–Cuántos abogados tenemos hoy por la zona… –murmuró como para sí–. Anda, y mira ese pobre estudiante, Santi, me recuerda a ti. Qué enamoradizo. Como ligó el fin de semana, ya se cree que puede ser la chica de su vida, tanta testosterona… –me asomé y vi a un dubitativo chaval que miraba el reloj nervioso–. No sabe si debe llegar puntual o hacerla esperar… angelito –dijo con sorna.

–A ver, diiiiiime…

–Es fácil, esto no me hace trabajar las neuronas. Tú no lo has visto, pero nada más salir del metro, el tío se ha parado junto a un coche y se ha agachado para mirarse en un espejo retrovisor, se ha repeinado y ha seguido andando.

–Bueno, puede ir a una entrevista de trabajo o a ver a su abuela.

–Calla, es que luego ha seguido andando, ha mirado el reloj como doce veces, se ha sacado la camisa por fuera del pantalón, luego se la ha vuelto a meter… Ni en una entrevista de trabajo ni para ver a su abuela dudaría si el look correcto es con la camisa por fuera o por dentro. ¿Sabes que la zona del cerebro que se dedica al sexo es 2,5 veces más grande en el hombre que en la mujer?

–Pues… –iba a objetar algo cuando vi que se le acercaba una mujer para preguntarle algo–, hombre, si ligó con esa es que le gustan maduritas… –bromeé.

–No seas cabrón, que esa es Adela Ferrándiz.

–Ah, ¿la conoces? –le pregunté mientras veía que el supuesto estudiante se alejaba de la mujer y ella se quedaba esperando en la acera sola.

–Acabo de conocerla, es la secretaria del alcalde sin duda. Aunque no imaginaba que sería soltera a su edad, así que espero que el libro del Papa que lleva en esa bolsa no sea para nosotros –Ernesto siempre con su desagrado hacia la religión y todo lo relacionado con ella–, quizás para su hermana enferma…

–A ver en qué te basas para deducir todo eso, sorpréndeme –le pedí, completamente entregado a sus cualidades mágicas.

–Ahora sí me pones en un compromiso; no sé si voy a ser capaz de explicarlo. Son muchas pequeñas cosas y mi cabeza ya no es la de antes, no puedo rebobinar a capricho…

–Anda ya, que el mago no quiere contar su truco… ¿o es que a lo mejor nos equivocamos? –le reté.

–Hagamos una cosa, si no es ella o si alguna de las deducciones es incorrecta, hago el esfuerzo por contarte la lógica que he seguido. Pero ahora cuando suba, a las siete y media en punto, lo comprobamos.

Efectivamente, la mujer hizo tiempo en la acera hasta que dieron las siete y media en punto y entonces llamó a nuestro telefonillo. Ernesto se levantó para abrir y la esperó junto a la puerta. Al llegar, ella se presentó:

–Hola, buenas tardes, ¿señor Mendoza? –el debió de asentir; yo les esperaba en el salón–. Soy Adela Ferrándiz, hemos hablado por teléfono.

–Encantado, señorita Ferrándiz, es un placer conocerla. Le estoy muy agradecido de que haya venido hasta aquí –iban avanzando hacia el salón; era una mujer de edad ambigua, igualmente podría tener cuarenta y pocos mal llevados, que estar más cerca de los sesenta y sorprender con su jovialidad; en cualquier caso, se apreciaba que había sido una mujer muy guapa y todavía se arreglaba con buen gusto y elegancia–. Le presento a mi colaborador, Santiago Lucano. Santi, ella es Adela Ferrándiz, la secretaria del alcalde.

–Mucho gusto –le di la mano con educación–. Ya me ha dicho Ernesto que viene a contarnos algo importante.

–Bueno, bueno, sin prisa, ¿dónde está nuestra educación? –medió mi compañero–. Adela, ¿quiere un café, un té, una coca cola?

–Bueno, una coca cola estaría bien, por favor. Light, si puede ser.

–Eso ya no sé si lo tenemos –dijo Mendoza mientras se acercaba a la cocina.

