La llamada “Tercera etapa” en la investigación acerca del Jesús de la historia surgió a partir de los años setenta del siglo XX, se consolidó pasados los ochenta y sigue viva todavía, estando protagonizada fundamentalmente por autores del mundo anglosajón, sobre todo estudiosos norteamericanos, aunque son muchos los autores que se inscriben en esta corriente y no todos comparten las mismas características; tampoco puede decirse que todos los estudiosos de nuestro tiempo puedan incluirse en esta línea de investigación.

La nueva etapa, llamada también “Tercera búsqueda” está marcada por una conciencia más profunda tanto de los logros como de los límites de la investigación histórico-literaria (los que ya ha traído como a los que puede llevar con la aplicación de nuevos métodos analíticos), así como por los descubrimientos arqueológicos del último medio siglo, los trabajos derivados del estudio de los manuscritos de Nag Hammadi y Qumrán, el mejor conocimiento de los escritos apócrifos, el diálogo entre autores cristianos y judíos y un planteamiento de la investigación histórica diferente con el auxilio de otras ciencias, como la sociología, la psicología, la paleografía y la antropología cultural. Junto a ello hay que señalar el reconocimiento de los evangelios como principales fuentes históricas acerca de Jesús, su vida, pasión y muerte, la importancia concedida a la fuente Q y el valor de algunos textos apócrifos, la ubicación de Jesús en el marco del judaísmo de su época, especialmente en el contexto de la realidad socio-religiosa de la región de Galilea, algo diferente de la de Jerusalén.

Todo ello ha permitido situar y entender mejor la vida de Jesús, suscitando ciertos consensos básicos entre la diversidad de interpretaciones, como ha puesto de manifiesto Rafael Aguirre (Aproximación actual al Jesús histórico, 1996; ¿Qué se sabe de Jesús de Nazaret?, 2009, realizado en colaboración con Carmen Bernabé y Carlos Gil). No obstante, sigue resultando imposible hacer un retrato único de Jesús y, a la hora de representar una imagen de conjunto de su figura, hay que recurrir al collage (no en balde el profesor Antonio Piñero ha titulado uno de sus libros Jesús de Nazaret, el hombre de las 100 caras, 2012) con las informaciones parciales obtenidas de las diferentes versiones (visiones) en las que intervienen diversos presupuestos (miradas).

Así, nos encontramos con la perspectiva del Jesús mago (Morton Smith: Jesús de Nazaret, el mago, 1978), la del profeta escatológico y renovador del judaismo (Ed Parish Sanders: Jesús y el judaísmo, 1977; La figura histórica de Jesús, 1993), el filósofo cínico de origen campesino (John D. Crossan: Jesús: vida de un campesino judío, 1991), el judío carismático (Geza Vermes: Jesús, el judío, 1973), el revolucionario cuasi zelote (Samuel Brandon: Jesús y los zelotes, 1967); a estas aproximaciones se han añadido en las últimas décadas la del predicador itinerante, el taumaturgo, el profeta social, el maestro gnóstico… Según el experto en estudios hebreos Julio Trebolle (Historia mínima de la Biblia, 2022), después de mucho tiempo, se está tratando de recuperar por parte de las actuales corrientes del judaísmo al Jesús judío, ya sea como un reformador de origen fariseo (Joseph Klausner), un observante de la Ley mosaica, pero radical en su esperanza en la venida del reino de Dios (David Flusser) o un hassid, es decir, un hombre piadoso practicante ejemplar de la oración, dedicado a la predicación, la pobreza, las curaciones y el exorcismo (Geza Vermes). Se pretende situar a Jesús en el judaísmo de su tiempo (que se mantuvo bastante plural hasta la destrucción del templo de Jerusalén en el año 70) y relacionar su actividad con las condiciones históricas y sociales de la Palestina del siglo I, en la que la penetración e influencia del helenismo eran importantes. Otro aspecto de sumo interés para los exégetas de la tercera etapa es la interpretación del Reino de Dios predicado por Jesús: cercanía o inmediatez vs futuro, final de la historia vs transformación de la misma.

