Lloran los noticieros del mundo la desaparición del hijo de un camionero y una limpiadora. El hombre que tras desempeñar trabajos diversos, entre ellos el de deportista especialmente dotado para el futbol, se convertiría en un actor al que la fama universal le llegaría de la mano de James Bond, el seductor agente creado por Ian Fleming al que dio cara y cuerpo en siete ocasiones. Pero Thomas Sean Connery fue mucho más que aquel carismático personaje. Película a película lo dejó atrás y se encargó de demostrarlo. Ya fuera como el fraile franciscano Guillermo de Baskerville de El nombre de la rosa, el veterano policía de Los intocables de Eliott Ness o al lado de Tippi Hedren en Marnie la ladrona, un papel que le valió el reconocimiento de Alfred Hitchcock, que le calificó como uno de los intérpretes más brillantes a los que había dirigido. O el inolvidable aventurero de El hombre que pudo reinar. O… cualquiera de las 72 películas en las que tuvo misión protagonista.

Por cierto, y como rasgo de la enorme generosidad que siempre demostró, baste recordar que en 1971, al protagonizar Diamantes para la eternidad, se convirtió en el actor mejor pagado del mundo y el total de lo cobrado (lo que hoy rondarían los 40 millones de dólares) lo entregó a Scottish International Educational Trust, la fundación que él puso en marcha para apoyar la formación de niños sin recursos.

Actor total, dotado tanto para la acción como para el drama y la comedia, a lo largo de seis décadas recibió numerosos premios, entre los que se incluye un Óscar como actor de reparto, dos premios Bafta, tres Globos de Oro y el Cecil B. DeMille por el conjunto de su trayectoria. Retirado de las pantallas en 2003 tras rodar La liga de los hombres extraordinarios, vivía en las Bahamas en donde, a los 90 años y en medio del sueño, su camino se ha detenido para siempre el mismo día que en Madrid lo hacía el periodista y escritor Javier Reverte.

De viajero a viajero

De viajero a viajero. Javier Martínez Reverte, Javier Reverte para el mundo del periodismo y la literatura, ejerció a lo largo de tres décadas como corresponsal en Londres, París y Lisboa y como enviado especial y cronista político. Pero fue a través de sus libros de viajes en donde cosechó el mayor reconocimiento público. Cada una de sus obras cosechó miles de incondicionales lectores. Con su Trilogía de África (El sueño de África; Vagabundo en África y Los caminos perdidos de África) logró hacer realidad su sueño de dedicarse por completo a la literatura.

Vendría después la Trilogía de Centroamérica, con obras ubicadas en Nicaragua, Guatemala y Honduras, el brillante Corazón de Ulises sobre Grecia, y dos volúmenes fluviales de muy distinto tono, El río de la desolación (sobre el Amazonas) y El río de la vida (centrado en el Yukón).

Incuestionable referente del género, Reverte es autor de más de veinte volúmenes sobre viajes, diez novelas, libros de memorias y biografías. “Tengo el viaje metido en vena”, solía repetir quien ayer a los 76 años cerró su última maleta.

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