La puesta en escena del director australiano Barrie Kosky, estrenada en la Ópera Cómica de Berlín en 2012, devuelve a la obra su carácter de alegoría moral para todos los públicos, pero con múltiples capas interpretativas –del cuento infantil a la reflexión filosófica–, referencias estéticas –del cine surrealista al cómic– y guiños cómplices al espectador.

La producción carece de decorados y en ella los cantantes interactúan –con muy escasa movilidad y un preciso trabajo actoral– con las proyecciones de una película de animación llena de ritmo, humor e imaginación.

En las partes habladas de la ópera –en realidad un singspiel que mezcla texto hablado y cantado–, los diálogos aparecen proyectados en cartelas y acompañados al pianoforte por Ashok Gupta, que interpreta fragmentos de la Fantasía en Do menor de Mozart.

El éxito de esta propuesta escénica y dramatúrgica radica en su facilidad para comunicar con el público, su humor, su creatividad y la complicidad con el espectador a través de un universo visual en el que los personajes mozartianos de hace dos siglos se convierten con naturalidad en referentes cercanos para nosotros.

El montaje, explica Joan Matabosch, director artístico del Teatro Real, «alude al cine alemán de la República de Weimar y al Berlín de los años 1920, centro creativo importante en el terreno de la cultura, el cabaret, el cine mudo y el de animación. Papageno recuerda al Buster Keaton de El colegial y al Chaplin de Tiempos modernos por el candor con que intenta cazar los pollos asados que salen de una gran máquina industrial; Monostatos es un poco el Nosferatu de Murnau; Pamina es una pariente de Louise Brooks; y Sarastro parece un cruce entre Abraham Lincoln y el Doctor Caligari, entre reminiscencias del Harold Lloyd de El hombre mosca, los dibujos animados, el cómic de los años 1930 y el pop art a lo Lichenstein».

Concentración y talento

La ausencia de un decorado tradicional, con una ‘escenografía virtual’ reducida a la presencia de una pantalla en el escenario, obliga a los cantantes a actuar con una gran concentración y movimientos sincronizados, que deben tener la frescura del gag y una precisión de relojería en su coordinación con la proyección de los dibujos. «Los cantantes interactúan con las imágenes que brotan, resbalan o explotan sobre ellos y reaccionan a sus movimientos de forma sincronizada. Se usan todos los elementos propios del cine mudo: el gesto acentuado, el piano de acompañamiento y los subtítulos entre las escenas, siempre con un ritmo endiabladamente ágil», destaca Matabosch.

Un doble reparto se alterna en las representaciones dando vida a los personajes principales –Andrea Mastroni y Rafal Siwek (Sarastro/Orador), Stanislas de Barbeyrac y Paul Appleby (Tamino), Albina Shagimuratova, Aleksandra Olczyk y Rocío Pérez (La Reina de la Noche), Anett Fritsch y Olga Peretyatko (Pamina), Ruth Rosique (Papagena), Andreas Wolf y Joan Martín-Royo (Papageno) y Mikeldi Atxalandabaso (Monostatos)–, que están secundados por las tres damas de Elena Copons, Gemma Coma-Alabert, Marie-Luise Dreßen, y los dos hombres con armadura interpretados por Antonio Lozano y Felipe Bou.

En el foso, Bolton, gran experto en la obra de Mozart y titular entre 2004 y 2014 de la Orquesta del Mozarteum de Salzburgo, donde ha dedicado más de diez años a la interpretación del repertorio clásico en la cuna del compositor. El inglés vuelve a dirigir al Coro y Orquesta Titulares del Real en uno de los títulos operísticos más populares, que se presenta por cuarta vez en el reinaugurado coliseo madrileño después de haberlo hecho en enero de 2001 (Frans Brüggen / Marco Arturo Marelli), julio de 2005 (Marc Minkowski / La Fura dels Baus) y enero de 2016 con esta misma producción.

Las funciones de La flauta mágica están patrocinadas por la Fundación BBVA.