En el otoño de 1944, dos supervivientes sin patria ni nada más que perder se conocen en el Hospital Varsovia de Toulouse. Manuel Juanmaría sueña con una mujer que se quedó en España. Ramón Montenegro, sargento jefe de la Nueve que ha liberado París, le hace una propuesta insólita: «Ya que perdimos un país, salvemos a una persona». Así comienza No cantaremos en tierra de extraños.

¿Por qué ese título?

Pertenece a un salmo bíblico que se refiere a cuando los soldados babilonios se llevan a los judíos de Jerusalén tras la quema del templo y ya en Babilonia les dicen que canten una canción y ellos les contestan “no cantaremos en tierra extraña” y se rompen los nudillos para no poder tañer las arpas. Me gustaba este leiv motiv porque es como la canción del exilio. Le quería dar la vuelta a ese tema en mi libro y hacerles cantar a ellos, los protagonistas. Son una especie de Orfeo que va al infierno, aquella España, cantando. Eso tiene que ver con la esperanza en el sentido de que siempre que cantan se salvan. Esa voz, que es la literatura y la comunicación y lo que nos une a los seres humanos; cantar nos salva; la cultura nos salva.

¿Por qué el exilio como fuente de inspiración?

El exilio es la historia secreta de los perdedores. Secreta para los que no se exilian, por supuesto. Sin embargo es el tema clave de las vidas de los que lo hacen. Es increíble que todavía en nuestro país, que viene además de una continua historia al respecto, el exilio próximo, el de Francia, no haya tenido suficiente atención. Sabemos mucho del exilio mexicano de los intelectuales, pero del exilio de la gente corriente, tanta gente que cruzó la frontera en el año 1939, en eso que se llamó ‘la retirada’ y que es muy conocida en el sur de Francia incluso con ese nombre propio, sea un asunto prácticamente desconocido en España, salvo para los especialistas. Es una historia que todavía no ha sido bien contada y que conlleva un tremendo drama humano. Una intensidad humana especial que para un narrador o para un investigador de la naturaleza humana tiene un fondo muy rico.

¿Quiere rendir homenaje a los perdedores?

En efecto. Hay dos vertientes dentro de ese homenaje del exilio francés. Uno es el Hospital Varsovia en Toulouse, un lugar que realmente existió y que sigue existiendo como hospital en la actualidad. En ese lugar los médicos que salieron de campos de concentración van recogiendo a los españoles que van surgiendo de las alcantarillas de la guerra y saliendo de España. Y, por otra parte, en 1944, está la compañía conocida como La Nueve formada por españoles al mando del general LeClerc, que es la primera que entra en París y que son injustamente olvidados por la historia de España y de Francia. Ellos, que son unos vencedores por los actos en los que participaron, como la entrada en París, y por otro lado han curado a mucha gente que no tenía donde caerse muerta, posteriormente fueron unos grandes perdedores que cayeron en el olvido e, incluso durante mucho tiempo, vivieron situaciones muy difíciles como sospechosos, inadaptados, incluso como vagabundos… Son personajes que creo que merecen ser homenajeados. Mi libro no es exactamente histórico. Es una novela, pero quería partir del homenaje a esas personas que aparecen con sus nombres reales. Un homenaje a un buen puñado de perdedores, que sin embargo ganaron el mundo para los que vinieron después.

No-cantaremos-en-tierra-de-extranos¿Cuanta parte de historia real hay en No cantaremos en tierra de extraños?

La historia real está en el planteamiento de la novela. Como he dicho el Hospital Varsovia es real, Torrubia era su director, María Gómez es también un personaje que existió, también se hace mención a Max Aub encarcelado en un campo de concentración y los americanos que financiaron el hospital y que existieron, como el médico Edward Barsky, que había participado en el bando republicano en la Guerra Civil y el escritor Howard Fast. Quería que ellos fueran los pilares del libro, pero desde esa realidad hacen un viaje a un territorio inventado, un territorio mítico que es la España de la posguerra, donde se mezcla la realidad con la leyenda que me contaron familiares y amigos que vivieron aquello. Hay un aire como secreto, muchos silencios que disparaban mi imaginación de niño y lo siguen haciendo todavía hoy.

A lo largo del libro no sale bien parado el general de Gaulle. ¿Por qué?

