La autora ha escrito en primera persona y en tiempo pasado, hilvanando un texto de manera sencilla y a la llana, como recomendaban los clásicos, en el que no faltan los recursos humorísticos ni el rico lenguaje popular de la Axarquía almeriense. Parece que quisiera invitar al lector a descubrir la capacidad de la ficción para plantear hechos y sucedidos verosímiles, pues la ficción no es lo contrario de la realidad, sino que forma parte de ella y tanto sus verdades como sus mentiras (y “la verdad de sus mentiras”) nunca tienen el propósito de engañar.
En mi opinión, el libro tiene más de un acierto y el primero de ellos es su propio título, en el que aparece la palabra “memoria” en plural y no en singular. Y es que, efectivamente, existen varias memorias y no solo una: la memoria, como función de la mente, como depositaria de los recuerdos y de los olvidos que conforman -y transforman- nuestro pasado, construyen nuestro presente y proyectan nuestro futuro, que no deja de ser una incógnita siempre abierta al azar y a la esperanza; la memoria como conjunción copulativa entre las otras dos potencias del alma: el entendimiento y la voluntad; la memoria de la razón y la memoria del corazón, pues “el corazón tiene memorias que la memoria no tiene”: corazón y recuerdo tienen la misma raíz etimológica y en ese órgano de seis dedos de largo por cuatro de ancho en el que se centra el golpe de tierra que seremos no solo se asientan las emociones, sino también aquellos recuerdos que saltan por encima de los juicios, los que se hacen invisibles a los ojos y los que sienten el alma de las cosas que no quieren perecer; memoria de lo vivido, de lo soñado y de lo imaginado, porque todo ello forma parte de nuestra realidad; finalmente, memoria de los otros en nosotros, memoria de nuestra infancia (la verdadera patria), memoria como sustrato de nuestro ser racional y emocional y, a veces, memoria como diván borgiano de los espejos rotos que muestran nuestra propia historia.

También cabe señalar que esta autobiografía de María Yáñez, cuya vida recorrió todo el contradictorio siglo XX, contiene una sutil y enriquecedora intertextualidad, a veces no buscada explícitamente por la autora. Así, el libro comienza con una cita de Gabriel García Márquez, que refleja la memoria del corazón antes comentada y su función depurativa de los malos recuerdos; sigue en la nota introductoria de la autora, cuya frase final parece sacada de un poema del albojense Pedro Felipe Granados: “Los muertos no se mueren definitivamente hasta que no les llega la sentencia implacable del olvido”, aunque a la larga sea éste quien nos nombre y perdure; continúa en el prólogo, acabado con un párrafo que da la impresión de haber sido extraído de la mina literaria de Max Aub: “Donde dice la maté porque era mía, debe decir: la maté porque no era mía”; avanza en los primeros capítulos de la parte La forja de un destino a los que se adelanta a los guionistas de la película y a la propia autora de la novela Lo que el viento se llevó: “A Dios pongo por testigo que jamás volveré a pasar hambre”; se deja ver en otras partes del libro, en las que hay momentos que parecen seguir la crónica de El maestro Juan Martínez, que estaba allí, la genial obra de Manuel Chaves Nogales; en fin, hay ocasiones en las que la narradora parece haber leído un poema de Antonio Torres mucho antes de haber sido escrito por el poeta: “Vivir es inventar finales alternativos a la muerte”; por último, el epílogo se cierra con una evocación al Confieso que he vivido, de Pablo Neruda.
En resumen, estas singulares memorias de la Bella Dorita resultan una lectura más que interesante, en especial para aquellas personas que quieran conocer más de cerca la vida de la artista nacida en Cuevas del Almanzora, que se coronó como “reina del Paralelo”, ese medio kilómetro en el que se concentró durante décadas la vida de Barcelona, y supo sortear como nadie las zancadillas del destino.
Donde habitan los recuerdos. Memorias de la Bella Dorita. Noelia Pérez Ponce. Arráez Editores. 416 páginas. 20 euros.
Digna de ser recordada
Hay historias dignas de ser contadas. Así sucede con la de María Yáñez (Cuevas de Almanzora, Almería; 1901-Barcelona; 2001), una humilde joven que llega al barrio de Gràcia (Barcelona) y que termina por convertirse en la Bella Dorita, la reina del Paralelo.
Su existencia transcurre en la España del siglo XX, arrollada por distintos acontecimientos políticos y sociales donde conocerá de cerca diferentes formas de gobierno: la monarquía, la república y el franquismo; una España que sufrirá indirectamente el azote de las guerras mundiales, aunque será nuestra Guerra Civil la que le enseñe la crueldad del ser humano y marque a fuego su interior.
En el devenir de sus cien años de existencia vivirá su coronación como “la más bella”, fiestas hasta altas horas de la madrugada, los locos años veinte donde arrancaría su carrera, los enfrentamientos sociales en los años treinta… Y después, en la posguerra, la represión y la censura. Pero nunca le faltarán el amor, la pasión y sus ansias de libertad…
Será una mujer que despertará permanentemente la controversia en un país marcado por la tradición, sobre todo por sus canciones: La vaselina, La pulga, Poco a poco, Fumando espero… Una mujer adelantada a su tiempo. Una mujer digna de permanecer en la memoria.
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