Como señala la autora, este libro ahonda en la sencillez de una idea: que no hay que confundir la pérdida con lo perdido o, si se quiere, el hecho de perder a alguien con la persona que se ha ido. “Por eso propongo pensar la muerte desde otra perspectiva: desde el nosotros. Somos en un nosotros y, al mismo tiempo, hay un nosotros en cada uno. La muerte de alguien próximo nos duele y se siente en muchos casos como un cercenamiento en este nosotros constitutivo. Y así se asocian el mal y la muerte, ¿es la muerte un mal? La tesis que sostengo es que la muerte no es un mal, aunque duela, a veces hasta lo más profundo e insoportable. Por eso La muerte en común es, por un lado, un intento de pensar en las consecuencias de perder a alguien que te constituye como persona y, por otro, de reflexionar sobre qué sucede en la comunidad cuando esto ocurre. Recuperar las formas de afrontar la pérdida de otro tiempo nos permite trazar un recorrido en el que antaño la muerte se entendía como un acontecimiento social y público por el cual toda la comunidad se daba apoyo hasta el momento actual, donde se padece en soledad con las herramientas que cada uno encuentre”.

A lo largo del libro surgen interrogantes en relación con la posibilidad, o no, de reconstruir la vida sin el apoyo de los demás. Porque, cuestiona la autora, si quien no sabe afrontar una pérdida recae en un duelo patológico, ¿qué sucede en una sociedad en la que no se sabe hacer duelo?, ¿hay duelos patológicos a nivel comunitario?, ¿qué impacto tiene la pérdida de un miembro de la comunidad en el todo?, ¿es solo una cuestión privada que debe resolver cada uno en su casa? o ¿qué impacto pueden tener la desaparición de los rituales compartidos y el acortamiento del tiempo que nos damos a nivel individual para superar esta vivencia?

Para responder a estas complejas cuestiones Carrasco-Conde ha recurrido a la poesía, a la música y al cine, todo ello desde el camino de la reflexión filosófica.

– ¿Cuál fue su objetivo último a la hora de afrontar el tema?

Un libro es un objeto, pero en este caso para mi este libro está vivo porque, siendo un ensayo, he intentado inocularle ritmo, vivencias, sensibilidad y, en definitiva, latido. Es paradójico, porque es un ensayo sobre la muerte pero está vivo. Mi preocupación era recuperar esos ritmos de la antigüedad para hacer del texto una especie de poema orgánico. Por eso es para mí muy especial porque es distinto a todo lo que había hecho hasta ahora. El primer objetivo fue teórico. Pero enseguida comprendes que la muerte no es un mal, pero hace mucho daño. Provoca un dolor del que no puedes escapar y del que todos tenemos vivencias. Un dolor que ataca a lo más personal. A partir de ahí el libro se convirtió en una búsqueda de comprensión sobre cómo abordar el dolor de la muerte y cómo se había afrontado eso en la antigüedad clásica. Y cuando me puse a investigar comprendí las diferencias sustanciales que hay en ese abordaje entre el mundo clásico y nuestro tiempo. He tratado de abordar el duelo no como un cántico nostálgico al pasado sino como el intento de elaborar un proceso de acompañamiento y de transformación. Recuperar herramientas del pasado para entender cómo realizamos hoy el duelo. Mi tesis personal se centra en que no hay que confundir la pérdida con lo perdido. En ese sentido, como he dicho, el texto es un latido de vida que intenta integrar un proceso para poder aceptar lo que significa la muerte.  Un proceso, un camino en el que a veces hay que asumir cosas que no nos gustan pero que aporta otra perspectiva que permite disfrutar de la vida. La vida como bonanza.