No soy un especialista en estrategia militar y política pero creo que los españoles exiliados en Francia fueron, en primera instancia, muy mal recibidos y muy mal tratados. Los tiempos han cambiado mucho y hoy no se admitirían algunas de las cosas que sucedieron pero la realidad es que los recibieron a culatazos y los tiraron en campos de concentración de una manera infame. Bien es cierto que para ellos la otra opción era la muerte y en ese sentido hay una parte en la que los españoles tienen que estar agradecidos. En cuanto a los que liberaron París y en general todos los exiliados, tanto De Gaulle como el resto de mandatarios aliados prefirieron no saber nada, pues para ellos España estaba mejor en manos de Franco que en manos de los comunistas o como aliados de la Unión Soviética, y eso antes de que se demostrase que Stalin era un asesino. La idea de ellos era que España era un país poco importante y era mejor dejárselo a Franco que arriesgarse. Creo que también había algo de racismo en relación con la gente del sur.

¿Considera que el exilio no se ha tratado con justicia literaria?

Es un tema que no está en la literatura, salvo en algunas excepciones, como Arturo Barea o el propio Max Aub. Pero lo increíble es que no sea un tema interesante para muchos autores españoles de hoy. No se formulan la pregunta de qué fue de esa gente que es tan nuestra como la que se quedó. No importa su historia cuando hoy sabemos que gran parte de la riqueza humana española se tuvo que exiliar. En mi caso no hablo de intelectuales, sino de personas humildes. Los dos personajes protagonistas de mi novela entran en el infierno, en territorio enemigo que para ellos era España, anhelando lo que les pertenece. En el caso de uno se trataba de su mujer, que se quedó, y en el otro caso de sus padres. Están buscando el futuro y construir algo con lo que encuentren. Piensan que no van a recuperar un país, sino a las personas y, de alguna manera, a ellos mismos. Aunque sean conscientes de que es difícil rescatar lo que está en el infierno, lo que ya pertenece al territorio de la ruina y de la muerte. Y, sin embargo, intentan buscar sentido en medio de esa desolación. Eso es lo que me parece más grande de su actitud.

En relación con el lector, ¿se ha marcado algún objetivo concreto? ¿Con qué se sentiría compensado el esfuerzo de escribirla?

Me interesa mucho conectar con la intimidad de cada lector mucho más que con su entretenimiento. Cada lector en su intimidad tiene cosas distintas. Hay a quien le interesa el tema del exilio, hay quien le puede interesar más el amor o la guerra, hay a quien… en realidad la novela tiene tantas pulsiones que no sabes qué va a llegar a los lectores. Pero si me dan a elegir prefiero conectar con la intimidad de quien lea este libro. Me gustaría que se percibiera la rabia de la lucha contra el totalitarismo, porque eso es algo que considero muy importante en nuestro tiempo.

¿Quiere decir que no es una novela sobre el pasado, sino sobre el presente?

Creo que esa es una buena apreciación. Hay que estar muy atento a lo que está pasando. Tenemos que ser conscientes de lo mucho que podemos perder si asumimos, otra vez, el totalitarismo como una forma de organización, de vida en sociedad. Me sentiría muy satisfecho si el lector reflexionara sobre los valores que nos unen y que merece la pena defender. En la novela hay un canto muy fuerte a la amistad, a la lealtad, a esa manera de entender el mundo. Sumar juntos para hacer algo que puede parecer imposible pero que merece la pena afrontar.

No parece un libro fácil de escribir…

Es un libro muy trabajado. Yo trabajo primero con la imaginación, luego escribo y luego corrijo y ultracorrijo. Tenía el reto de que el lenguaje fuera como una cámara cinematográfica. Como una cámara de John Ford. Ser capaz a través del lenguaje tanto de tomar planos generales como de meterse en el pensamiento de los personajes, hacer fundidos, flash back, incluso contar los sueños de los protagonistas. Nuestra vida inconsciente, la vida onírica, pertenece a la realidad tanto como la consciente y determina nuestras acciones. Quería que el lenguaje bajara también ahí, a los sueños, que tomara esa otra perspectiva. Que fuera muy dúctil y eso requiere mucho esfuerzo. Y luego está el esfuerzo de meterse en la piel de personajes que han sufrido tanto. Recoger la memoria mítica de nuestro país a través de personajes que la han vivido muy crudamente. Pues yo, para escribir, trato de ser cada una de las voces, cada uno de los personajes y eso hace que te tengas que meter en el dolor, en la derrota, en la aspiración, en el impulso de aventura, en la nostalgia del amor perdido, en la cercenación y, con todo eso, también en la alegría de seguir viviendo y eso emocionalmente es fuerte.

¿Tiene entre manos algún proyecto literario concreto?

Estoy empezando a escribir una nueva novela sobre los años 70 y 80 acerca de mi infancia en Granada. Me interesa mucho el mundo de la educación, de la construcción ideológica de nuestra identidad y como esa época era para los españoles un mundo muy confuso. También, y muy despacio, sigo escribiendo poesía.