¿De dónde salen estos 75 folios? ¿Dónde han estado? Recordemos: Por el camino de Swann, la primera de las siete partes que forman el genial universo narrativo dela Recherche, se publicó en 1913, las tres siguientes aparecieron en vida del autor, y las restantes, en las que había estado trabajando hasta su muerte, en noviembre de 1922, cuando tenía 51 años, se publicaron póstumamente. Antes de su gran obra, además de artículos y traducciones, solo había publicado, en 1896, Los placeres y los días, un libro de género híbrido con textos breves.

A su muerte, el gran número de manuscritos, cuadernos de trabajo y correspondencia que dejó Proust pasaron a su hermano Robert y, más tarde, fue la hija única de este, Suzy Mante-Proust, quien se ocupó del legado y encargó a Bernard de Fallois la edición de algunos de los textos inéditos y la custodia de gran parte del archivo. A Fallois se le debe la edición de Jean Santeuil, en 1952, la novela cuya escritura Proust abandonó en 1899 y, dos años más tarde, de Contra Saint-Beuve, un proyecto inacabado, entre el ensayo y la narración, en el que trabajó a partir de 1908, y que dejó para centrarse, poco después y ya hasta el final, en la obra de su vida.

La existencia del manuscrito era conocida porque Fallois lo mencionaba en el prólogo a la edición de Contra Saint-Beuve, allí explicaba que en su trabajo, en realidad una reconstrucción de numerosos fragmentos, había utilizado diversos documentos, entre ellos una carpeta que, decía, “se compone de setenta y cinco hojas de formato muy grande, y consta de seis episodios, todos ellos retomados en En busca del tiempo perdido (…)”.

Esas hojas, los 75 folios, se consideraron desaparecidas hasta la muerte de Fallois, y así lo indicaban Antoni Marí y Manel Pla en el prólogo a su edición española de Contra Sainte-Beuve. Recuerdos de una mañana (Tusquets, 2005). La pérdida, además de misteriosa, se consideraba una gran desgracia: por lo que contaba Fallois, que no pudo resistirse a incluir algunas de esas páginas en “su” Contra Saint-Beuve, en esas hojas, escritas por Proust en 1908, estaba ya el germen de lo que sería el libro futuro.

Cuando en 2018 Fallois falleció, entre los papeles de su domicilio aparecieron los 75 folios. Gallimard los publicó el año pasado y ahora llegan a España (Los setenta y cinco folios y otros manuscritos inéditos, Lumen 2022) en una edición que sigue, “casi al pie de la letra”, la de la editorial francesa.

El momento sagrado

Después de Jean Santeuil, la novela abandonada, estos folios son la fase más antigua de la Recherche. Nos encontramos con alguno de los pasajes que serán centrales en la novela, y que los lectores de Proust reconocerán de inmediato.

El manuscrito se divide en partes diferenciadas, pero Proust no había puesto títulos, ni estaba claro el orden de los folios; había tachaduras, añadidos, interrupciones…Pese a todas esas dificultades, la edición es magnífica; además de los folios y de otros diecisiete manuscritos inéditos, hay un luminoso prólogo de Jean-Yves Tadié y un completísimo y brillante estudio de Nathalie Mauriac Dyer. En España, la traducción, espléndida, es de Alan Pauls.

Como escribe Tadié en el prólogo, los 75 folios nos acercan al “momento sagrado” en el que la creación brota por primera vez, y “ahora tenemos la impresión de comprender mejor la obra, y sentimos que se nos explica todo lo que estaba oculto”.

En estas páginas de 1908, el autor sabe ya, al menos en gran parte, lo que quiere hacer y contar, pero aún no cómo hacerlo; en estas hojas recurre -y es una “de las sorpresas de los setenta y cinco folios”- a la autobiografía explícita; aún no está decidido a plasmar todo su mundo en un libro de ficción; esa novela -“escrita sobre los escombros de la realidad”, como dijo Giovanni Raboni- que empezaría a escribir poco después y a la que se entregaría, sin descanso, hasta su muerte.