–¡Sí, compré yo el otro día! ¡Están al lado del horno! –dije yo–. Imagino que son momentos complicados, ¿no? –le pregunté a la mujer–. Entre lo que pasó con Daniel Blasco y las elecciones que vienen, imagino que no debe de ser fácil…

–No lo sabe usted bien, es un sinvivir. El señor alcalde no para, pero desde hace años, eh, no para de un lado para otro, todo el día trabajando y hay que organizarle la agenda y… en fin, no le voy a contar mis penas.

–Pues aquí tiene, Adela –le entregó Ernesto su vaso de coca cola–. ¿Qué tal se encuentra de su pierna? –la mujer ya empezaba a mostrar cara de sorpresa–. Le agradezco que se haya desplazado hasta aquí, de verdad. Y más sabiendo que su hermana está ingresada.

–¿Cómo sabe todo eso? –la mujer hizo el gesto habitual, un respingo hacia atrás, como tomando distancia, protegiéndose del brujo de enfrente cuyos poderes quizás podrían hacerle daño.

–Somos investigadores, Adela; tratamos de tener toda la información posible sobre todas las personas –le explicó con tono amable–. Por eso sé, además, que usted es una buena persona, que lleva mucho tiempo cuidando de su hermana, que ha salvado de unos cuantos problemas al alcalde y que es una mujer en la que se puede confiar, es usted buena gente.

–Vaya… –murmuró dubitativa mientras volvía a echar el cuerpo hacia delante–. Gracias, no sé qué decir.

–Pues díganos si quiere lo que crea que puede ser interesante sobre Daniel Blasco. Me dijo usted por teléfono que quería contarme algo…

–Sí, claro –dijo algo insegura–. Es algo delicado, supongo que puedo confiar en su discreción…

–Por supuesto –dije yo.

–Es parte de nuestro trabajo, Adela –remató Ernesto–. Necesitamos que la gente confíe en nosotros y para eso la mejor forma que hay es ser de fiar y discretos. Le doy mi palabra de que puede confiar en nosotros.

–Bien –seguía sin parecer muy convencida–. El caso es que… –bebió un pequeño sorbo de coca cola– hay cosas que una oye, conversaciones, comentarios… –miró hacia la ventana pero sin verla, con la mirada perdida en la nada, como si observara algo que nosotros no podíamos ver–. Si les cuento esto no es por traicionar a don Ignacio, se lo juro, es todo lo contrario. Creo que es importante que lo sepan y estoy seguro de que no es malo para él, pero, por favor, esto no puede salir en la prensa…

–No se preocupe, de verdad –la tranquilizó Mendoza mientras le acariciaba una mano con ternura.

mendoza_y_la_madeja_enmaraada–Bueno, pues resulta que yo tengo un interfono para comunicarme con don Ignacio en todo momento. Él siempre me ha dicho que lo deje abierto, que tengo que estar enterada de todo, pero a veces me da vergüenza. Si son temas personales, si viene su mujer o su hermano, por ejemplo, siempre lo apago –levantó el vaso de coca cola y se vio su mano temblar exageradamente, lo volvió a dejar sobre la mesa sin habérselo acercado a la boca.

–Y alguna vez oyó algo inconveniente, ¿no? –le ayudó Ernesto.

–Sí, claro, muchas veces… –se tomó unos segundos para pensar cómo seguir; respetamos ese momento de silencio–. Con Daniel se veía a todas horas, todos los días; entraba sin preguntar en el despacho, pero un día se fueron a comer los dos y a la vuelta ya no volvieron a hablar. Yo no sé qué pasó, pero un par de días después, Daniel vino y me preguntó si don Ignacio estaba libre. Antes nunca había preguntado, entraba directamente. Le dije que sí y entró y cerró la puerta. Reconozco que dejé el interfono abierto… –confesó algo avergonzada.

–Creo que gracias a eso puede usted ayudarnos mucho, Adela; siga, por favor.

