Mendoza me contó que había estado trabajando en el asunto durante todos esos días que no habíamos coincidido:

–Lo primero que hice fue contratar a un par de chavales que por unas pesetillas vigilan minuto a minuto a quien yo les diga. Quería saber si nuestra mujer y su marido tenían algún amiguito o amiguita. Me han pasado tres informes cada uno y son bastantes jugosos. Puedo contarte a qué hora se sienta en el retrete cada uno de ellos; mis chicos son muy minuciosos.

–¿Y qué sabemos entonces de la mujer de los tacones imposibles?, ¿nuestro cliente tiene posibilidades?

–Por supuesto. Gonzalo nos ha contratado para conseguir a la chica y está a punto de tenerla. Acabo de convencer a su marido de que pida el divorcio y creo que ella ya tiene la seguridad de que nuestro cliente es su nueva pareja. ¡Éste va a ser un caso práctico para mi tesis! –gritó frotándose las manos con nerviosismo.

Ernesto relató la evolución de la investigación durante las últimas dos semanas. Tras contratar a sus muchachos, se dedicó a espiar personalmente a la chica durante una cena con Gonzalo en un restaurante italiano. Cuando éste se fue al servicio, Mendoza le siguió y una vez allí le dio instrucciones:

–Le dije: «Ponte unas gotas de esta colonia y, pase lo que pase, ni se te ocurra besarla; hoy no debe pasar nada». Al observar a la chica deduje muchas cosas, sobre sus gustos, su estado de salud y su trabajo, pero lo más importante que obtuve al verla fue la certeza de que será difícil encontrar en mi vida a un ser más bonito que esta chica, Santi. En la foto que vimos es un cardo borriquero comparado con aquella mujer un poco más arreglada, ligeramente maquillada, elegantemente vestida…

Creo que ha sido la única vez en mi vida que he oído a Ernesto Mendoza hablar bien de una mujer. Siempre las consideraba manipuladoras, egoístas, malvadas, jamás hablaba de su belleza, de sensualidad… Oyéndole, uno podría pensar que si él fuera Dios, nunca las habría creado; y lo cierto es que nunca le conocí una relación sentimental. Al principio, al oírle hablar así pensé que caminaba por la otra acera, pero además de misógino, se manifestó en algunas ocasiones como ciertamente homófobo.

El caso es que me contó su teoría sobre los olores: según Mendoza, el amor empieza en la nariz, allí se perciben las feromonas que pueden activar determinadas reacciones en el cuerpo. Es algo que luego, con los años, he oído en alguna otra ocasión en diferentes contextos. Por eso era importante para él que en aquella cena la nariz de la chica fuera recibiendo ya una buena dosis de hormonas.

–Si conseguíamos que mientras estuviera con Gonzalo aumentara en el cerebro de aquella mujer la producción de dopamina y norepinefrina y se redujera la serotonina, el enamoramiento estaría en marcha –explicó Ernesto.

–¿Insistes entonces en que el amor es sólo química, no hay emociones, no hay deseo?

la_mujer_de_los_tacones_imposibles–Sí y no –respondió en su estilo–. El amor es sólo química, pero claro que hay emociones, las provocadas por las sustancias químicas. La reducción de la serotonina, por ejemplo, provoca un pensamiento compulsivo, y eso es una emoción. El aumento de dopamina está relacionado con la obtención de un premio; el cerebro busca su recompensa, en este caso estar con el ser amado; pero también puede ser el ansia por ganar en una competición, por aprobar un examen, por cometer un delito, por tomar algún estimulante… Eso es un deseo.

–¿Y por qué le dijiste que no la besara? ¿No se trataba exactamente de eso? Si se besan, hemos terminado nuestro trabajo.

–No; Gonzalo quiere estar con ella, no liarse una noche. Cuando aumenta la dopamina, el cerebro busca su premio, pero si no lo obtiene inmediatamente, entonces a corto plazo aumenta todavía más la generación de dopamina y la motivación, el ansia, el deseo.

