Para no hacer esta reseña eterna, imaginen que un joven guionista se presenta en un gran estudio con su historia bajo el brazo y le piden un resumen. Y va el tipo y suelta: “Pues va de una gran rivalidad deportiva: la de dos fulanos nacidos a finales de los años cincuenta. Uno es blanco y el otro negro. El blanco nace en una familia pobre, desestructurada y de padre suicida atormentado tras volver de la guerra de Corea. Es callado, tímido, duro, seco… El otro es negro, de familia económicamente más estable, extrovertido y con una sonrisa que no se le borra nunca del rostro. Pero también tienen mucho en común: a los dos les da pronto por el basket, los dos miden dos metros y seis centímetros, los dos juegan la final universitaria más legendaria que se recuerda, los dos pasan a la NBA y los dos contribuyen, más que nadie, a ponerla en el mapa de las grandes competiciones deportivas dentro y fuera de su país, los dos se disputan y reparten los grandes títulos durante una década, los dos sufren los prejuicios raciales, los dos atraviesan y sortean graves problemas de salud, los dos se admiran y detestan con una intensidad insoportable…”.

Ahí ya interrumpen a nuestro guionista para explicarle que quizá se le ha ido la mano: que todo esto, de acuerdo, puede dar mucho juego pero que a lo mejor es demasiado, incluso para una película… Al hombre no le da tiempo a contar que uno además jugó en el mejor equipo de la Costa Este, los Boston Celtics, con más blancos que negros, y el otro lo hizo en la Costa Oeste, los Ángeles Lakers, con más negros que blancos. Que al blanco le gustaba dormir buenas siestas, salir de pesca o subirse a un tractor en sus ratos libres mientras que el negro no se perdía una fiesta en Hollywood. No lo duden: tarde o temprano esta historia se acabará rodando con actores pero hasta entonces se puede disfrutar –¡y de qué manera!– del documental que HBO produjo hace cinco años, el imprescindible Magic & Bird: A Courtship of Rivals.

En el libro los recuerdos de Magic y Bird los ha recogido y dado forma de manera encomiable Jackie MacMullan, que fue periodista especializada en la crónica de baloncesto durante treinta años para el Boston Globe. Escrito, por tanto, desde el conocimiento y el rigor, la obra consigue algo tan difícil como no dejarse un dato relevante en el tintero sin perder nunca de vista el objetivo primario: dar voz a los dos protagonistas y a su entorno para conocer sus obsesiones, sus subidas y bajadas, amén de multitud de anécdotas y no pocos momentos –otra vez– realmente cinematográficos y emocionantes.

Una vigilancia obsesiva

Lo primero es la obsesión del uno por el otro. Ese fue el gran motor que les hizo a ambos mejores de lo que ya eran. Bird (West Baden, Indiana, 1956) confiesa que hasta escribir el libro nunca había hecho público el modo en que Magic dominó durante tantos años sus pensamientos, la forma en que le motivó a intentar siempre superarle. “No quería conocerle porque sabía que probablemente me caería bien y entonces perdería mi ventaja”. Lo primero que hacía al despertarse era buscar en la prensa las cifras de Johnson. Algo muy parecido sucedía al otro lado: cuenta Johnson (Lansing, Michigan, 1959) que desde que empezó en los Lakers no se perdía un partido de los Celtics. “Larry sacó lo mejor de mí. Me llevó años superarle. En realidad no estoy seguro de haberlo hecho. Nunca ha habido una rivalidad mejor”.

Las alegrías de uno provocaban tremendos bajones en el otro. Bird admite ahora que ganar el anillo de campeón le producía enorme satisfacción pero no tanto como imaginar el mal rato que estaría pasando su gran rival. Johnson, por su parte, a punto estuvo de caer en una depresión al enterarse de que el título de Rookie del año –mejor jugador en su primera temporada–, que sinceramente creía merecer, fue a manos de Bird y además por unanimidad. No les bastaba con ganar: había que derrotar.