Cautelas

Dentro de esta tercera búsqueda del Jesús histórico hay que subrayar las aportaciones de dos importantes grupos de investigadores. Por una parte, la del grupo de estudiosos que constituyen el Jesus Seminar, dirigido por Robert W. Funk y John D. Crossan, que tiene su sede en California (EE.UU.) y añade a su fin investigador un objetivo divulgador de sus consensos, siendo una de sus principales características la mayor consideración de los textos apócrifos, principalmente al Evangelio de Tomás, y los textos de la Fuente Q. Por otra parte, el grupo interesado en estudiar y mostrar el carácter “biográfico” que poseen los evangelios, al estilo de las grandes biografías de la antigüedad grecorromana, cuyo representante más significativo es Richard A. Burridge (¿Qué son los Evangelios? Una comparación con la biografía grecorromana, 1992). Para este grupo, los evangelios no son solo historia de la experiencia cristiana de las primeras comunidades, sino que en ellos se puede observar un verdadero interés en mostrar la historia de Jesús y pueden ser tenidos como fuente principal, aunque con las cautelas requeridas por la crítica histórica.

Probablemente, el exégeta que ha estudiado de manera más completa la figura de Jesús en los últimos tiempos es el teólogo estadounidense John P. Meier, autor de la monumental Un judío marginal. Una nueva visión del Jesús histórico I-IV (1991- 2009), quien ha desarrollado una visión multiforme de Jesús, a quien presenta como predicador itinerante, profeta escatológico, mensajero del reino de Dios, hacedor de milagros, maestro e intérprete de la Ley de Moisés, maestro de sabiduría y tejedor de parábolas y aforismos, guía de una banda itinerante de discípulos y mesías real de la estirpe de David, que acaba siendo crucificado por los romanos bajo el título de “Rey de los Judíos”.

En cambio, la visión del teólogo español Juan José Tamayo, próximo a los postulados de la teología de la liberación, es que Jesús fue un indignado que tomó conciencia de una realidad injusta, adoptó una actitud de rebeldía frente al sistema socio-político imperante y se comportó como un insumiso frente al orden establecido y a las normas convencionales. El conflicto, nacido de la indignación (frente a los poderes político, religioso, económico y patriarcal, e incluso contra el Dios autoritario del Antiguo Testamento), define su modo de ser, caracteriza su forma de vivir y constituye el criterio ético de su práctica liberadora. La insumisión y resistencia de Jesús, dice Tamayo, se forja a partir de la misericordia, entendida como descubrimiento del sufrimiento del prójimo y de la solidaridad efectiva para eliminarlo. Por otra parte, su conflicto con Dios se muestra en toda su radicalidad en los momentos finales de su vida: “Jesús pide cuentas a Dios por no estar de su lado en el proceso, la condena y la ejecución; como antes su correligionario Job, le expresa su más profunda decepción y lanza un grito de protesta: “¿Por qué me has abandonado?”.

Sin duda, el mayor problema a la hora de abordar una biografía de Jesús radica, tal y como señala Trebolle, recogiendo también el sentir de los más rigurosos investigadores actuales, en dar razón de cómo el Jesús de Nazaret que anunciaba la llegada del reino de Dios se convirtió en el “Cristo de la fe”, es decir, el Mesías, Señor (Kyrios) y Salvador, tal y como la Iglesia lo ha anunciado a través de los siglos, el Hijo del Hombre e Hijo de Dios anunciado en los evangelios o “memorias” de sus discípulos.

Más investigación

Una de las mayores dificultades estriba en que el “Jesús real”, como otros muchos personajes de la Antigüedad, está perdido en la historia y solo se dispone del “Jesús histórico”, que es la reconstrucción hipotética y fragmentaria que se hace de él utilizando los recursos y la metodología de la investigación histórica moderna. La figura de Jesús que resulta de la investigación no será nunca la que muestre su realidad, pero su aproximación será cada vez mayor en la medida que los investigadores dispongan de nuevos datos y de nuevas herramientas metodológicas. Cuanto más se investigue y se conozca al “Jesús histórico”, tanto más se irá completando la figura del “Jesús real”. Sin embargo, existe todavía un trecho por recorrer en el camino entre historia y fe, máxime cuando dos de los más significados representantes de la llamada “Tercera búsqueda” mantienen posiciones opuestas: mientras que para Crossan la reconstrucción de Jesús hecha por la crítica histórica es esencial para la confesión de fe, para John P. Meier no tiene ninguna significación teológica.

