Una sirena a deshora anunciaba que había sucedido algo grave y entonces, las familias, se acercaban al pozo en busca de noticias. Y ese recuerdo, no importa el tiempo, sigue vivo. Y para no olvidarlo, para no olvidar a los que allí perdieron sus vidas y ponerse en la piel de quienes desempeñaban este duro trabajo, el Pozo Sotón, una mina de carbón de HUNOSA en pleno corazón de Asturias, permanece abierto al público.

La visita al interior de la mina es una experiencia inolvidable disponible en dos recorridos, uno corto, que exige de dos a tres horas, y otro largo, de cinco a seis. Un paseo a unos 500 metros bajo tierra por un entramado de galerías que alcanza los 140 kilómetros, aunque las visitas se limitan al kilómetro y medio en la corta y a los cinco o seis en la larga.

La cita es a primera hora de la mañana, siempre en grupos reducidos, de unas doce personas, y acompañados en todo momento de tres mineros que no sólo conocen el oficio sino que saben contarlo y eliminar radicalmente cualquier posible inquietud para hacer que el visitante disfrute de la experiencia y se meta en la piel de un auténtico minero.

El lampistero

Antes de bajar a la mina, los visitantes deben cambiarse de ropa y acudir a la lampistería, donde recibirán el autorrescatador y se les colocará el casco y la lámpara.

Allí se les explicarán ya algunos de los oficios dentro de la mina, como el de lampistero que, lejos de limitarse a proporcionar las lámparas a los trabajadores que bajaban al pozo, desempeñaban una labor crucial en cuanto a seguridad.

En esta mina podían trabajar unas 800 personas a la vez, 800 trabajadores bajo tierra cuyo control de fichas recaía en el lampistero. Y algunas acciones, como la detonación, sólo podían llevarse a cabo con la mina totalmente vacía. Un solo minero que quedara abajo impedía realizar esta labor que debía realizarse en un horario muy concreto y bajo un exhaustivo control. Una medida de seguridad que, como muchas otras, desgraciadamente, irían llegando como consecuencia de las desgracias. 

Y nos acercamos ya al momento del descenso, antes del cual, por motivos de seguridad, hay que dejar cualquier dispositivo electrónico: móvil, reloj… Es el momento, si no lo has hecho ya, de tomar fotos.

El embarque del pozo, descenso, se realiza utilizando la jaula que empleaban los mineros originalmente.

A una velocidad cuatro veces superior a la de un ascensor convencional y protegido por unas rejas que bajan hasta media altura podrás apreciar el descenso galería a galería hasta llegar a la octava planta.

Comienza el recorrido a pie hasta llegar a La Chimenea de la Jota, un túnel angosto de unos cien metros que permite descender hasta la novena planta.

El primer tramo, de unos nueve metros, es totalmente vertical y, por tanto, el más complejo. La clave está en mantener siempre tres puntos de apoyo con manos y pies sujetos a las vigas de madera y no mirar arriba, para evitar que los ojos se llenen de polvo. A continuación, la pendiente es de unos 50 grados, por lo que se avanza casi a rastras. Aquí permanecerás una media hora, charla incluida, y podrás experimentar la oscuridad total durante unos minutos. La Chimenea de la Jota merece la pena, pero puede resultar claustrofóbica y una vez empiezas a descender no hay marcha atrás. Para evitar disgustos, se ofrece un descenso alternativo.

Tren del amor

Ya en la novena planta continúa el recorrido por esta mina asturiana para conocer un poco mejor otros trabajos como el de vigilante o el de barrenista, e incluso podrás barrenar tú mismo y enfrentarte a la resistencia de la roca. También podrás subir al tren de personal, conocido entre los mineros como el tren del amor, por el escaso espacio del que disponían, propiciando un contacto físico “más allá de lo deseable” cuando uno va a trabajar. De hecho, cuesta imaginar a aquellos hombres acostumbrados a pico y pala en esos pequeños vagones.

Y anécdotas, muchas anécdotas. Estos mineros que hoy hacen de guía amenizan el recorrido metro a metro con historias de compañeros que distan mucho de las historias de oficina.

Al terminar, ya en la superficie y previa ducha, merece la pena pasearse por el memorial que se erige ante el pozo, un tributo a los miles de mineros que fallecieron en accidente laboral en esta región.