–Hablaron con mucha frialdad, no como amigos, casi como dos desconocidos. Daniel le dijo que dimitía, que así ya no podría seguir trabajando. Don Ignacio le dijo que lo pensara, que le necesitaba y… –se paró un segundo, tratando de escoger las palabras más apropiadas– bueno, cuando dijo que le necesitaba, rápidamente aclaró que se refería a una necesidad como alcalde y como amigo, nada más. Yo al principio no lo entendí. Daniel dijo que no le tocara y don Ignacio se enfadó. Le dijo “joder, Dani, no te voy a meter mano, parece mentira que no sepas separar las cosas” o algo parecido y Dani le dijo que por respeto al partido seguiría hasta las elecciones en su cargo, pero que tenía que comprender que para él era muy difícil separar las cosas y que le había perdido el respeto como jefe. Seguirían siendo amigos, seguro, pero necesitaba tiempo. Eso lo dijo varias veces, que necesitaba tiempo.

La mujer se calló. Yo no supe qué decir y miré a Mendoza, que había bajado la cabeza y se había puesto la mano sobre la cara, como sujetándola, mientras su brazo se apoyaba en su rodilla derecha, recordándome a la figura del pensador de Rodin, aunque con la cara oculta. No me atreví a decir en voz alta lo que me estaba pareciendo evidente de la declaración de Adela Ferrándiz y lo que entendí que le parecía evidente a ella, porque si no no lo habría contado con tantas precauciones. Ambos nos miramos y después observamos a Mendoza, que seguía inmóvil. De repente se levantó de un brinco y se fue corriendo a su cuarto.

–Un momento, por favor –dijo al marcharse.

–¿Otra coca cola? –le pregunté a la mujer, por hacer tiempo.

–No, muchas gracias –me respondió.

Afortunadamente Ernesto volvió enseguida, con una pizarra a cuestas, con el caballete incluido.

–Veamos –empezó a decir mientras colocaba la pizarra frente a nosotros–. Así que ese era el secreto… –dijo para sí y comenzó a escribir en la pizarra. Escribió en la parte de arriba la palabra “alcalde” y a continuación “Blasco” y los unió con una flecha–. Bien, Adela; parece claro que hubo algo más que una relación profesional y una relación de amistad entre su jefe y Daniel Blasco. Podemos trabajar con varias hipótesis a partir de ahí. La primera –continuó escribiendo en la pizarra–, que hubo una relación sentimental –la mujer se llevó las manos a la cara, como si hubiera algo que no quisiera ver para no escandalizarse–. Si esa teoría fuera correcta, podríamos pensar que el 13 de septiembre esa relación que había se terminó; y pudo ser por decisión de Blasco o del alcalde –trazó una raya horizontal y continuó escribiendo por debajo–. También podríamos valorar la posibilidad de que esa relación fuera… digamos comercial, que entre don Ignacio y Daniel Blasco hubiera negocios no del todo… digamos legales.

–Uy, por favor… –murmuró Adela Ferrándiz en un arrebato que no sé si fue de indignación por que alguien pudiera sugerir que su jefe era un corrupto o de sorpresa por no habérsele ocurrido a ella esa hipótesis.

–Si tuviéramos ese segundo escenario, quizás el 13 de septiembre alguno de los dos quiso dar un paso que el otro consideró excesivo… El dinero es a menudo el elemento que hace la mayor competencia al amor y al desamor en la raíz de un crimen –trazó una segunda raya horizontal y a continuación una vertical y empezó a escribir en el lado derecho de la pizarra, que permanecía vacío–. Tenemos entonces dos posibles orígenes emocionales relacionados con el asesinato de Blasco: el amor, la lujuria o como lo llamemos, por un lado, y el dinero, la ambición o incluso la moral, por el otro. En ambos casos, el primer sospechoso, a priori, parece ser el señor alcalde –Adela Ferrándiz negó instintivamente con la cabeza–. Es cierto, a menudo el primer sospechoso no es el culpable. ¿Qué más personajes tenemos? Si había un affaire, la mujer del alcalde también sería sospechosa; los celos, qué grandes amigos de la criminología –anotó el nombre de la esposa del alcalde–. ¿Estaba casado o tenía pareja conocida Daniel Blasco?

–Sí –asintió tímidamente la secretaria del alcalde–, Lourdes.