Después de estas vueltas, permítanos el lector tomar el atajo para decir que, en el estado actual de nuestros conocimientos, lo que se sabe con certeza acerca de la vida de Jesús cabe en un pequeño mosaico. Los datos ciertos son que nació en torno al año 4 de la era cristiana (6-4 a. C.), poco antes de la muerte de Herodes el Grande. Vivió en Nazaret. Fue bautizado por Juan el Bautista. Durante un tiempo predicó el reino de Dios, fundamentalmente por las aldeas de Galilea próximas al lago Tiberíades, reuniendo en torno a él a un grupo de discípulos. Alrededor del año 30 acudió a la ciudad de Jerusalén con motivo de la Pascua judía, ocasionó un tumulto en el templo y fue detenido. Fue condenado a morir en la cruz por el prefecto romano Poncio Pilato, bajo el sumo sacerdocio de Caifás. Tras su muerte, su movimiento pervivió y hubo quienes aseguraban que Jesús había resucitado.

No obstante, de las investigaciones de los exégetas se puede concluir que algunos de los hechos narrados por los evangelistas tienen muchas posibilidades de ser históricos, siendo los que se exponen a continuación considerados como más probables. Jesús fue un judío del primer tercio del siglo I, con una profunda inquietud religiosa. Al inicio de su actividad pública, al borde de los 30 de edad, parece haber tomado contacto con varios de los grupos judíos que convivían en la Palestina de su tiempo, especialmente con los fariseos, pero no se identificó ni con la ideología ni con el sistema social dominante y promovió un movimiento disidente dirigido no a un solo grupo de población, sino a todo Israel. Está claro que procedía de Nazaret, pero no lo está tanto, ni mucho menos, su nacimiento en Belén, que bien pudo haber sido una elaboración teológica evangélica para subrayar su origen davídico (Belén era la ciudad del rey David). Jesús aparece no solamente como una persona que sabía leer y escribir, sino como una persona instruida, con un amplio conocimiento de las Sagradas Escrituras, probablemente adquirido de forma autodidacta, cumplidor de la Ley mosaica, aunque crítico en la consideración de que hay que ir más allá de ella, no contra ella, y se muestra bastante avezado en las discusiones con los maestros de la Ley. No obstante, hay que significar que, aunque se pueda deducir por sus dichos y hechos posteriores una experiencia religiosa intensa, se desconoce prácticamente todo de Jesús hasta que comenzó su breve vida pública.

Jesús predicó en Galilea, región de fuerte identidad judía y bastante habitada en aquella época, y su centro de actividad fue seguramente Cafarnaúm, pueblo situado en la orilla occidental del lago de Tiberíades y abierto a los influjos del helenismo. No es de extrañar que, además de arameo (lengua en la que se expresaba habitualmente) y hebreo, Jesús tuviera un buen conocimiento del griego. Enseñaba como un maestro que habla con la autoridad de un rabí, valiéndose de un lenguaje sencillo y persuasivo con objeto de conseguir el interés de quienes le escuchaban (“les hablaba la palabra conforme a lo que podían oír y entender”) y de transmitir la experiencia transformadora del reino de Dios, que “ya está entre vosotros”, pero cuya magnitud se manifestará en un futuro próximo, siendo sus señales la superación de las injusticias, la liberación, el triunfo de la vida y el resplandor de la verdad; reino de Dios por el que la realidad se ve y se valora de una manera diferente, pero que, para explicarlo, ha de recurrir a una serie de parábolas, como la de la semilla (Mt 4, 26-29), la del grano de mostaza (Mt 4, 30-32) y la del tesoro escondido en el campo (Mt 13, 44). A través de un concepto cargado de simbolismo y de una gran fuerza evocadora, Jesús buscaba una transformación radical de la vida judía de su tiempo, una “verdadera revolución de los valores” (Gerd Theissen).

Líder carismático

Parece probado que, después de su bautismo, Jesús asumió un cierto aspecto marginal en su vida y reunió en torno suyo a un grupo de discípulos itinerantes, que le acompañaba de manera variable en sus desplazamientos, y un grupo de seguidores más domésticos que le acogía y daba hospitalidad en sus visitas a las aldeas. Todos ellos le consideraban un líder carismático. En cuanto a los “hermanos” de Jesús de los que hablan los evangelistas, la opinión más común de los exégetas hoy día es que se trataría de verdaderos hermanos y no simplemente de parientes. Durante el tiempo de su predicación sus enseñanzas y hechos suscitaron un gran entusiasmo, especialmente entre la población campesina y los pescadores de Galilea, despertando el recelo tanto de los jefes religiosos judíos como de las autoridades romanas, pues el eco popular llegó hasta Judea y traspasó las puertas de Jerusalén.