Los setenta y cinco folios. Combray

Los 75 folios los dividen los editores en seis capítulos (separándose así de Fallois, que los había agrupado en cinco). Es verdad que no es la obra definitiva, pero cuánto placer hay en su lectura, no solo por reconocer, en esas páginas, lo que sabemos que estará, con toda su grandeza, en En busca del tiempo perdido, sino porque la prosa, la mirada y la sensibilidad son ya la del artista que va a llegar a la cumbre.

Hay muchos episodios en los que detenerse, para pensar, recordar la novela, emocionarse por la profunda impresión que, por tantas cosas, va quedando en nosotros…El primer capítulo (Una noche en el campo) es, como indica Nathalie Mauriac, el más largo y logrado. Nos lleva a la casa familiar en un pequeño pueblo, lo que un día -en la obra definitiva- será el inolvidable Combray.

En esas páginas el narrador rememora cómo, en las tardes de la infancia, se acercaba la hora del sufrimiento, ese momento en el que el niño que fue debería subir a acostarse, y se separaría de la madre, de esa madre amada a la que, además, evoca con emoción y tristeza por los efectos que el paso del tiempo tiene en los seres queridos

Ese primer rostro de mi madre que tanto amé no es el que terminaría siendo definitivamente el suyo, el que se me aparece todavía cuando vuelvo a verla. La última vez que vi a mi madre por esos caminos oscuros de la noche y el sueño donde a veces la encuentro, llevaba ese vestido de crepé que significaba que en mi sueño ya había superado los años que quebraron su vida, los que gestaron en pocos meses su muerte.

Estas palabras de Proust sobre la madre nos recuerdan las páginas que en En busca del tiempo perdido escribió para contar la agonía y la muerte de la abuela del narrador, y que para muchos están entre las más conmovedoras de la obra. Tadié cierra su prólogo con palabras que entenderán bien los lectores de Proust: “Un niño llora en Combray y surge una obra maestra”.

Encontramos elementos e ideas que, ya lo sabemos, van a ser fundamentales en el libro final; así sucede en esas páginas dedicadas al beso nocturno y al sufrimiento del niño; o en las que, con otros nombres, aparecen los dos caminos, Guermantes y Meséglise, que tanto significarán en la novela; o las que nos llevan hasta un seto de espinos rosado que despierta los sentidos; o las que dedica al recuerdo del asombro que le produjo la belleza inmortal de Venecia;  y, cómo no, aquellas en las que nos habla de un grupo de muchachas en la playa, y adivinamos que, de ahí, acabará surgiendo uno de los grandes personajes de la Recherche, la amada, prisionera, fugitiva y trágicamente desaparecida Albertine.

La memoria involuntaria. Una magdalena y una taza de té

Destaca Mauriac que casi no hay experiencias de la memoria involuntaria ni de reminiscencias en los 75 folios, algo que será esencial en su cosmología literaria y en la manera de concebir el arte que tenía el escritor francés. Apenas, como ella señala, hay un recuerdo de un sueño que le lleva al narrador a una avenida arbolada de otro tiempo; ahí ya se presagia el mundo que se está abriendo en la mente del escritor, y la importancia que tendrán los recuerdos latentes

¨He visto ya esos árboles, ¿dónde?¨. Era algo tan vago que creía que sucedía en sueños. Y luego lo recordaba, era aquella avenida que tomábamos al salir de la ciudad (…) Cuántas veces he deseado volver a ese camino que llegó a ser, en mis sueños, más misterioso aún de lo que era en mi recuerdo (…) Sentía la singularidad extrema de esa avenida, la sentía inexpresable, estaba a punto de expresarla, me despertaba.

Sí encontramos en uno de esos “otros” manuscritos “el antetexto más precoz” de la famosa, incluso para los que no han leído la novela, escena de la magdalena mojada en una taza de té, cuando el narrador deja de sentirse “mediocre, contingente, mortal”. En busca del tiempo perdido no existirá, señala Tadié, “hasta que Proust haya hecho de la memoria involuntaria no solo un acontecimiento capital, sino también el principio organizador del relato, es decir, el día en que imaginó que escribiría que todo Combray había salido de una taza de té”.