–Bien –Mendoza escribió aquel nombre bajo el anterior–, es otra posibilidad.

madrid-la-via-lactea

Me quedé pensando en mi propia situación, en si yo sería capaz de matar por celos, por amor, por desamor… No, no me veía matando a Rosa por muy hijadelagranputa que era, por muy pedazodezorróndesorejado que había demostrado ser… Ni me veía cargándome al guardia civil que le ponía el tricornio mirando a Cuenca… No, la verdad es que no. Y eso que durante muchos años estuve convencido de que Rosa era la mujer de mi vida, el verdadero amor, el definitivo… Recuerdo con demasiada nitidez, con incómoda claridad el momento en el que me enamoré. Sí, fue un momento concreto, un instante preciso. Estábamos todos los amigos en La Vía Láctea y ella llegó realmente preciosa. La había conocido unos meses atrás, porque Richi me la presentó, era su prima. No creo que ella vaya a leer esto, sinceramente, pero si lo hiciera se enteraría de esto por primera vez. Estaban poniendo ya canciones lentas para echarnos. A mí no me gusta bailar, pero con más calimocho que sangre en las venas al final uno hacía de todo. Ella bailaba esa extraordinaria canción de Eric Clapton sobre el atontamiento que sufrimos a veces por una mujer. Esa que empieza diciendo que ella se está vistiendo, se está cepillando su largo pelo rubio, se está  maquillando y en un momento le pregunta a él “¿Estoy bien?” Y él le responde: “Estás maravillosa esta noche”. Recuerdo que yo me movía como un pato y tarareaba la canción; me sabía algunas partes porque siempre ponían las mismas canciones para cerrar y siempre cerrábamos el local, pero cantaba mecánicamente, sin escuchar la letra, sin entenderla. En el momento clave ella me miró y con su sensual contoneo me clavó sus ojos verdes y cantó al mismo tiempo que Clapton: “Do I look all right?” Y me salió del alma y del corazón al mismo tiempo susurrarle “Yes, you look wonderful tonight”. Y me quedé completamente atocinado cantándole el resto de la canción. Ella me miraba y movía los labios cuando tocaba preguntar “Do you feel all right?” y yo le respondía “Yes, I feel wonderful tonight”.

Y lo siguiente que recuerdo son sus labios enredados en los míos, su sonrisa dentro de mi boca y el sabor del éxtasis súbitamente interrumpido por la camarera que vino a decirnos que tenía que cerrar. Y aquella noche, completamente maravillosa, la llevé a su casa en la moto, disfruté en cada frenada del roce de sus pechos en mi espalda y de sus besos en el cuello. La volví a devorar en su portal, la arrinconé contra una pared, le acaricié con la torpeza del novato y en lugar de las hormonas era mi alma la que, por primera vez, deseaba hacer el amor con una mujer.

beso_2Salí de mi ensimismamiento bruscamente cuando Mendoza me pegó un grito:

–¡¡Santiago!!

–¿Sí? Dime, dime –reaccioné desperezándome de aquel sueño despierto.

–Que la señorita se va–me dijo Ernesto al tiempo que se levantaba del sofá y acompañábamos hasta la puerta a Adela Ferrándiz, que me miraba con cara de miedo.

–Eh… sí –dudé–; vale, encantado, Adela –traté de salir del paso con dos besos en las mejillas.

–Muy bien –concluyó mi compañero de piso–. Le agradecemos muchísimo todo lo que nos ha contado, Adela –le ofreció su mano y ella la estrechó–. Puede estar segura de haber hecho lo correcto. Estoy convencido de que con su ayuda descubriremos más cosas que nos ayudarán a demostrar la inocencia de su jefe.

–Gracias –contestó ella tímidamente; nos dio la mano sin mirarnos a los ojos y se fue con una obvia sensación agridulce: por un lado debía de sentirse liberada por haber contado lo que creía que ayudaría a la investigación; y, por otro, supongo que se sentía como una traidora hacia su jefe.

Tras cerrar la puerta, Mendoza me miró con el rostro muy serio.