Además de por su mensaje y sus enseñanzas, Jesús de Nazaret destacó por una serie de acciones que atrajeron mucho la atención de las gentes y crearon una enorme expectativa. Llevó a cabo algunos hechos milagrosos (la mayoría de los investigadores concluyen que las curaciones de enfermos, en las que juega un papel decisivo la fe de los propios pacientes en la autoridad y el poder sanador de Jesús y su propuesta del reino de Dios, tienen más garantías de resultar históricos que los llamados “milagros de la naturaleza”, como calmar las tempestades).

También resulta una práctica singular su capacidad para realizar exorcismos y eliminar los demonios o espíritus malignos, aunque conviene tener en cuenta que, en aquel tiempo, ya existía una larga tradición de sanadores, taumaturgos y exorcistas, como también de magos y adivinos de diverso tipo (astrología, oráculos, etc.), en el Mediterráneo oriental y el Oriente próximo. A ello hay que añadir otra serie de acciones cargadas de simbología, como la elección de los discípulos, las comidas públicas tanto con personas de su entorno más cercano como con gentes de mala reputación y los planteamientos proféticos del Templo. Por otra parte, los expertos otorgan ciertos rasgos de historicidad al episodio que aparece en Lc 13, 31-32 en el que los fariseos avisan a Jesús de que Herodes Antipas le busca para matarle y le aconsejan que huya, a lo cual Jesús se opone de forma decidida continuando su camino a Jerusalén. Además de maestro, Jesús fue considerado como profeta por un amplio sector de la población y hubo gente que vio en él al Mesías, al Cristo, “el ungido”.

Algunos investigadores actuales piensan que determinados hechos y prácticas de Jesús, como los anteriormente referidos, están más garantizados por la investigación histórica que sus palabras y que en ellos se debe basar preferentemente la búsqueda del personaje real. Existe una cierta unanimidad en los exégetas que de todos los dichos atribuidos a Jesús que aparecen en los evangelios y otros escritos neotestamentarios únicamente unas pocas frases podrían considerarse fieles a lo pronunciado por Jesús.

Bienaventuranzas

Entre las expresiones más consensuadas se encontrarían las bienaventuranzas formuladas durante el conocido Sermón de la Montaña, que contienen elementos esenciales de la enseñanza de Jesús, aunque el conjunto pudo ser reelaborado para darle una mayor carga teológica por Mateo (Mt 5, 1-12), la parábola del buen samaritano (Lc 10, 25-37), con la que Jesús replantea de forma muy característica en él la pregunta que se le hace (“¿Quién es mi prójimo”?) y algunas expresiones, como las conocidas: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22, 21); “Más difícil es que un rico se salve que el que un camello pase por el ojo de una aguja” (Mt 19, 23-24), y “En verdad os digo que no beberé del fruto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el reino de Dios” (Mc 14, 25), frase pronunciada en el marco de la cena de Betania (la expresión “en verdad os digo” es utilizada en otros varios pasajes evangélicos).

Quizás también procedan de Jesús algunas sentencias acerca del “profeta perseguido”, como las contenidas en Mt 13, 57 (“Un profeta no es despreciado más que en su patria y en su tierra”) y en Lc 13, 34 (“Jerusalén, Jerusalén que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados…”), así como la sentencia repetida en los tres evangelios sinópticos: “Los últimos serán los primeros y los primeros últimos” (Mt 20, 16; 19, 30; Mc 10, 31; Lc 13, 30). Asimismo, se tiene por característico de Jesús la pronunciación de la palabra aramea Abba, mantenida incluso en textos cristianos posteriores para invocar y referirse a Dios como Padre. Y no resulta ajena a su manera de hacer y de decir los episodios en los que resalta el acercamiento a los niños (Mc 10, 13-15), un grupo de población falto de solidaridad y que apenas contaba en la sociedad de su tiempo, e invita a “hacerse como ellos” (Mt 18, 1-6).

Jesús habló a las gentes con palabras corrientes, valiéndose no pocas veces de parábolas y paremias. En cualquier caso, no existe una sola frase, ni siquiera una sola palabra escrita por Jesús. La única referencia evangélica a algo escrito por el nazareno se encuentra en el episodio de la mujer adúltera (Jn 8, 1-11): “Se fue Jesús al monte de los Olivos; pero, de mañana, otra vez volvió al templo, y todo el pueblo venía a él, y, sentado, les enseñaba. Entonces los escribas y fariseos trajeron a una mujer tomada en adulterio y, poniéndola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el mismo hecho de adulterio. Y en la Ley Moisés nos ordena apedrear a las tales: tú ¿qué dices? Mas esto lo decían tentándole, para tener de qué acusarle. Sin embargo, Jesús agachado escribía con el dedo en la tierra. Como ellos insistieron en preguntarle, se incorporó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado, arroje contra ella la piedra el primero. E inclinándose de nuevo, escribía en tierra. Al oír esto fueron saliendo uno a uno, comenzando por los más viejos, y quedó Jesús solo, y la mujer en medio. Enderezándose Jesús, le dijo: mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado? Y ella dijo: ninguno, Señor. Entonces Jesús dijo: Ni yo te condeno tampoco; vete y no peques más”.