– Repite usted que la muerte no es un mal y que vivimos en una sociedad que no sabe abordarla…

Uno de los grandes problemas de la sociedad actual es que no sabemos frustrarnos. No sabemos perder. Lo queremos todo y queremos tenerlo todo guardado, todo atrapado y grabarlo todo. Tenemos un afán de acumulación que en el fondo manifiesta un gran temor a perder las cosas. Nos planteamos cuánto tiempo nos queda. Esa concepción de la vida implica que la vida se cuente por el tiempo que nos queda. Y en realidad, desde mi punto de vista, la vida se mide por el tiempo que hemos vivido con todas las ganancias aprendidas y esas ganancias ya no las perdemos. Lo que te hace restar en la vida y que pierda el latido es atrapar cosas que hemos perdido porque las pensamos como pérdidas, aunque en realidad de otra manera las hemos ganado. Esa idea nos lleva a concluir que la vida es una suma de ganancias. Eso es lo que te conforma. No es un aprendizaje fácil asumir que perder algo no sea un mal.

– Su libro se pregunta quiénes somos.

Es que es una pregunta importante. Podemos pensar que somos nuestro destino, nuestros objetivos o nuestros planes. Pensar que quienes somos tiene que ver con una esencia e identidad con la que nacemos. Pero la idea de quienes somos tiene que ver con un proceso y ese proceso es la propia vida. Si no hemos vivido las cosas que hemos vivido, si no hemos recorrido los caminos que hemos transitado, si no hemos mantenido ciertas conversaciones no somos quienes somos ahora. Por tanto, pensar que nuestra identidad y nuestra vida tiene que ver con un final, en realidad hace que nos perdamos todo lo anterior. De forma tópica podemos hablar de experiencias, de aprendizaje, pero la vida no es sólo eso, sino todo aquello que hemos aprendido, todas las relaciones y todas las impresiones que hemos tenido. Eso hace que seamos lo que ahora somos. Eso no se pierde. Eso siempre permanece. Además hay que considerar que no somos seres aislados. En ese sentido si me pregunto quién soy yo, necesariamente tengo que integrar elementos de  lo que me han aportado los otros. Los otros viven en mí. Eso no es una elaboración teórica. En el momento en el que puedes conjugar un nosotros o volver a traer al presente a alguien no sólo es que lo traigas a través del lenguaje, sino que sigue vivo y la ganancia continúa no solamente a nivel de recuerdos conscientes, sino también de elementos inconscientes. ¡Cuántas cosas tenemos de los demás que no sabemos que tenemos!

Van a morir personas que nos interesan, personas que queremos, por supuesto vamos a morir nosotros. La muerte va a acontecer sí o sí, de alguna forma es necesaria, pero eso no excluye que la aceptemos y a partir de ahí empezar a ser justos con la vida. Contemplar otras perspectivas. La muerte nos hace daño pero no es un mal en el sentido de que no es un acto injusto. No es una injusticia ni un castigo. La muerte es y ya está. Nos hace daño y el daño tiene que ver con cómo afrontamos la pérdida y cómo afrontamos el duelo. Y es aquí donde podemos hablar del mal porque tal y como realizamos el duelo en las sociedades actuales genera dolor y sufrimiento. Eso nos lleva a considerar que la muerte es un mal pero el mal no radica en la muerte en sí misma, sino en la forma de afrontarla. Al pensar en la muerte la filosofía está pensando en la vida.

– ¿Cómo cambiar esa perspectiva?

Intentando mirar hacia otras culturas y otros tiempos, no porque sean mejores, sino porque nos aportan herramientas para establecer en nosotros justicia en relación con lo que significa la vida.

– ¿La pérdida y lo perdido son cosas diferentes?

No es una distinción fácil, pero es importante. Es fácil decirlo y difícil de entender, pero hay procesos para aceptarlo. Tenemos muchísimas vivencias y recuerdos compartidos con familiares y seres queridos. Esas experiencias son parte de la historia que nos une a esas personas. La muerte de un ser querido es una evidencia brutal, ¿no es injusto que la parte coincida con el todo? Porque la persona es el todo y la pérdida sólo una parte. Si nos centramos en el dolor de la pérdida somos injustos con la persona que quisimos porque olvidamos todo lo anterior. Como decía el filósofo Spinoza, el mal es identificar la parte con el todo.

