Y así, a modo de excitada letanía, íbamos recitando las desgracias y despistes que habían impedido que nuestro hombre hubiera subido muchas más veces al cajón más alto del podio de las grandes citas. Que si la fractura de clavícula en el Tour de Francia del año 84, que si la muerte dos años después de su madre el día antes de la subida a Alpe d’Huez, que si aquella distracción fatal en la etapa inaugural del 89; que si por una cosa o por otra, los abducidos teníamos claro que no tenía igual en su mejor momento. Con él aprendimos a conjugar el verbo demarrar. Otros antes que él –Martín Bahamontes, Ocaña– habían triunfado en las mismas carreteras galas pero nadie generó tanta afición como Perico que, aparte de rodar con toneladas de carisma, lo hizo cuando ya había un televisor en cada casa y encima en color.

De Pedrito a Perico

Fue mediático desde el principio de su carrera profesional hasta su retirada en 1994 y lo ha sido desde entonces hasta hoy por su trabajo como comentarista televisivo. Pero antes de ser Perico, tal y como le bautizó José María García, el periodista con el que chocó frontalmente y al que nunca perdonó del todo sus arremetidas radiofónicas, antes de eso, decía, fue Pedrito, un crío de origen muy humilde que solo quería ver mundo y que los Reyes Magos le trajeran una bicicleta para bajar al río en verano con los amigos. Ese viaje del Pedrito enfermizo y tímido al Perico enérgico, descarado y corajudo estaba sin contar. Y ahora ya está contado por el propio Delgado con la colaboración de Ainara Hernando. Hernando, reportera especializada y apasionada por este deporte, no había nacido cuando el ciclista se convirtió en un fenómeno de masas en los años ochenta, pero ha sabido explicar con mano maestra el punto y aparte que representó su irrupción en nuestras vidas y al mismo tiempo mostrar un ciclismo muy diferente del actual.

El texto se estructura en una decena de fechas, la mayoría de las cuales se corresponden con etapas especiales del Tour y la Vuelta a España en las que Delgado habla consigo mismo al tiempo que experimenta todas las sensaciones que da de sí una disciplina deportiva tan dura, la euforia de las grandes victorias (las Vueltas de 1985 y 1989, el Tour de 1988: “para ganar el Tour hay que ser de Castilla y saber lo que es pasar hambre”) y también, claro, el sufrimiento del cuerpo cuando dice basta, el frío, el calor y la sed extremos, las caídas, las heridas y las llagas en los labios, la soledad más absoluta (“solo tú y tus dudas”), los ánimos del público que unas veces se agradecen y otras veces molestan, y ese aprendizaje tan complicado que requiere dejar de ser líder del equipo y casi de un día para otro empezar a trabajar para alguien que está más fuerte.

Esas sensaciones en la carretera se alternan con flashbacks a la infancia y la adolescencia, incluida esa mili que le tocó en Canarias el año del 23 F. Queda la duda de si la originalidad del planteamiento, que evita la habitual peripecia vital por orden cronológico, puede dificultar la lectura a los más jóvenes que no vieron con sus propios ojos los días de gloria y desastre.

Empieza el libro con una carta entrañable y pelín desesperada (“¡Por favor, no os olvidéis de mí como el año pasado! ¡Traedme la bicicleta por favor!”) del Pedrito de 13 años a los Reyes Magos de Oriente que si llega a ser un poco más larga acaba incluyendo una buena bronca a Melchor y compañía por hacerse tanto de rogar. La bicicleta no llegó por esa vía pero finalmente llegó y con ella el principio de una historia que nos hizo muy felices y que no olvidamos.

La soledad de Perico

Pedro Delgado con Ainara Hernando Nieva

Editorial Espasa

352 páginas

19,90 euros