido se apoya en un conjunto cuidadosamente seleccionado de materiales: fotografías familiares, cuadernos manuscritos, cartas, agendas, objetos personales, primeras ediciones, traducciones, collages y material audiovisual. Todo ello dibuja un universo creativo inconfundible, en el que la escritura convive con el dibujo, la reflexión crítica y la observación cotidiana, y permite al visitante escuchar de nuevo la voz de la autora en entrevistas, conferencias y lecturas.
El itinerario acompaña a Martín Gaite desde su infancia y juventud en Salamanca —atravesadas por la Guerra Civil— hasta su llegada a Madrid en 1948, decisiva por el reencuentro con Aldecoa y su integración en el núcleo de la Generación del 50. En ese contexto se gestan sus primeras publicaciones y premios, que culminan en la década con El balneario, Entre visillos y Ritmo lento.
Curiosa y siempre dispuesta a pensar la realidad de su tiempo, ella encarna de manera ejemplar la figura de la «mujer de letras». En los años setenta tomó una decisión central en su vida y en su obra: habitar la soledad como forma de libertad y como motor creativo, una actitud que se refleja tanto en sus textos como en sus collages y en su relación con ciudades clave como Nueva York.
La última etapa de la exposición recoge la madurez literaria y el amplio reconocimiento público que consiguió: los grandes premios, el éxito editorial de los años noventa y una conexión excepcional con los lectores. Un legado sólido y vivo que continúa dialogando con nuevas generaciones y la confirma como una de las voces más singulares de la literatura española contemporánea.















