La muestra se estructura en torno a cinco series realizadas entre 2018 y 2024, compuestas por obras de pequeño y gran formato que reflejan el gran momento en que se encuentra Bersabé y son buen ejemplo de los nuevos caminos del realismo. Para el comisario de la muestra y director del MUREC, Juan Manuel Martín Robles, «el discurso de la artista, que sentimos propio, se proclama altavoz desde el que se habilitan nuevas formas de figuración: un realismo de corte social».
Su pintura se convierte en la piel de quienes habitan el lienzo. Todo queda visible. Cada obra interactúa en varios sentidos. No se trata de mecanismos que ignoren la realidad; al contrario, su creación se convierte en el espacio idóneo para narrar la complejidad de un asunto tan delicado. Desarrolla una narrativa en torno a las personas ancianas y construye el concepto de vejez a través de dos vías: por un lado, el estigma, la enfermedad y la dependencia; por otro, el amor y el cuidado.
Las series reunidas para la ocasión generan una mirada retrospectiva a la propia vida y a la delicadeza de contarla. Son recuerdos de infancia, momentos actuales, vivencias pasadas; desde ahí plantea preocupaciones humanas universales. Sobre azul (2018) o Dime qué pañuelo quieres (2020) dan cuenta de ello. Al borde del abismo (2017) o Donde murmuran (2017) trabajan la edad y la vejez como arquetipos humanos.
El cuerpo pictórico y el cuerpo biológico se funden en obras como S/T (2018), dos piezas en gouache sobre papel donde se aprecian las condiciones psicológicas y el tiempo biológico, así como las huellas del paso del tiempo en la piel. Porque se trata de ponerse en la piel de nuestros mayores. «Comencé a pintar lo que me rodeaba: una familia matriarcal, con mi madre inmersa en el mundo de los cuidados por la enfermedad de mi padre, y mi abuela en casa. Eso generó una intimidad, un diálogo intergeneracional y un vínculo muy estrecho con ella», afirma la propia artista.
Fragilidad y fortaleza
Como destaca el comisario, la vejez opera en sus obras desde la subjetividad, permitiendo al espectador adoptar el relato desde la otredad y revestirlo de emoción. Construye un nuevo discurso que no necesita palabras: la piel de lo humano y la piel de la pintura se convierten en los guías de la narración. Observar sus obras Mapa interior I y Mapa interior II (2017) implica enfrentarse a una pintura de profunda verdad, vulnerabilidad, fragilidad, pero también fortaleza y amor. Es un reflejo fiel de la calidad humana y del ambiente de cercanía y familiaridad.
La artista dirige nuestra mirada hacia lo que pocos quieren contemplar: la madurez femenina y el espacio doméstico. Lo hace a través de retratos personales, convirtiendo su pintura en un espacio colectivo e individual que invita al diálogo íntimo con cada obra, sin filtros ni tapujos. Solo a través de una mirada sincera nuestra concepción de belleza se desmorona.
En ese diálogo, la relación entre espacio, tiempo y vejez funciona como un testamento transgeneracional. El envejecimiento como relato —la forma en que un sujeto se percibe y se comprende, por sí mismo y por los demás— adquiere fuerza en obras como Sobre las estrellas (2017). En ellas, la artista nos enfrenta a la longevidad, el paso del tiempo, el deterioro… El tocador nos devuelve nuestra propia mirada; ahora somos nosotros quienes nos contemplamos en el espejo y reconocemos un rostro familiar. Un encuentro cara a cara.
El cuerpo envejecido se presenta con imagen y voz propias: un cuerpo doliente, el cuerpo de quien fue y ahora es otro. Casi ajeno al mirarse al espejo, como en En su espejo (2016) o Estampitas en la azotea (2022, Galería Birimbao, Sevilla). Esta última amplifica la visión de quien envejece y es afectada por el tiempo, no solo desde lo físico, sino desde lo afectivo. Es una experiencia existencial. Reconocerse y ser reconocido es, aquí, punto de reflexión.
Obras como Pies (2016) evidencian las huellas del paso del tiempo; Al borde del abismo (2017), las condiciones psicológicas; Donde murmuran (2017), el tiempo biológico; Armonía (2016), la edad y la vejez como arquetipo; Un viejo tic tac (2017, Galería Birimbao, Sevilla), el alzhéimer; Alrededor de una mesa camilla (2022, Galería Birimbao), los seres deshabitados de su propia memoria; En su habitación (2016), la presencia como memoria. Silencio distante. Dignidad de lo cotidiano.
Con esta dignidad y ternura se cierra el ciclo vital de la exposición con Y besarás la frente de tu tiempo (2017), una gran obra de 7 x 4 metros. Una metáfora de la pintura y de la vejez, un retrato que habla desde el amor, en un acto de conciliación transgeneracional.
Esta exposición ha sido producida por la Fundación de Arte Ibáñez Cosentino y organizada por esta institución de forma conjunta con la Diputación de Almería.
Ternura
Virginia Bersabé interpela al sujeto desde un contexto íntimo, lleno de significados y circunstancias vitales. Aúna pasado, presente y futuro en un mismo lienzo o gouache, sus técnicas habituales. Aborda la vejez como otredad construida por una sociedad que ha impuesto una determinada organización de la vida. Sin embargo, en esa negación, la artista carga la pintura de ternura. Ser vieja puede devenir una categoría rechazada o mortificante según la mirada social que nuestra cultura impone. Hacerse viejo se asocia a enfermedad, incapacidad o limitación funcional. Pero la vejez, como etapa del ciclo vital, es diversa y variable en cada persona.

























