Luis Rosales Camacho vino al mundo en Granada, en el seno de una conocida familia de la ciudad, el 31 de mayo de 1910. En su universidad estudió Filología y Derecho, formación que completó al trasladarse a Madrid en los primeros años de la década de 1930.

En la capital conoce a quienes ya se convertirían en amigos de por vida, Luis Felipe Vivanco, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Leopoldo Panero, Dionisio Ridruejo o José García Nieto. Allí, en 1933, publicará sus primeros poemas en las revistas Los cuatro vientos, Cruz y raya, Vértice, El gallo y Caballo verde, publicación fundada por Pablo Neruda. Y en 1935 da a la imprenta Abril, un primer libro de poemas de temática amoroso-religiosa en el que se percibe una clara influencia garcilasista.

Heridas de guerra

La Guerra de España dejará en Rosales una herida que nunca acabará de cerrar como consecuencia de la muerte de dos personas muy queridas por él. En agosto de 1936, a pesar de haberse refugiado en la casa de los Rosales, en donde se sentía protegido, Federico García Lorca es detenido y ejecutado por los sublevados. Ese mismo año también fue asesinado, esta vez en zona republicana, el catedrático de Filosofía y miembro fundador de la revista El Gallo Joaquín Amigo.

En 1937 firma La voz de los muertos, elegía a todas las víctimas de ambos bandos que, alejado de cualquier toma de partido o exaltación y publicado inicialmente en el periódico granadino Patria y más tarde incluido en Segundo Abril , se inscribe como uno de los poemas esenciales que genera la contienda civil.

Su siguiente libro, La mejor reina de España. Figuración en prosa y verso (1939), lo escribe en colaboración con Vivanco, y en 1941, El contenido del corazón.

Ocho años más tarde publica la primera versión de La casa encendida, por muchos considerada su obra cumbre. Un poemario en verso libre que aúna lirismo y narración y fue rehaciendo y ampliando hasta concretar una nueva versión publicada en 1967. Algo parecido sucedió con su primera obra, Abril, que fue corregida y aumentada con nuevos poemas y publicada de nuevo en 1972, con el título Segundo Abril, cuatro décadas después de su edición inicial.  

Hacer y deshacer

Ese hacer y deshacer es frecuente en el curso de una poesía que nace reposada, como demuestra Rimas, libro en el que trabajó entre 1937 y 1951, año de su publicación, en el que explora, con notable dominio técnico, el poema breve. De esa obra es esta esclarecedora Autobiografía:

Como el náufrago metódico que contase las olas
que faltan para morir,
y las contase, y las volviese a contar, para evitar
errores, hasta la última,
hasta aquella que tiene la estatura de un niño
y le besa y le cubre la frente,
así he vivido yo con una vaga prudencia de
caballo de cartón en el baño,
sabiendo que jamás me he equivocado en nada,
sino en las cosas que yo más quería.

En 1979 ve la luz Diario de una resurrección, otro de sus fundamentales poemarios. Sus últimas obras, con una notable carga sentimental, basculan como es común a otras entregas y pese a su aparente sencillez, entre el clasicismo y la vanguardia y mantienen, también como casi siempre,  la fusión de lo lírico y lo narrativo. Es el caso de Canciones, Como el corte hace sangre o La carta entera.  

Rosales es autor de una importante obra ensayística en la que destacan títulos como Cervantes y la libertad; Pasión y muerte del Conde de Villamediana; El sentimiento del desengaño en la poesía barroca; Teoría de la libertad y Garcilaso, Camoens y la lírica española del Siglo de Oro, con el que obtuvo en 1972 el Premio Miguel de Unamuno. Un año después ganaría el Nacional de Ensayo. Y entre los muchos reconocimientos por su obra poética el Nacional de Poesía, el de la Crítica y el ya mencionado Cervantes en 1982.