– ¿A qué debemos llamar duelo patológico?

Freud sostenía que cuando una persona fallece los dolientes sienten y entienden que el mundo es peor. Tú estás muy triste pero es el mundo el que es peor, no tú. Poco a poco tienes que ir reconduciendo tu vida y reconstituyéndote. Eso se hace a través de ritos y rituales que no sólo están destinados a despedir al difunto. Es evidente que con esa pérdida el mundo es más pobre y tú mismo eres más pobre porque ya has tenido todas las experiencias con ella y lo único que puedes hacer es recuperar los momentos, pero ya no habrá nuevas experiencias. Por eso cuando te cuentan algo sobre ella que no conocías, o encuentras una carta o un objeto vuelve a latir el vínculo y vuelves a sentir el amor por esa persona. Pero lo que sucede en un mal duelo es que la persona no entiende que el mundo es peor, sino que ella misma es peor. Eso le ocurre a quienes han perdido a alguien y no quieren soltar la pérdida. No quiere soltar a la persona que se ha ido. De esa forma se queda con la pérdida y no disfruta de la ganancia de haber vivido con el desaparecido. Interioriza la pérdida y se llena de nada, de vacío, de dolor. Eso identifica la pérdida con lo perdido. Las personas que tienen un mal duelo consideran que su vida ha cambiado tan radicalmente que el intento de ser felices o de reconstituir su vida es en el fondo una traición; una segunda muerte. Cuando quieres tanto a la persona que no puedes asumir la pérdida fagocitas esa pérdida, y como afirmaba C.S. Lewis, matas por segunda vez a la persona porque eres injusto con ella y olvidas todo lo anterior. El mal duelo o el duelo patológico es no saber perder.

– ¿Y el papel de las religiones que generalmente ofrecen otra vida más allá de la muerte?

La persona que ha perdido a alguien tiene todo el derecho a llorar, a sufrir y a penar. También tiene todo el derecho a pensar que existe la inmortalidad. Todo el derecho a creer en los dioses que considere si eso le ayuda. Pero también, si es consciente que no tiene que apostarlo todo a esa inmortalidad más allá de esta vida, quizá lo interesante sea, e insisto en ello, dar peso a la ganancia en esta vida. Desde mi punto de vista el problema de las religiones que apoyan esa idea de la inmortalidad es que le están quitando valor a esta vida. Puedes creer en otra vida siempre y cuando seas justo con ésta, reconozcas la ganancia que hay aquí y no pierdas la oportunidad de vivir y convivir ahora con las personas que tú amas. Cuando reflexionas sobre el concepto de inmortalidad hay cosas terribles como todo lo relacionado con el cuerpo, que cobra una dimensión muy importante. Porque si hay otra vida, como vas a abrazar a tus seres queridos si no existe el cuerpo. ¿No me va a hacer falta? Porque el tacto es muy importante, y el olor y las sensaciones corporales. ¿Todo eso está presente en la otra vida? No sé.

– ¿Qué piensa del suicidio?

El suicidio es un tema especialmente delicado tanto para los familiares que pierden a una persona de esa manera como para quien quiere y decide suicidarse. No soy psicóloga y no puedo enfocarlo desde una perspectiva psicológica. Creo que la idea del suicidio tiene que ver con una idea de comunidad porque consideramos que somos seres aislados, independientes, autónomos, pensamos que la comunidad es la suma de sus integrantes y, sin embargo, creo que la comunidad tiene poco que ver con la suma de las personas sino con la relación entre las personas y el lugar que les damos en la sociedad, en la familia y en las diferentes personas que conformamos eso que llamamos comunidad. Pienso que el suicidio, no siempre pero con frecuencia, tiene que ver con la percepción de la persona que quiere suicidarse de que no forma parte de la comunidad. De que no tiene lugar ni espacio, de que no es aceptado ni reconocido, que sobra… Incluso la idea de que empobrece la comunidad y la vida de sus seres queridos. No tiene que ver tanto con un problema de dolor personal sino con una cuestión que se vincula con su relación con su integración con las personas que le rodean. El ser humano necesita sentirse integrado y formar parte de una sociedad que lo acepta tal como es. Eso redunda en el impacto que va a tener en los familiares y en los amigos. Es inevitable que pensemos, ¿qué he hecho yo para que la persona que se ha suicidado considere que la vida no merece la pena¿ ¿Qué he hecho para que esa persona piense que sobra, que hace daño? Por eso es habitual que en la familia y en el entorno del suicida haya un sentimiento de culpa pues se pregunta qué red ha faltado. Porque no olvidemos que vivimos en una red que nos constituye y nos integra. Lo que entiendo como “el otro en nosotros”, en cada uno de nosotros, y por otro lado “vivir en uno”. Hablamos pues de dos redes distintas que nos protegen.