–Eso explicaría que el enamoramiento crezca cuando la persona amada nos ignora…

–Eso es, Santi. Todo es química.

–Pero todo tiene un límite; si la persona amada no te hace ni puñetero caso, al final terminas por abandonar…

–Sí. Cuando el cerebro no encuentra su premio y el nivel de dopamina es alto, se mantiene la intensidad de las emociones, pero se transforman: por eso pasamos del amor al odio con tanta facilidad.

–Entonces, ¿el amor y el odio los producen las mismas sustancias?

–Efectivamente, el cóctel químico que provoca las pasiones puede hacer que amemos o que odiemos.

–Pero, ¿eso quiere decir que con la manipulación química apropiada podrías hacer que cualquier persona se enamore de cualquier otra o que la odie?

–Bueno, con matices, pero sí. Podemos hacerle sentir bien a alguien en compañía de otro alguien, hacer que le suden las manos, que se le acelere el pulso, que pierda el apetito, que padezca insomnio, que se le enrojezcan los pómulos, que sienta mariposas en el estómago… ¿Es eso el amor? Si lo es, entonces te diría que sí, puedo enamorar a dos personas cualesquiera. Pero lo cierto es que todavía a la comunidad científica le falta mucho para saber cómo se generan determinadas reacciones químicas. Hay sustancias que interceden entre la actividad de los neurotransmisores y las hormonas y no es fácil predecir los resultados de cada pequeña alteración química. A lo mejor, el hecho de que te comas por ejemplo un plato de lentejas puede aumentar extrañamente la predisposición a generar norepinefrina y no sabemos por qué. Y, aunque podamos generar niveles óptimos de esas sustancias, lo que hoy por hoy no podemos controlar es si la reacción será positiva o negativa; si habrá amor u odio.

–Bueno, es igual –corté la clase de química–. ¿Cómo está nuestro caso? ¿La mujer de los tacones imposibles se lía con Gonzalo o no?

–Vayamos por partes –me tranquilizó–: Después de aquella noche de la cena en el italiano, sólo tuve que esperar los informes de mis chicos. Resulta que el marido tontea bastante con una compañera de la oficina. No tenemos pruebas de que haya habido algo más, pero según los datos de los informes, puede pasar en cualquier momento. ¿Sabes que la monogamia es antinatural? El hombre está programado para cambiar de pareja cada dos o tres años. Necesita engendrar hijos con diferentes características genéticas para aumentar las probabilidades de perpetuar sus genes. Cualquier antropólogo te lo confirmará.

–¡Qué estupidez! –repliqué–, mis padres acaban de cumplir 25 años de feliz matrimonio.

–Ya, ya… –se limitó a responderme con displicencia–. Bueno, el caso es que ella también tiene algunos amigos del sexo contrario, aunque sale sobre todo con una amiga. Lo más importante es que en este matrimonio no se ve ningún gesto de cariño entre ellos; me parece que sólo resisten porque tienen una hija.

–¿Ahora eres psicólogo también?

–Ay, Santi, Santi… siento romperte los esquemas, pero la Psicología es una engañifa. A lo mejor la neuropsiquiatría puede aportar algo de luz, pero la Psicología es charlatanería. Espero que en la Facultad de Medicina no te intoxiquen demasiado.

–¡Ciencia! –le espeté–; ¡ciencia es lo que yo estudio y no teorías adivinatorias!

–Lo que yo hago es ciencia en estado puro, Santi; aplico el método científico por excelencia: la observación, la formulación de una tesis y su demostración empírica. Lo que me maravilla es que gente aparentemente inteligente como tú se deje engañar por estupideces como el valor de la psicología, el alma humana, la religión… ¡Qué barbaridad! ¡En pleno siglo XX, casi en el XXI!