–No es que sea una falta de respeto hacia esta señorita, lo cual me puede parecer intolerable –empezó su bronca tranquila–, es que es una falta de respeto hacia mí, porque se supone que estamos juntos en esto. Te dije que te necesito y éste es un trabajo por el que cobras, Santi, no es un divertimento o un hobby –de verdad, yo admitía mi culpa desde el primer momento–. Si te encuentras mal, si tienes otras preocupaciones, si necesitas tu tiempo, no sé, Santi, lo podemos hablar, lo que me parece lamentable es que estemos entrevistando a esta mujer y se te vaya la cabeza a pensar yo qué sé en qué, ¿en el partido del sábado? ¿No estarías pensando en Rosa?

–No, no, no… –contesté atemorizado como un adolescente al que pillan fumando por primera vez y no tiene coartada.

–De verdad, Santi, no eres consciente de las lagunas mentales que tengo, de mis problemas de memoria y de todo tipo. Necesito, ne-ce-si-to –repitió muy despacio– que estés conmigo, necesito saber que estás a mi lado, a mis espaldas, por si acaso.

–Lo siento, Ernesto, tienes razón.

–Bueno, pues una vez dicho esto –dio una palmada y cambió completamente la cara para mostrar una sonrisa radiante–. No sé dónde te has quedado pero que sepas que este caso se pone ciertamente interesante, muy pero que muy interesante.

Me enseñó la pizarra, en la que había incluido algunas flechas y palabras más respecto a lo último que yo había visto. A la derecha del todo, de forma casi ilegible por el poco espacio de que había dispuesto, había escrito lo siguiente:

  • Intimidad
  • Pensamientos
  • Presencia
  • Hipersensibilidad
  • Atención
  • Idealización

–¿Sabes qué es? –me preguntó. Le regalé una cara de ignorancia absoluta como respuesta–. Claro, si estabas en tu mundo, pensando en la alineación que pondrá Mourinho el sábado o en el sujetador de tu ex… En fin… Pues esto son 6 de los nueve elementos generalmente aceptados como síntomas del enamoramiento –transformé mi cara desde el desconocimiento a la incredulidad–. Mira, imbécil –era la primera vez que me insultaba, creo, y lejos de ofenderme me lo tomé como una prueba de la confianza retomada–, intimidad es lo que busca uno con la persona amada; pensamientos sobre esa persona es lo que nos inunda en todo momento, pensamientos incontrolados y recurrentes. Su presencia es lo que ansiamos pero nos provoca actividad fisiológica (sudor, nervios, etcétera). Nos mantenemos hipersensibles a todo lo que hace o dice esa persona, si cuenta un chiste, aunque sea malísimo, nos partimos el culo. Cada vez que está presente nuestra atención es sólo para esa persona. Y, finalmente, idealización es lo que sentimos por esa persona: todo lo hace bien. Y todo eso por culpa de la dopamina y la oxitocina.

–¿Eso en las mujeres embarazadas, no?

–No, hombre no, la oxitocina la generamos nosotros también. ¿Qué os enseñan en la facultad de Medicina?

­–Bueno, vale; has dicho seis. ¿Y los tres que faltan? –le pregunté.

gay–Esas tres características no me las ha podido confirmar Adela. Son necesidad de reciprocidad, temor al rechazo y falta de concentración. Esas cosas se notan más desde dentro que desde fuera, así que su secretaria no me ha confirmado que notara eso en el alcalde. Pero todo lo demás, sí, así que para mí que estaban enamorados, ja, ja, ja –se rió–. Esto podría ser lo que el cabrón no me quería contar…. ¿Te imaginas el bombazo? El alcalde conservador es un mariconazo, un desviado, jaaa…

–Pero… ¿cómo puedes decir esas cosas en el siglo XXI?

–Oye, que no es una opinión –me respondió con ese tono de seguridad que suelen tener los científicos y los economistas que se creen que lo saben todo–, la homosexualidad es una desviación de la naturaleza. Lo natural es la procreación, la perpetuación de la especie y toda nuestra química está hecha para buscar eso. Los cerebros masculino y femenino son diferentes y complementarios. A veces algo falla y surgen las variedades, las desviaciones. Y siempre, siempre, por culpa de las hormonas.

