Precedida de una importante labor de conservación y restauración de su legado, la muestra revela su recorrido artístico: «Entenderle a él y su obra es comprender la encrucijada del arte del siglo XVIII bajo la mirada de un artista nacido en la periferia del reino que, tras su regreso a las islas, apostó por modernizar y oxigenar el gusto en su tierra», explica la comisaria.

Para la directora del Museo, Begoña Torres, «a pesar de que su influencia y legado son patentes, sus obras no han estado siempre tan visibles como merecen. De ahí esta exposición, que muestra cómo se singularizó en un contexto específico, entre el Barroco y el Neoclasicismo, entre las ideas anteriores y las reinterpretaciones modernas, sabiendo unir conceptos anteriores e ideas dieciochescas en favor de las necesidades de su trabajo».

Margarita Rodríguez considera que el pintor grancanario «formó parte de ese nutrido grupo de artistas que tuvieron que esforzarse en superar el espléndido pasado pictórico del que bebieron para poder avanzar e incorporar sus propuestas a los gustos de una clientela que, igualmente, no siempre pudo olvidar la tradición. Fue uno de esos maestros ‘invisibles’ que, aun asumiendo el peso de la tradición, actualizaron la pintura».

Maestro invisible

El recorrido de la muestra, a lo largo de las plantas baja, primera y segunda del Museo, se organiza en cinco capítulos temáticos -‘Retrato civil’, ‘Retrato religioso’, ‘Infancia de Jesús’, ‘Vida pública de Jesús’ e ‘Inmaculadas’- precedidos, en la sala Pardo Bazán, de un ‘Prefacio’ e ‘Índice’, así como de una aproximación a su trayectoria vital y un apartado dedicado a la conservación y restauración de su obra.

Así, el visitante puede valorar, entre otros temas, la pintura religiosa, con una importante muestra de la variedad de iconografía y devoción que caracterizó al barroco canario; o la pintura civil, a través del género del retrato, que recoge los rasgos distintivos de la representación de la identidad individual y colectiva del momento.

En suma, un testimonio del contexto histórico, social, artístico y cultural de las islas en el siglo XVIII y primeros años del XIX a través de obras que, con su característico estilo, evidencian el vaivén geográfico en el que vivió su autor. Por eso están salpicadas de múltiples influencias: grabados de la época, el tenebrismo cercano a la Escuela de Sevilla (evolucionando después hacia una mayor riqueza de colorido), la asimetría del rococó, el juego de luces, el realismo de los rostros propio de los pintores venecianos, la absorción de los modelos de Giordano o Palomino, las Inmaculadas que miran a sus devotos o la escenografía y la teatralidad, esencia de la retórica barroca y clave para entender al pintor grancanario en el panorama nacional. Un sello de modernidad que fue apreciado por los entornos ilustrados catedralicios.

Esta muestra ha sido organizada por el Gobierno de Canarias con la colaboración del Cabildo de Gran Canaria, Acción Cultural Española (AC/E), el Museo de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife y el Museo Lázaro Galdiano.

Rebelde

En 1752, el juzgado de La Laguna (Tenerife), donde vivía, condenó a Juan de Miranda a seis años de prisión por «trato ilícito» con Juana Martín Ledesma, con quien vivía amancebado y había tenido varios hijos, y por portar un puñal y una espada desnudos en el momento de la detención. Por su pobreza no se le condenaba a costas y el matrimonio con la citada Juana compensaba la indemnización, pero Miranda se declaró en rebeldía y acabó siendo enviado cinco años después al presidio de Orán, donde pintaría algunas de sus mejores obras y seguiría recibiendo numerosos encargos. Encargos que provenían de la Iglesia y de una adinerada clientela privada, y gracias a los cuales se granjeó un importante prestigio. Tanto es así que, en 1756, estando en la cárcel real de Las Palmas, solicitó un aplazamiento para poder acabar una obra de Jesús Nazareno en Telde, y la propia Audiencia reconoció en su sentencia que con su trabajo de pincel hecho en la cárcel mantenía a su madre y a dos hermanas muy pobres. También desde la cárcel envió en 1760 un cuadro al concurso de primera clase de pintura de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en cuyo reverso se autorretrató.

Tras recorrer algunas ciudades españolas, periplo que, al menos en lo pictórico, fue decisivo para la madurez de su obra, en 1773 regresó a Canarias, estableciéndose temporalmente en Tenerife y atendiendo tanto encargos domésticos como eclesiásticos. Falleció en Santa Cruz en 1805, a donde regresó al final de su vida después de un significativo trayecto por las islas.