–¡Lo que es una barbaridad es ir contra la historia de la humanidad y lo que es todavía más alucinante es que alguien pueda tener la soberbia y la vanidad que tú tienes! –y después de gritarle aquello cerré de un portazo y me encerré en mi dormitorio. Puse música y decidí, una vez más, que no quería vivir con un personaje tan desagradable como Mendoza. Un par de horas después, salí a pedirle disculpas y hacer las paces, pero ya no le encontré.

chocolates-4Tres días después coincidimos en el desayuno y charlamos como si nada hubiera pasado. Si algo bueno parecía tener Ernesto era que no mostraba ningún tipo de sensaciones, ni las positivas ni las negativas; así, no parecía conocer el rencor.

–Tenemos un nuevo caso –me dijo mientras masticaba, como cada mañana, varias onzas de chocolate–. Tiene buena pinta, es el robo de una joya que…

–Pero, pero… –le corté–, ¿qué pasa con la mujer de los tacones imposibles?

–Ah, ya está. Anoche se prometieron amor eterno. Creo que el marido se irá de casa en breve y Gonzalo se instalará allí. Es un simple cambio de cromos: un marido se va y viene otro.

–¿Sólo con tus hormonas y tus cosas has conseguido eso? Si estuvieras en el siglo XVI te habrían quemado en la hoguera. Bueno, yo te quemaría a día de hoy también.

–Bueno, como el funcionamiento de los neurotransmisores todavía no lo conocemos plenamente, he tenido que ayudar un poco a los amantes. ¿Sabías que el chocolate tiene feniletilamina?

–Ni siquiera sé lo que es eso.

–Pues si desayuno todos los días chocolate es porque la feniletilamina parece que puede ser un precursor de la dopamina y podría ser la responsable de las emociones y variaciones fisiológicas asociadas al enamoramiento, como la falta de apetito, las taquicardias, el insomnio… Es una sustancia que se encuentra también en el LSD y en la morfina. Comer chocolate genera placer. No es tan divertido como el LSD, pero ayuda a calmar la ansiedad.

–Bueno, deja ya las clases de química, dime qué ha pasado con la mujer de los tacones imposibles –le supliqué.

–Bueno, una vez que supe que el matrimonio parecía no funcionar bien, tenía que provocar la ruptura para que nuestro cliente tuviera el camino libre. Así que a mis jóvenes espías les pedí que se situaran un día por la zona a la que solían pasar cada uno de nuestros objetivos, tanto la mujer como el marido, repartiendo unos pasquines de publicidad de un supuesto detective especializado en descubrir adulterios. Lo adorné con alguna frase «marketiniana», como “Si su marido le engaña y usted puede demostrarlo, el divorcio le generará mucho dinero” o “Si no encuentro el adulterio, usted no paga”. Me disfracé como me viste el otro día, un amigo que me debe una me dejó su despacho profesional y esperé la visita. Estaba convencido de que el marido vendría, pero no tenía tan claro que ella también apareciera en la oficina del falso detective. Sr. Delaware, me hice llamar, mola ¿eh?

–Pero, si repartiste publicidad por la calle, ¿no te visitó nadie más?

–Ah, claro, no te cuento todos los detalles para no aburrir. A los muchachos les preparé unos pasquines con publicidad del restaurante de un amigo y sólo a nuestra pareja en cuestión le tenían que dar la otra publicidad, la del detective.

–¿Y entonces fueron los dos a verte?

–Sí, él tenía la sospecha de que ella le engañaba, y ella tenía el deseo de que él fuera el adúltero para poder justificar su falta de amor por un agente externo y no porque el amor inevitablemente se acaba, como ya te dije. Estuve tentado de intentar probar la segunda parte de mi tesis, las tendencias criminales del desamor –me recordó–, pero aunque es verdad que no tengo escrúpulos para hacer que una pareja rompa, porque les hago un favor, de momento no me veo capacitado para provocar o incitar un asesinato.

–Bueno, todo se andará –solté con toda mi mala leche.