Solo en El tiempo recobrado, el maravilloso volumen que cierra la novela, y le da todo su sentido, el narrador comprenderá cómo buscar la verdad interior, “la verdad que todos sospechan”, desde el convencimiento de que es desde las sensaciones, y no solo desde la inteligencia, cómo podremos evocar el pasado y “acceder al edificio enorme del recuerdo”.

Esos “otros manuscritos” que acompañan a los 75 folios se han elegido, leemos, porque forman parte de sus antecedentes o porque ponen de manifiesto el uso que Proust hizo de ellos. De uno de esos manuscritos, identificado como Cuaderno 4, se ha dicho que en él había nacido su novela; en otro se nombra ya a Combray con el topónimo que llega a la obra; aparece Charles Swann, “la piedra angular de toda la estructura”, según Samuel Beckett; hay ya reflexiones sobre la muerte y el duelo, que tanta presencia tendrán en la Recherche…

El yo profundo del escritor. El tesoro del tiempo

Proust estaba convencido de que el que escribe es otro, “que un libro es el producto de otro yo que el que manifestamos en nuestras costumbres, en la sociedad, en nuestros vicios”. Por eso arremetió con firmeza contra la crítica literaria que no separa al hombre de la obra, que considera que no se puede juzgar un libro sin conocer todos los antecedentes, las relaciones y los detalles de la biografía del autor. Proust discrepa de forma radical de esa concepción que es, precisamente, la que defendía el famoso crítico francés del siglo XIX Saint-Beuve.

Entonces, si el que escribe es otro, una dimensión diferente de la personalidad, si aceptamos el punto de vista de Proust, ¿por qué entusiasmarse con estos 75 folios y el resto de manuscritos hasta ahora inéditos? Es más, ¿por qué buscar en la vida real de Proust aspectos que parecen reflejarse en En busca del tiempo perdido?

Tal vez porque, incluso compartiendo lo que dice, partiendo de que el que escribió su obra es otro, su yo profundo, ¿cómo renunciar a leer las biografías, los estudios sobre él, la correspondencia, a conocer las circunstancias de su vida? ¿Cómo no querer viajar a Normandía y buscar allí, en Illiers-Combray o en Cabourg/Balbec, o entre sus escritos de otro tiempo, lo que tan importante fue no ya para el Proust social, sino, eso imaginamos, para el otro Proust?

Este volumen que nos llega con los folios míticos lo disfrutaremos, sobre todo, los lectores apasionados por la Recherche, los que, desde el primer deslumbramiento ya no hemos dejado nunca de leer este libro inagotable; probablemente lo disfrutaremos más aún que los exégetas y los especialistas que han tenido siempre el fondo Proust, los documentos originales y la Biblioteca Nacional francesa para sus investigaciones.

Los que no han leído a Proust o han hecho una lectura superficial (aunque esto es imposible, como decía Carlos Pujol, porque el que no lo lea con atención entenderá muy poco y, entre bostezos, lo dejará pronto) tienen en estos manuscritos una puerta nueva para llegar al mundo proustiano, y el excelente estudio de Nathalie Mauriac para después de leída la obra completa.

Adentrarnos y profundizar en una obra tan grande como la Recherche siempre nos hace sentirnos privilegiados; ya lo dijo el citado Pujol, traductor, por cierto, de una parte del tomo primero: “Proust nos hace sentir por hipnotismo tan inteligentes, sensibles y sutiles como él sabe serlo”. Y Nabokov resumió muy bien lo que encontramos en este libro, un libro que es muchas cosas a la vez y del que estos manuscritos eran un antecedente decisivo:

El conjunto es la búsqueda de un tesoro: el tesoro del tiempo, oculto en el pasado; este es el significado del título “En busca del tiempo perdido”. La transmutación de la sensación en sentimiento, el flujo y el reflujo de la memoria, las oleadas de emociones tales como el deseo o los celos, y la euforia artística…todo eso constituye el material de esta obra enorme aunque excepcionalmente clara y transparente.


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