En este volumen, Bonet analiza la obra de Guillermo Pérez Villalta (Tarifa, 1948), pintor al que siguió casi desde sus comienzos. Aunque el libro quedó inacabado, su autor encomendó a su primogénito, el escritor y crítico Juan Manuel Bonet, que lo completara. Sin embargo, este último ha preferido añadir un breve prólogo y un apéndice, titulado Disjecta membra, en el que ha transcrito notas de lectura que permiten vislumbrar la dirección que habría tomado la obra definitiva.

Pérez Villalta se convierte así en el espejo donde se contempla el historiador del arte nonagenario, quien, en estas páginas fascinantes —colmadas de digresiones autobiográficas, muchas de ellas centradas en su infancia coruñesa y lucense, y en sus vínculos con los creadores de su generación en París, Madrid y Sevilla—, junto con referencias a Vitruvio y otros tratadistas, entrega una suerte de testamento estético y vital.

No podía dejar de atraerle a Bonet la pasión del pintor por la antigüedad clásica y la mitología, su profundo conocimiento de la historia del arte y de los tratados, su fascinación por el barroco y el rococó, su vocación frustrada de arquitecto, y su interés por las construcciones demóticas de la Costa del Sol y otros paisajes españoles.

A lo largo del texto se presentan también pintores afines al tarifeño, y se percibe la admiración que Bonet supo transmitirle a éste por la figura del excéntrico arquitecto cubano-francés Emilio Terry.

El libro incluye un prólogo del propio Pérez Villalta, un epílogo de Estrella de Diego y está ilustrado con numerosas obras del pintor y de artistas «afines», así como con documentos relativos a los años de Bonet en las galerías Buades y Vandrés. Un viaje en el tiempo de la mano de un gran maestro.