La NBA tal como la conocemos

Seguramente el mayor icono a nivel mundial de la NBA es, y será durante mucho tiempo, Michael Jordan (Nueva York, 1963), pero para que la gran liga del mejor baloncesto del mundo se televisara en directo, ocupara portadas de revistas, generara grandes inversiones publicitarias, despertara el interés del resto del planeta y fuera el sueño de muchos críos, antes tuvieron que llegar Bird y Magic, Magic y Bird, y crear, especialmente en las finales que les enfrentaron en los años ochenta, uno de los mejores espectáculos deportivos del siglo XX. También es cierto que los responsables de la NBA supieron ver el fenómeno que tenían entre manos y promocionarlo con acierto.

Antes de rivalizar en la NBA se vieron las caras en la final universitaria de 1979 entre Michigan State e Indiana State. Un partido legendario que ya dejó claro que ambos eran generosos e imaginativos pasadores, que tenían nervios de acero para los momentos críticos y, sobre todo, que no necesitaban meter cuarenta puntos para ser dueños y señores de los partidos. Como dicen en el documental de la HBO, tenían una inteligencia para este deporte fuera de lo común, “un coeficiente intelectual del basket fuera de la gráfica”. Dos verdaderos artistas sobrados de talento que odiaban perder más que nada en el mundo. Todo lo que ya estaba en aquella final universitaria lo perfeccionaron después con mucho tesón y tratando siempre no solo de vencer sino de ser uno mejor que el otro.

Las grandes finales

El libro detalla los entresijos de las grandes finales que protagonizaron ambos y de los anillos de campeón conseguidos: cinco para Johnson (1980, 1982, 1985, 1987 y 1988) y tres para Bird (1981, 1984 y 1986). El primero fue elegido mejor jugador de las finales en tres ocasiones y el segundo en dos. Ambos mandaron sin discusión en sus respectivos vestuarios. La dureza y sequedad de Bird imponía con pocos miramientos. De Johnson, en cambio, se decía que parecía el cantante de una gran banda de rock que estimula a sus chicos antes de salir a escena.

Los celos fueron una constante en buena parte de sus trayectorias pero siempre se contuvieron en la cancha; se dijeron alguna cosa pero nunca cruzaron la raya en una época en que se cruzó más de una vez. Los Celtics, por ejemplo, acertaron al utilizar el juego duro para desestabilizar a los Lakers en la final del 84. En el cuarto partido de la serie, Kevin McHale (Celtics) cargó contra Kurt Rambis (Lakers) de forma implacable. Es seguro que los buenos aficionados, que memorizan tantas canastas increíbles, recuerdan también aquel hachazo del bueno de McHale. Los Lakers no supieron reaccionar: perdieron la compostura y acabaron por dejar escapar un campeonato que tenían casi sentenciado.

Comida casera en el rancho

La falta de McHale marcó un punto y aparte en la relación entre ambas franquicias. El entrenador de aquellos Lakers, Pat Riley, decidió que a partir de entonces el estado natural de sus jugadores debía ser el cabreo en relación a todo lo que oliera al equipo de Boston. Confraternizar con el rival estaba absolutamente prohibido. Por eso, resulta aún más llamativo que precisamente en ese ambiente de extraordinaria tensión, Johnson y Bird se acercaran el uno al otro como no lo habían hecho nunca. Y todo gracias a un anuncio de la marca de zapatillas Converse.

Bird puso como condición para la grabación de aquel spot que se hiciera en su pueblo, West Baden, pensando que Johnson nunca aceptaría desplazarse a Indiana. Magic, haciendo oídos sordos a las nuevas pautas de su entrenador, se presentó allí en su limusina. A la hora de comer, la madre de Larry, Georgia Bird, gran aficionada al baloncesto, le dijo a Johnson que había preparado pollo frito para la ocasión. Tras el almuerzo ambos jugadores bajaron solos al sótano a charlar, se hablaron con sinceridad y de allí subieron con una nueva relación. No habría compasión en la cancha ni cerveza tras los partidos pero ambos habían establecido una inédita y más íntima forma de estar en contacto el uno con el otro que sigue vigente a día de hoy.

