Unos años antes, al contrario del resto de enamorados, él le había suplicado el primer beso y le había robado el segundo; cuando llegó el tercero, ella ya había levantado su corazón coraza y no pudo soportarlo. De haber leído a Jaime Sabines, probablemente le hubiera soltado: “Nadie podrá quererte menos que yo, amor mío”.

Scarlett no halló para el desamor el exorcismo que encontró para la palabra hambre: “Sobreviviré a esto, y cuando haya terminado ni yo ni ninguno de los míos volveremos a pasar hambre. Aunque tenga que mentir, engañar, robar o matar. ¡Dios es testigo de que nunca volveré a pasar hambre!”.

Butler sabía que el mundo se resquebrajaba a sus pies, pero no fue capaz de huir hasta que comprendió que no valía la pena perderse en los pretéritos y que el futuro no se podía levantar de las sombras del pasado, con las ruinas del desconsuelo.

Épica, histórica, romántica, Lo que el viento se llevó ha sido analizada, dramatizada y satirizada hasta la saciedad, pero casi nadie habla de que nos dejó un final cervantino tres siglos después de la epopeya quijotesca: “Me he pasado la vida queriendo algo que no existía”.

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