Amigo de los superlativos y de las frases lapidarias, Landau dedicó a un joven cuarteto surgido en Boston a mediados de los años sesenta otra que tampoco estaba del todo mal: «Los Remains son exactamente lo que le explicarías a un extraño para que entendiera qué es el rock and roll», decía el crítico en la reseña que escribió para la revista Crawdaddy sobre el primer y único álbum de la banda.

Aunque apenas nadie se acuerde de ellos, aunque su trayectoria no se prolongara más allá de un par de años, los Remains fueron una de las bandas más notables que dio el rock americano de mediados de los años sesenta, y su único álbum de estudio grabado en la época —así como los singles y las maquetas que también dejaron grabados en esos mismos años— es un disco absolutamente maravilloso en el que el cuarteto mantiene un ajustado equilibrio entre energía y elegancia, entre desaliño y clase, entre poderío y estilo. Una mezcla perfecta, también, entre el sólido cargamento melódico de las canciones de los Beatles y el primitivo vigor y la arrogancia de los primerísimos tiempos de los Rolling Stones o de los Kinks.

Y es que, como para tantos otros grupos y, en fin, para toda la escena musical norteamericana del momento, para un joven estudiante de la Universidad de Boston llamado Barry Tashian, la irrupción de los grupos de la conocida como Invasión Británica tuvo un impacto absolutamente decisivo en su formación como músico.

En 1964, Tashian era un gran aficionado al country y a lo que unos años antes había sido la gran revolución de la música popular en Estados Unidos: el rock and roll. Pero ni un género ni otro vivían sus mejores momentos en los primeros años de la década de los sesenta, de manera que cuando, junto a otros 73 millones de telespectadores, Barry Tashian contempló la actuación de los Beatles en el Ed Sullivan Show, el programa de televisión más popular del momento en Estados Unidos, su vida dio un giro radical. La afición que tenía a la música subió unos cuantos grados hasta convertirse en una auténtica pasión, y Barry estaba dispuesto a no quedarse cruzado de brazos y participar de forma activa en aquel excitante asunto.

Un viaje a Londres en el verano del 64 junto a su amigo Bert Yellen —quien poco después se convertiría en el manager de los Remains y en ocasional panderetista del grupo— acabó de culminar el proceso de conversión a aquella nueva y poderosa religión basada en la interpretación que los ingleses hacían de géneros eminentemente americanos, como el rhythm and blues, el blues y el rock and roll. De aquel deslumbrante “Swinging London” que conoció en su momento de mayor esplendor, Barry se trajo la experiencia de ver a muchas de aquellas bandas en su mejor y más efervescente momento y, sobre todo, un puñado de discos que en aquellos tiempos apenas llegaban al otro lado del Atlántico con cuentagotas.

Como muchas otras bandas de la época que habían quedado impactadas por la actuación de los Beatles en el programa de Ed Sullivan y por la música y el aspecto de los grupos británicos, los Remains empezaron a hacer música por mera diversión, sin grandes ambiciones ni aspiraciones. Su repertorio, que tocaban en pequeños clubes o en fiestas universitarias, se limitaba a una serie de versiones de sus bandas y artistas favoritos del momento, como Chuck Berry, Bo Diddley y los Kinks.

Pero los Remains eran diferentes. Eran mejores que todos los demás.

Cantante de voz consistente y versátil, fabuloso guitarrista de clase sobrada y compositor personal y brillante, Barry Tashian es el talento más sólido y genuino del cuarteto. Pero, como siempre ha ocurrido con las más grandes bandas a lo largo de la historia, lo que hacía especial al grupo era la unión de cuatro personalidades verdaderamente singulares, un todo que acababa resultando mucho más eficiente y brillante que la suma de las partes. Juntos, Barry Tashian, el teclista Vern Miller, el batería Chip Damiani y el bajista Bill Briggs generaban la magia, la clase y la energía que los convertía en un grupo infalible.

Así, en solamente unos meses de rodaje en el local de ensayo y en actuaciones ante audiencias tan minoritarias como entusiastas, los Remains se convirtieron en la gloria local del rock and roll de Nueva Inglaterra. Pero su éxito no iba mucho más lejos que ver cómo se formaba una larga cola de seguidores a las puertas de The Rathskeller, la taberna que había a la vuelta de la esquina de su casa, cada vez que tocaban allí.

A comienzos de 1965 fichan por el sello Epic (filial de la poderosa CBS) y se trasladan a Nueva York en busca de una mayor repercusión. Aparecen en los programas de televisión más populares (Hullabaloo, en la NBC, y el propio Ed Sullivan Show, en la CBS) y graban su excelente primer álbum, titulado simplemente The Remains.

A diferencia de lo que hizo una gran mayoría de grupos de su generación, los Remains no se limitaron a fotocopiar las mejores canciones de los Beatles, los Rolling Stones o los Animals, sino que, inspirados por aquellos mismos grupos, espoleados por aquella misma excitación, pero aupados en un talento formidable, lograron un disco enormemente consistente y personal, lleno de grandes canciones y cargado de energía y actitud.

Es el momento del despegue del grupo, de la eclosión de su fenomenal talento. Una eclosión que habría de ser tristemente abortada mucho antes de lo debido.

Cuando todo parecía ponérseles de cara, la gran oportunidad de los Remains, lo que debería haber consolidado su posición como uno de los grupos más importantes de la época, acabó por sepultarlos de forma definitiva.

En agosto de 1966, J.A.C., la agencia de contratación que se ocupaba de las actuaciones de los Beatles en Estados Unidos, llamó a los Remains para que actuaran como teloneros en la que habría de ser la última gira de los Fab Four en aquel lado del charco, gira a la que se unirían también las Ronettes y Bobby Hebb.

Sin embargo, el batería Chip Damiani abandona el grupo antes de la gira y, aunque cuentan con los servicios del más que competente N.D. Smart, el nuevo batería no tiene ni el «estilo salvaje» de Chip ni la complicidad y el entendimiento perfecto que sí existían entre este y el resto del grupo.

La gira con los Beatles, aquella que había empezado con la quema masiva de discos a propósito de la célebre frase de John Lennon en la que afirmaba que ellos eran más populares que Jesucristo, fue un relativo éxito. Pero el grupo no había sabido manejar la situación: «Simplemente, no teníamos a un Brian Epstein que nos aconsejara qué teníamos que hacer», reconocía Tashian en Ticket to Ride: The Extraordinary Diary of The Beatles’ Last Tour, el diario que escribió a propósito de aquella fabulosa experiencia.

Los Remains se separaron nada más terminar la gira, de manera que su sello discográfico no puso demasiado entusiasmo en el lanzamiento del álbum, que pasó mucho más desapercibido de lo que sin duda merecía y que se ha convertido en un disco de culto particularmente apreciado por los mejores degustadores de ambrosías pop más o menos ocultas.

The Remains. Why Do I Cry?

The Remains. Diddy Wah Diddy

The Remains. I Can´t Get Away From You

The Remains. Don´t Look Back

The Remains. Heart

The Remains. You Got a Hard Time Comming

The Remains. Once Before

The Remains. Say You Are Sorry

The Remains. When I Want To Know

The Remains. Lonely Weekend

The Remains. All Day and All of the Night

Barry and Holly Tashian. More and More