– ¿Y de la eutanasia?

Lo contrario a vivir es malvivir. Vivir con dignidad, vivir de tal manera que merezca la pena. La eutanasia es un derecho en caso de enfermedades terminales, situaciones que llevan a una imparable degradación. Las personas que están en esa situación tienen que tener la posibilidad de poder despedirse en el momento que quieran y como quieran. Esta es una opinión muy personal que pasa por el respeto absoluto hacia quien no piense así.

– ¿Con qué vería compensado el esfuerzo de escribir este libro tan intenso?

Me gustaría que este libro fuera una consolación. A la hora de abordar el texto me interesaba mucho el tema de la consolación. Se escriben muchos textos de autoayuda que enseñan a aceptar lo que puedas. Pero las consolaciones filosóficas no tratan de demostrar que lo que ha pasado no ha pasado, ni de que tú sólo asumas el duelo, que te lo hagas todo en tu casa. Las consolaciones filosóficas de la edad antigua, que hoy hemos perdido en gran medida, abordan el duelo de un modo que ha desaparecido en nosotros, que no es otro que abordarlo desde la comunidad. La muerte en común es mi consolación filosófica. Una forma de construir una consolación en el siglo XXI. Cuando consuelas a alguien no puedes hacer que lo acontecido no haya sucedido, no puedes restituir a la persona de la muerte, no puedes curar la herida, por muchas palabras que te digan, el golpe está, pero sí puedes lograr que a través de esas palabras ese dolor se transforme en otro dolor distinto que se aleja del sufrimiento. Que la herida deje de hacerse más grande porque no la aceptas. El dolor del sufrimiento acaba siendo tan fuerte que anula los sentimientos positivos que tenías hacia la persona desaparecida. La consolación, que no es un proceso sencillo, implica asumir ideas que chocan y perturban, pero también es una forma de recolocar y recolocarse frente a la muerte.

A nivel personal, este libro es para mí un triunfo, un éxito porque me siento muy valiente por haberlo escrito, porque he tenido que tratar con mis demonios. Y, por supuesto, creo que también sería un éxito si le sirve de ayuda a una sola persona. Con eso me basta.

Ana Carrasco-Conde es filósofa y profesora de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid. Se formó en la Universidad Autónoma de Madrid y completó sus estudios en la Universidad de París X Nanterre, en la LMU München y en la TU Berlin. Es investigadora invitada de la Academia de las Ciencias de Baviera y forma parte de la Internationale Forschungsnetzwerk Transzendentalphilosophie / Deutscher Idealismus.

Especializada en idealismo alemán y romanticismo, y formada en filosofía antigua, sus inquietudes filosóficas se centran en el «lado oscuro» de la realidad (el mal, el malestar y el terror). Premio de Investigación Julián Sanz del Río en 2012, ha sido profesora invitada en diversas universidades europeas, americanas y asiáticas. Entre sus libros se encuentran Infierno horizontal (2012), La limpidez del mal (2013), La ciudad reflejada (2016), Presencias irReales. Simulacros, espectros y construcción de realidades (2017) y Decir el mal (2021).  

A su faceta académica se añade la de divulgadora como habitual colaboradora en medios de comunicación.