That’ll be the day son apenas dos minutos de una melodía sencilla que convertirían a un paleto de Texas en una estrella internacional del rock primigenio y en una confesada inspiración para la revolución pop que pocos años después liderarían los Beatles y los Rolling Stones. Holly fue un rocker atípico que no tuvo el golpe de pelvis de Elvis ni la guitarra de Chuck Berry, ni la energía de Little Richard, ni aún menos la fiereza de Jerry Lee Lewis pero demostró a todos los tímidos, esmirriados y miopes que también con esos rasgos se puede conquistar el mundo.

En febrero de 1959, dos inviernos más tarde de que se lanzara el single, se mató en un accidente de avión en el que también perdió la vida Ritchie –La Bamba– Valens. Un desastre aéreo que Don McLean bautizó como “el día en que murió la música” en su canción American Pie. Entre medias le dio tiempo a dejarnos una buena colección de clásicos (Maybe baby, Peggy Sue, Rave on, Not fade away, Oh boy, Everyday, Listen to me…) que justifican todos los elogios. “Parecía tener la visión más amplia y el sentido más desarrollado de lo que se podía hacer con dos minutos de canción”, El sonido de la ciudad, Charles Gillet; “Fue un tipo de ídolo inédito, y en los 22 años que pasó sobre la faz de la Tierra acumuló una cantidad de logros escandalosa”, Yeah! Yeah! Yeah!, Bob Stanley; “Artífice de toda una escuela musical, de gusto por la base melódica y los arreglos cuidados. El músico que hizo realidad la magia del pop”, Acordes rotos, Fernando Navarro.

That’ll be the day sonaba en American Graffiti (1973) de George Lucas. En esa película se decía también que nada es lo mismo desde que murió Buddy Holly.