En cuanto al episodio de la pasión, todo el proceso está excesivamente dramatizado y teologizado. Son muy pocos los hechos que se pueden dar por probados históricamente. Los evangelistas no ofrecen el mismo relato (aunque sí puntos coincidentes) y existen numerosas lagunas en el estudio histórico. De momento, las únicas certezas que parecen existir son que el principal desencadenante de la detención fue el altercado ocurrido en el Templo de Jerusalén, centro religioso y social del judaísmo, en vísperas de la Pascua judía (fiesta de los panes sin levadura), la muerte de Jesús en la cruz a las afueras de la ciudad y la sepultura de su cadáver.

El proceso

En las últimas décadas la opinión mayoritaria de los expertos ha reducido el papel central que la Iglesia ha concedido tradicionalmente a las autoridades judías (los sumos sacerdotes eran de orientación fundamentalmente saducea y no farisea) en relación a la condena a muerte de Jesús. No es que no tuvieran una parte importante de responsabilidad en el hecho de su prendimiento al considerar que tanto él como toda su compaña estaban fuera de su doctrina y que convenía que “un hombre muera por el pueblo y no que toda la nación se pierda” (Jn 11, 50), pero los cargos formulados y su castigo muestran que el breve proceso judicial fue una acción romana y fue la autoridad de Roma, en última instancia, la responsable de la ejecución de Jesús, quien, a través de su anuncio del reino de Dios, proclamaba un mensaje de resistencia y esperanza.

Si bien pudo haber ocurrido alguna comparecencia más o menos formal ante los jefes sacerdotales judíos, el juicio tuvo lugar ante el prefecto romano, que era quien tenía el poder de dictar la pena de muerte. Por otra parte, parece claro que Jesús no hubiese sido ajusticiado en la cruz (patíbulo romano reservado a los esclavos, rebeldes y personajes subversivos no romanos) si la autoridad imperial no se hubiera sentido inquieta por la dimensión política y el eco popular que había alcanzado su ministerio, cuya peligrosidad habría sido acentuada por la denuncia de los príncipes de los sacerdotes y los escribas judíos, que mantenían una excelente relación con el poder romano y la autoridad herodiana y seguramente maniobraron para que fuera juzgado. Jesús fue condenado por sedicioso, no simplemente por blasfemo, por un delito contra “la majestad del pueblo romano”, y ajusticiado con “muerte agravada”.

En cuanto al relato en sí, el episodio de la pasión es uno de los conjuntos tradicionales más antiguos y estructurados, habiéndose planteado el estudio histórico-crítico en dos orientaciones algo distintas: la planteada por los sinópticos (Marcos y las variantes de Mateo y Lucas) y las tradiciones que están detrás de ellos y la propuesta por el evangelio de Juan. No obstante, aunque la traición de Judas, el arresto en el huerto de Getsemaní, la celebración de la última cena (Pablo, en su Primera carta a los Corintios, la menciona antes de que fuera recogida por los cuatro evangelistas, pero no es descartable que la solemnidad de una cena con carácter de despedida y una acción tan simbólica como el gesto de compartir el pan y la copa de vino quedaran grabadas en la memoria de los discípulos, aunque luego pudieran ser más o menos teologizadas), la comparecencia ante el Sanedrín, los pormenores del juicio ante Pilatos y los últimos momentos de Jesús en la cruz han proporcionado páginas de una gran riqueza literaria y algunas de las más bellas obras de arte, el análisis crítico no permite establecer con rigor la historicidad de ninguno de ellos y la pasión y muerte de Jesús de Nazaret se mantiene como uno de los misterios más profundos y duraderos de la historia occidental. Raymond E. Brown analiza en profundidad los acontecimientos de la pasión y muerte de Jesús en La muerte del Mesías (2005-2006).


Tanto el presente artículo como el anterior se presentan como la continuación de los dos publicados el pasado año en hoyesarte.com por estas mismas fechas con el título El Jesús histórico (I y II). Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?