El VIH y una espalda que se rompe

Como no podía ser de otro modo, el libro dedica amplio espacio a la infección por VIH de Johnson. El 7 de noviembre de 1991, un Earvin Johnson trajeado y nervioso contaba al mundo entero en rueda de prensa que estaba infectado por el virus que causa el SIDA. La obra detalla lo que parecía imposible: que Magic perdiera su sonrisa. Tuvo que gestionar en casa, recién casado y esperando un hijo, las consecuencias de tantos flirteos durante tantos años, experimentó el rechazo que supuso dejar de recibir abrazos (“cada vez que un extraño –o un amigo- se apartaba era un recordatorio del estigma que llevaba consigo”) y, sobre todo, tuvo que abandonar el deporte que amaba y daba sentido a su vida.

La infección de Johnson hizo más que mil campañas mundiales a la hora de concienciar que el VIH no es cosa de grupos (homosexuales, heroinómanos…), sino de conductas de riesgo y que los heterosexuales se podían infectar si no tomaban precauciones. Johnson volvería a jugar al baloncesto en la NBA y en los juegos olímpicos de Barcelona pero ya nada fue igual. Quiso que Bird fuera una de las primeras personas en enterarse de su condición de seropositivo y creó una fundación para sensibilizar sobre la enfermedad. Una de las primeras y más generosas donaciones llevaba la firma del actor Jack Nicholson, empedernido seguidor de los Lakers.

Barcelona 92

En los noventa fueron llegando los antirretrovirales que han conseguido desde entonces mantener a raya la carga viral del VIH. Johnson pudo beneficiarse de estas nuevas terapias. Los médicos confirmaron que podía participar en el primer Dream Team olímpico del 92. Al mismo tiempo los dolores de espalda de Larry Bird, que llevaban años amargando al rubio de los Celtis, se hicieron literalmente insoportables en aquellos últimos años de su carrera; era una estampa habitual verle tumbado en el banquillo durante los partidos. De hecho, pensaba seriamente en la retirada cuando su amigo Magic se propuso convencerle -sí o sí- de que debía viajar a Barcelona y formar parte de aquel equipo legendario en el que también estaban Michael Jordan, Patrick Ewing, Karl Malone, Charles Barkley y compañía y frente al cual los rivales parecían estar más pendiente de hacerse una foto con sus ídolos que de tratar de frenarles. Pusieron rumbo a España con el oro asegurado y la única incógnita de saber si ganarían de veinte o treinta puntos.

Es divertido leer en el libro de MacMullan cómo en el hotel descansaban discutiendo cuál fue el mejor equipo de la historia de la NBA o cómo Magic salía a mezclarse con la gente mientras Larry investigaba una salida trasera que le permitiera escapar sin ser visto de la concentración.

Se buscaron el uno al otro cuando se despidieron del baloncesto y cuando entraron en el Salón de la Fama. Sabían que debían estar juntos en aquellos momentos y fue emocionante ver cómo se abrazaban y piropeaban. Fracasaron ambos en un su intento de ser propietarios de un equipo y tampoco acabaron de funcionar como entrenadores. Aún hoy, tantos años después, representan mejor que nadie la edad del oro del baloncesto. Llevan más que bien salir a la calle y ser interrogados cada uno por el otro. Forman un binomio inmortal en blanco y negro, en verde y amarillo, como no habrá otro igual en muchísimo tiempo.


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Cuando éramos los mejores
Earvin “Magic” Johnson
& Larry Bird con Jackie MacMullan
Contra
368 páginas
20,80 euros