Hablamos de la primera gran banda de malotes. Difícil saber qué les afearemos más los próximos años: si será si su pasado de horribles crápulas, machistas y libertinos, o si será su condición presente de octogenarios aún ávidos de seguir recaudando dinero para mantener en el lujo a sus proles. El año que viene se cumplirán sesenta de su primer disco largo y habrá quien nos recuerde que el bueno era Brian Jones (miembro fundador del grupo, ahogado en su piscina muy poco después de que le invitaran a irse) o que la clave sónica del grupo residía en la batería de Charlie Watts.

Los que conocen de verdad su historia y se han molestado en ir más allá del disco de greatest hits saben bien que habría habido Rolling Stones sin el talento multiinstrumental de Jones, sin el bajo de Bill Wyman o sin la guitarra prodigiosa de Mick Taylor, que hay hoy Rolling Stones sin Watts y que seguiría habiendo Rolling Stones si un día se baja Ron Wood. Y no precisamente porque Mick Jagger y Keith Richards sean los más resistentes o duraderos. En otras bandas es más difícil determinar algo así; en ésta diría que se puede demostrar científicamente. Cosa distinta son las simpatías. ¿Cómo no va a caerte peor el cerebral Jagger, tan buen frontman como empresario, que el pirata Richards? ¿Cómo no va a caerte mejor el discreto Watts que Jagger y Richards juntos?

Las simpatías y las antipatías son transparentes en la última biografía stoniana. La firma Lesley-Ann Jones, que ya se encargó de escarbar lo suyo en las trayectorias de Freddy Mercury y de David Bowie. Como ya hizo con éstos, la veterana periodista británica tiene a favor que sabe sacar partido a su proximidad generacional a personalidades del entorno de Jagger y compañía. Por el contrario, huye con tanto ahínco de la hagiografía, de dejar claro que va a hablar de las luces pero también, y sobre todo, de las sombras que al final casi pondera con más entusiasmo algunos discos (fantásticos) de Marianne Faithfull que cualquiera de las obras magnas de los protagonistas del libro.

Da igual que te lo sepas todo de ellos o empieces a descubrirlos: algo falla si no te dan ganas de ponerte de fondo sonoro mientras lees o al acabar su lectura Aftermath, Beggars Banquet, Let It Bleed o Some Girls. Cuando la autora llega a la caótica y legendaria grabación del bendito Exile On Main St. en una mansión al sur de Francia (háganse un favor y pillen el libro monográfico que le dedicó Bill Janovitz) o a su loquísima gira por Estados Unidos en 1972 (háganse un favor más: Viajando con los Rolling Stones de Robert Greenfield), apenas se detiene en lo importante, la música, la razón de ser de su grandeza, de su vigencia, de su clasicismo.

Jones avisa que no ha escrito una enciclopedia ni un trabajo definitivo, que lo suyo es una visión personal en la que da voz a colegas, amigos y conocidos que suelen ser ignorados en este tipo de trabajos y que ella considera fundamentales para dar contexto al legado del grupo. Y en esa visión particular, muy bien documentada, se percibe pronto un afán, llamativo por infrecuente, por dar claro protagonismo a las mujeres que fueron más allá de compartir cama de forma ocasional, las que les marcaron, especialmente Anita Pallenberg (“más que una musa era una parte intrínseca de ellos”), Marianne Faithfull, Mandy Smith y L’Wren Scott, que merecen un capítulo cada una de ellas. “Las historias de las mujeres de los Stones son importantes por lo que revelan sobre estos hombres”, escribe para acto seguido subrayar un patrón de comportamiento en Jagger que llega hasta nuestros días: adicción a la infidelidad y tacañería en grado sumo para con las abandonadas. En definitiva, él no era como las chicas de su canción (Some Girls), que le daban joyas, ropa, diamantes y dinero.

Si algo es patente en el libro es la determinación por no dejarse en el tintero un acto ruin, un gesto de egoísmo o una mezquindad por parte de Jagger y Richards. Porque Charlie Watts era el “Stone digno”, el tipo con rarezas deliciosas, la “antítesis de una estrella de rock y por eso lo queremos”. Porque Brian Jones era “el arma secreta” del grupo, con el que no tuvieron rastro alguno de piedad. Ya se ha dicho: hay regañinas para todos pero las broncas más grandes son –los adjetivos son de la autora– para el arrogante depredador Jagger y para el ladino pedófilo Wyman, que se casó con Mandy Smith cuando tenía dieciocho pero llevaba saliendo con ella desde que ella tenía trece.

Diremos que tampoco se le escapa ninguno de los chismes lúbricos, casi todos bien conocidos, que adornan la historia extramusical del grupo: que si la orgía en pleno vuelo en la gira de presentación del Exile On Main St., que si el órgano sexual de Jagger no es para tirar cohetes, que si la noche de sexo de Faithfull y Richards, que si la de Jagger con Bowie, que si la de Jagger con Mick Taylor… O la de Jagger con Richards, claro. Natural, ya lo dijo Anita Pallenberg, que sedujo a ambos pero se dio cuenta del percal: “Desde el primer día que los conocí, vi que Mick estaba enamorado de Keith. Es como si estuvieran casados, y es probable que sigan así el resto de sus vidas”.

Hay drogas, por supuesto, pero es un negociado que a Jones le interesa bastante menos: más sexo que drogas y rock and roll; tan es así que incluye al final del libro los nombres propios del centenar más selecto de amantes de Jagger junto con listados más modestos del resto de miembros. Curiosa forma de acusarles de machistas. Está claro que no gozan de la simpatía unánime que un día ellos sí tuvieron por el diablo.

La era Stone. 60 años de Rolling Stones

Lesley-Ann Jones

Traductor: Pilar Recuero Gil

Editorial Libros Cúpula

480 páginas

28,95 euros