Ha recibido muchos premios a lo largo de su carrera, ¿cómo vive el reconocimiento a su profesión?

El mayor premio es mi profesión. La suerte de pasar la vida pensando, viviendo y leyendo como escritora. No distingo entre mis horas de trabajo y de vida. Tengo mis horas de escritorio, pero no tengo un sábado o un domingo libre. Voy al cine y tengo mi libreta sobre las piernas, porque quiero rescatar lo que sucede.

Entonces, cuando llega un premio se convierte en parte de esa trama. Al principio lo hacía porque lo hacía, y estaba convencida de que nadie se iba a voltear para verlo; por ello, el primer premio que recibí, la beca ‘Salvador Novo’ para jóvenes poetas, cambió mi vida. Lo demás es siempre una sorpresa, porque no voy en una carrera a por premios, corro hacia otros lados.

¿Hacia dónde corre Carmen Boullosa?

Donde seguramente esté corriendo es hacia la tumba… La vida tiene siempre movimiento, como los peces que permanecen en la corriente para poder respirar y seguir vivos. Igual vivo yo, pero el premio de alguna manera es una muestra de respeto, afecto y solidaridad que me aporta algo muy especial. El que este reconocimiento sea, además, de la Casa de América me da doble satisfacción. Madrid guarda mucho de América Latina y este premio, sentimentalmente, se convirtió en un abrazo largo.

Es la segunda mexicana que lo gana, ¿cómo se refleja México en su trabajo?

Soy cien por ciento hecha en México, eso podría ponerlo en todo lo que escribo y vivo. Mi entrenamiento sentimental, estético, culinario, verbal… es absolutamente mexicano. Una de las mayores inspiraciones de mi vida fue la de mi abuela materna, con la que tuve las horas más largas de convivencia en mis primeros años. Había vivido la revolución y todo en ella era muy especial y, al mismo tiempo, muy mexicano. Era la encarnación de ese sueño en el que todos éramos mestizos, todos de una misma raza. Encarnaba el sueño posrevolucionario y, de alguna manera, marcó en mí un modo de ser mexicana.

¿Qué otras influencias han alimentado esas raíces tan marcadas?

Hubo otras, como mis años de joven escritora en México… un entorno con mucho intercambio intelectual amistoso y enemistoso, superintenso, que Roberto Bolaño retrató tan bien en Los detectives salvajes. Ir al café donde sabías que Octavio Paz iba a estar husmeando los periódicos y revistas internacionales fue una manera sensacional de crecer. O ir a la librería que frecuentaba Juan Rulfo para ver los libros que él había estado ojeando… Hoy es todo muy diferente.

Su vida en Nueva York avivará ese sentimiento de pertenencia…

Desde 2011 pasó temporadas en Nueva York, pero dentro de mí sé que allí siempre he sido una visitante. Además, en esa ciudad todo el mundo es un poco de afuera. Es otra sensibilidad y modo de ser y, al mismo tiempo, una forma de enriquecer lo que una tiene de mexicano. Siempre estoy buscando y volviendo a lo propio. Pasándolo por mi filtro personal y alterándolo un poco, aunque luego no es más que olor a mundo.

No sólo es poeta, también novelista, ¿cómo se comunican estos dos lenguajes tan distintos en apariencia?

Son dos formatos muy diferentes y, al tiempo, muy iguales. A la novela me llevó mi adicción al trabajo. Te va llevando de la mano y es un mundo que vas descubriendo como si fueras un arqueólogo. Ese tipo de trabajo, de ver al otro como si fueras un testigo ajeno, tiene algo de regalo, aunque implique muchas horas de trabajo. Y tiene esa delicia de que todos los días queden estructurados en torno a la novela, lo que me da seguridad y un placer enorme, aunque luego haya sufrimiento y no sepas adónde vas e incluso puedas sentirte perdida. Pero te vas perdiendo desde donde ya estás…

¿Y la poesía?

La diferencia es que el poema no lo dice todo, pero lo evoca todo, contiene todo, puede que de una forma más precisa que la novela. No es tan descriptivo pero siempre está dialogando con el silencio y con todo aquello que no se puede decir. En el caso del poema, aunque sea esa labor secreta de uno mismo, con La aguja en el pajar estoy con la «voz de la tribu», con mis antenas sintiendo lo que pasa afuera, más que lo que sucede en mí. Siento que estoy vibrando con lo que le pasa a los demás. Rarísimo… Pareciera que los poemas los escriben los demás, y eso es una cosa misteriosa, con un brillo muy especial y extraordinario.

Entenderá que no podemos terminar esta entrevista sin hablar de su relación con España...

Mi apellido es gallego. Mi abuelo, que yo creí que había nacido en Galicia, parece que nació en México y fue su padre el gallego, y trajo su propio sello y un modo de ser. Ya hablé de ese lado mexicano tan fuerte, que viene de mi abuela materna, pero del lado de mi padre y de su familia siempre tuve la certeza de que había algo muy distinto. Ese algo muy diferente viene de acá. No hay nada cien por cien mexicano, somos una mezcla de todo el mundo. Voy a cualquier parte de Andalucía y mi corazón vibra, leo a Sor Juana y reconozco tantas cosas familiares… y tantos dolores de cabeza que tenemos todos compartidos.