Importante es también su labor como editor y responsable de publicaciones. En esa vertiente se inscribe su función como secretario de Redacción y director de Cuadernos Hispanoamericanos o la dirección, entre 1953 y 1965, de la revista Estafeta literaria, que es posteriormente continuada en Nueva estafeta, de 1978 a 1982, revista que por primera vez en España incorpora textos en español, catalán, euskera y gallego. Nombrado en 1970 asesor del Instituto de Cultura Hispánica, desde 1973 fue director de su Departamento de Actividades Culturales, cargo en el que tuvo como colaboradora y secretaria a la poetisa Francisca Aguire.

Carga sentimental

En 2005, bajo la edición de Luis García Montero, se publicó la amplia antología El náufrago metódico, y Félix Grande, discípulo y amigo de Rosales, seleccionó y prologó los poemas de Porque la muerte no interrumpe nada, publicada en 2010. Grande también había escrito en 1987 el ensayo La calumnia. De cómo a Luis Rosales, por defender a Federico García Lorca, lo persiguieron hasta la muerte.    

Tras sufrir un embolismo pulmonar Rosales falleció en Madrid, ciudad en la que residía, aunque desde 1968 pasaba largas temporadas en Cercedilla, el 24 de octubre de 1992. Había cumplido 82 años.

El amor aparece en toda su obra de forma sosegada y tranquila. El periodo de posguerra se caracteriza, además, por el sentimiento religioso. Como se ha escrito al significar el contraste que reina en su producción, la carga sentimental de sus poemas, en los que se entremezcla el aire de los acontecimientos diarios, -‘poesía de lo cotidiano’ ha sido denominada por no pocos-,  con los flecos del recuerdo, ha servido para situar al autor en el proceso de rehumanización de la poesía española.

De La casa encendida rescatamos los fragmentos iniciales de La luz del corazón llevo por guía:

La palabra del alma es la memoria;
la memoria del alma es la esperanza
y ambas están unidas como el haz y el envés de una moneda,
están unidas en el paso igual que el pie que avanza se apoya en el de atrás
la esperanza, que quizá es tan sólo la memoria filial que aún tenemos de Dios,
y la memoria que es como un bosque que se mueve,
como un bosque donde vuelve a ser árbol cada huella.


Y todo cabe dentro de la verdad,
mientras regreso hacia mi cuarto,
mientras camino a oscuras,
con las manos abiertas y ofrecidas para no tropezar.
Sí, ésta es la entrada,
ésta es la inevitable puerta de mi casa,
éste es el cuadro que ha pintado Renoir palideciendo
desde un rosa escolar y tranquilo hasta aquel verde
                         vegetal y súbito;
y este puente,
esta vacilación vital, es el pasillo en donde tantas veces
          he pedido limosna,
y este cristal, este cristal.

Pero ¿no estaba el cuarto apagado hace un instante?,
¿no he encontrado su puerta
hace un instante sólo
amoratada y virtual como una carne que se enfría?
,

y ahora
¿no estoy viendo cómo empieza a encenderse?,
¿cómo albea
y cómo, finalmente, va encarnando la luz,
casi llorándola, y haciéndose cristal y aconteciendo
ante la habitación minúscula y frugal
donde escribo mis versos,
ante la habitación que ahora se enciende por sí misma,
y hasta este instante estaba sola?
Al ver la luz he recordado algo,
he recordado que hace poco he besado a una mujer en                    
esta habitación,
pisoteándole los labios,
y para no sentir la quemazón de este recuerdo, abro la                    
puerta y entro.

Sabed:
ahora se encuentra lloviendo dentro de ella
es una lluvia triste como un llanto de ciego,
es una lluvia interminablemente sucesiva,
interminablemente diciéndome que llueve,
interminablemente cayendo siempre y sin mojar la tierra;
sin embargo, sabed
que entre la lluvia
         hay un sonido húmedo y sordo
de embestida total que socaba la entereza de algo,
hay una mano
que nos está cambiando de sitio el corazón,
y hay un latido que se empapa de lluvia,
y hay una carne tensa que se está haciendo vegetal,
que se redime de ser carne y que llueve…