–Sí, nunca se sabe, es cierto. En fin, al grano: el tipo estaba deseando liarse con su compañera de oficina y la mujer quería acabar con un matrimonio fracasado hace tiempo. Les he abierto los ojos con dos comentarios aparentemente inocentes y ellos ha hecho el resto, lo estaban deseando. Por supuesto, lo he adornado con falsas pruebas, medias verdades, ese es el mejor invento de las fuerzas del mal.

–Eres maquiavélico y encima disfrutas con ello.

love-2–El amor está sobrevalorado, Santi. Produce el mismo placer un trozo de chocolate que un beso, y no te digo nada de un poco de cocaína; sólo se trata de que nuestra amiga la dopamina se mantenga en el nivel más alto posible.

Gonzalo nos pagó puntualmente y encima nos gratificó con una generosa propina. Ese día, mientras le enseñaba a Mendoza el placer de tomar unas buenas ostras con champagne francés, una combinación que no había probado en su vida, le pregunté:

–¿Y cómo hiciste para que la mujer de los tacones imposibles se enamorara de Gonzalo y no de cualquier otro o para evitar que la dopamina no le hiciera odiarle?

–Fue más fácil de lo que esperaba –me contestó mientras exprimía medio limón sobre una ostra viva–, ella ya estaba enamorada de él; lo estuvo desde el primer día. Pero ni siquiera ella quería admitirlo. La estupidez del ser humano es extraordinaria cuando no controlamos los niveles de serotonina. Por eso la mejor forma de relacionarse con los neurotransmisores, las hormonas y en general, con nuestro cuerpo, es con ayuda de los fármacos y, por supuesto, de las drogas –su defensa de todo tipo de sustancias, legales e ilegales nunca había sido tan expresa como aquel día–. La coca nunca te deja plantado en la cola del cine con cara de imbécil. Las anfetaminas no te dicen que te van a llamar y luego no lo hacen. Los opiáceos no llevan una doble vida durante meses.

Tardé mucho, mucho tiempo en que Ernesto me contara algo sobre el origen de su visceral repulsión por las relaciones sentimentales y su odio a las mujeres. Creo que fue cuando, meses después y ante unas pintas de cerveza negra en el pub irlandés de al lado de casa, recordábamos la preciosa belleza de la mujer de los tacones imposibles. Entonces me habló de Laura por primera y creo que última vez. Cuando le vuelva a ver tengo que preguntarle por ella. Estoy convencido de que todavía no ha olvidado a la persona que le destrozó el corazón como si fuera de porcelana y lo hubiera arrojado desde un séptimo piso. Espero que con el paso de los años Mendoza pueda hablar de aquel asunto con mayor comodidad. Probablemente estaba en lo cierto cuando me dijo: cuanto más se ama, más se puede llegar a sufrir, a odiar. Y entonces entendí que por culpa de Laura había decidido no volver a amar nunca y sus emociones sólo estaban provocadas por las drogas.

–Las drogas no me romperán nunca el corazón, Santi –me dijo medio en broma medio en serio–, sólo me lo pararán definitivamente cuando llegue mi hora, que no tardará mucho como siga con este ritmo.

Cuando le vi por última vez en la primavera de 1995, pensé que efectivamente moriría joven. Me alegró verle recientemente, aunque debo decir que físicamente el paso del tiempo le ha desmejorado mucho y es evidente que toda la mierda que se ha metido en su vida le ha pasado factura. Él mismo se confiesa un enfermo mental paranoide y vive por decisión propia en una residencia para enfermos psiquiátricos. Desde luego, siempre fue un neurótico, pero también fue la persona más extraordinaria e inteligente que jamás he conocido. Me pregunto si Ernesto podría haber llegado a ser una persona normal, con su mujer, su hipoteca, sus dos hijos y sus vacaciones en la playa si aquella tal Laura no le hubiera destrozado por dentro.

El próximo domingo, 2 de enero, Santiago Lucano publicará en hoyesarte.com la primera parte de El caso del gato con el collar de diamantes, cuarta aventura de Ernesto Mendoza.