De La vida de Brian ya se ha hablado, debatido y escrito lo suficiente como para que nada nuevo se pueda decir o aportar al respecto: si es o no una blasfemia, los problemas de financiación que tuvieron (si no hubiera sido por George Harrison nunca se habría filmado) o la censura a la que estuvo sometida en todo el mundo. Quizá lo único que podamos decir es que, 41 años después, sigue siendo una película brillantemente mordaz, actual y gamberra –¡aún hoy!–, y la audacia de Always Look on the bright side of life es sólo una pequeña muestra.

Pero no estaría hablando de La vida de Brian si no fuera porque ha fallecido Terry Jones (1942-2020), su director. En aquella película, además, hacía de madre de Brian, entre otros personajes. Nacido en el norte de Gales, fue uno de los miembros fundadores del mítico grupo británico que revolucionó en los años 60 y 70 el humor en todo el mundo. Estudió en Oxford con Michael Palin (1943) y allí formaron, a principios de los 60, el grupo junto a tres estudiantes de Cambridge: John Cleese (1939), Graham Chapman (1941-1989) y Eric Idle (1943). Poco después se les sumó Terry Gilliam (1940), el único estadounidense del grupo.

No era ni el más gracioso (quizá Chapman), ni el más ingenioso (Cleese, tal vez), ni el más polifacético (Idle, a lo mejor), ni el más psicodélico e histriónico (sin duda Gilliam), ni siquiera era el más carismático (Palin, probablemente), pero parece que Jones era el más querido entre sus compañeros, así como el único que se mantuvo en contacto con todos, especialmente después de la batalla de egos que se desató entre Idle y Cleese (aunque éste con el apoyo de Palin). De lo que no queda duda es que pasará a la historia por haber dirigido (o codirigido) todas las incursiones del grupo en el cine.

No es que las películas de los Phyton sean un alarde cinematográfico, más bien al contrario, pero tienen un estilo propio que, unido a su humor extemporal, han hecho que no hayan envejecido nada mal. Jones tenía el gusanillo de dirigir (tuvo algún roce con Gilliam, quien también quería dedicarse a ello), pero su carrera posPhyton ha sido, cuando menos, menor. Desde luego, no alcanzó las cotas de notoriedad que otros compañeros sí consiguieron. No creo que Jones envidiase la prolija carrera de Cleese, que lo han convertido en uno de los personajes más queridos y respetados del Reino Unido. Quizá sí tuviera algo de pelusa de Gilliam, que es, sin duda, uno de los realizadores más particulares del último medio siglo.

Pero todo eso da igual. Jones es un Monty Phyton, y aunque no es fácil anticipar si este grupo cómico será recordado por generaciones futuras, lo que sí es seguro es que consiguieron algo al alcance de muy pocos: cambiar radicalmente la forma de hacer comedia (hasta entonces sustentada en el slapstick y en las situaciones de enredos), sentando las bases del humor actual, más centrado en el ídem negro, la sátira y el absurdo, con un importante componente verbal.

Porque sí, y aunque antes que ellos otros hicieron camino en este sentido (Peter Cook o Peter Sellers, por citar algunos), el humor que vino después de los Phyton es gracias a los Phyton. Son deudores suyos grupos, humoristas, programas y series de todo el mundo de los últimos 50 años. Una muestra es el icónico Saturday Night Life, que surge en 1975 casi como réplica en la NBC americana del programa de los Phyton en la BBC –siendo, claro, otra cosa, aunque basado y tremendamente influido por el Monty Phyton’s Flying Circus–-. Pero no nos vayamos tan lejos: nuestros Martes y Trece, Faemino y Cansado, Cruz y Raya o, más recientemente, los Muchachada Nui, han desarrollado –con mayor o menor tino– un tipo de humor heredero directo del de los Phyton.

Además, Monty Phyton se han convertido en un icono de la cultura popular en todo el mundo, asemejándose su popularidad a la de los grandes grupos de rock (se les consideraba los The Beatles del humor), llenando estadios (mítica es la actuación del grupo en el Hollywood Bowl en septiembre de 1980) y generando sketches que aún hoy son recordados recurrentemente como el de la Inquisición española o el del Ministry of silly walks.

Tal ha sido su repercusión y aportación cultural que su influencia ha llegado a campos completamente ajenos al humor. Quizá sea parte de la broma, pero no hay nada más absurdo que uno de los lenguajes de programación más famosos lleve el nombre de Phyton en su honor o que el dichoso spam que nos inunda el correo electrónico con ofertas irrechazables de exprimidores de zumo conmemore su celebérrimo sketch del Monty Phyton’s Flying Circus titulado así (precisamente es Jones quien repite una y otra vez el spam en la pieza).

Durante el entierro de Graham Chapman en 1989, John Cleese efectuó un ácido panegírico lleno de humor negro, que al principio dejó a la gente con el culo torcido diciendo, hierático y pretendiendo ser inexpresivo (aunque no lo consigue del todo): Graham Chapman, coautor del sketch del loro muerto ha dejado de ser. Ya no existe. Descansa en paz. Ha estirado la pata. Ha palmado. La ha diñado. Ha exhalado su último aliento –disculpen la traducción de nuevo, en este caso, mucho más libre–. Luego, irremediablemente, todos los allí presentes prorrumpieron en carcajadas. Al final del funeral, Idle se arrancó a cantar el Always look on the bright side of life acompañado por todos, convirtiéndose en el chiste más absurdo, triste y brillante que recuerdo: gente compungida por el dolor silbando tan risueña melodía.

Hay otra estrofa en Always look on the bright side of life (por cierto, escrita y compuesta por Idle) con la que perfectamente podríamos cerrar esta pieza: la vida es como la risa y la muerte es como un chiste. Pues eso, Terry Jones ha contado su último chiste y ya se ha reunido con su hijo Brian en el más allá.