–No puedes estar diciendo eso en serio.

–Completamente. Pero vamos a ver –intentó convencerme–, que no digo que sean monstruos ni mala gente ni que se vayan al infierno. Yo he estado con dos mujeres que se besaban con mucho cariño, y no me parece nada reprobable. Al contrario –me pareció que aquella era la cara de un viejo verde–; cuando se tocan las chicas, como se conocen muy bien, no sabes cómo aciertan de rápido… ¡puf! –zarandeó su cabeza con violencia–, ¡cómo me estoy poniendo! Recuérdame que llame a Lisa y Carla.

–¿Pero tú te estás oyendo? Pareces salido de las cavernas.

–Ay, qué mal ha hecho la moral cristiana a la evolución.

–¿Y lo dices tú? ¿Y ahora? El comentario más machista y homófobo que he oído en años y porque lo critico te metes con la Iglesia… joder.

–No con la Iglesia, sino con la religión en general, pero bueno, vamos a dejarlo. Léete en algún momento el capítulo 16 de mi tesis y dejarás de acusarme de gilipolleces. Al alcalde le iban los tíos, qué le vamos a hacer. Nos podríamos sacar una pasta si se lo contamos a alguna cadena de televisión.

–¿De verdad serías capaz de contarle eso a un periodista, a esa escoria de la sociedad del siglo XXI, para que haga un circo de ello? ¿Y esta vez no son conjeturas?

–No. Y sí.

–¿Qué?

–No a tu primera pregunta –me aclaró– y sí a la segunda. Por supuesto que no se lo contaré a ningún periodista, hombre, y por ahora sí, son conjeturas.

–¿Y te atreves a hacer una acusación como esa a un hombre honorable en base a conjeturas?

maletin_dineron–Así que ahora es una acusación horrible, ¿eh? A esto me refiero con los problemas morales. Eres un hipócrita. Ay, no te metas con los pobres mariquitas –puso una voz de claro pitorreo–, porque pobrecitos, bastante tienen con lo que tienen. Pues yo no los juzgo –se puso serio–, me limito a valorar la química de sus actuaciones… aunque… –miró hacia el techo como si buscara allí la forma de expresar lo que pensaba–, luego nos queda todo esto –me señaló la pizarra de nuevo, en la parte en la que había escrito las palabras “dinero”, “transferencia”, “empresarios”.

–¿Qué es todo eso? –le pregunté confesando mi ausencia de la conversación–. Sí, lo siento –le reconocí.

–Esto es la otra hipótesis –me dijo con un gesto de cierta indignación–. Que el alcalde tenía negocios paralelos parece evidente. ¿Has oído lo de la reunión con el constructor o ya te habías ido a Marte? –negué con la cabeza gacha–. El 12 de septiembre, un día antes de la bronca entre el alcalde y Daniel Blasco, un constructor llegó al ayuntamiento; a la salida de la reunión el alcalde le pidió a Adela Ferrándiz que le diera su número de cuenta personal, ella lo anotó en una tarjeta y se lo dio al constructor.

–No es que fuera precisamente discreto –anoté.

–Es lo que pasa cuando uno está lleno de confianza: relativiza los riesgos, se vuelve osado, imprudente.

–Entonces, ¿crees que también pudieron matar a Blasco por algún negocio sucio?

–Creo que no podemos descartar que así fuera. Por ejemplo –me explicó al ver mi cara de desorientación–, podemos pensar que el alcalde y Blasco participaban en los negocios, el jefe de gabinete se rajó y el alcalde no pudo cumplir su parte.

–Vale, vale –decidí no discutir más sobre este asunto–. ¿Y cuál es el siguiente paso? –le pregunté.

–Hablar con el alcalde y preguntárselo, claro –me miró con cara de sorna y vi en sus ojos que lo que quería decirme es que él no se encontraba con fuerzas para salir de casa.

–¿¿Yo?? –le pregunté preocupado; Mendoza asintió con una leve sonrisa–. No me jodas, ¿cómo voy yo a ir a ver al alcalde y preguntarle si es maricón o corrupto? No me atrevo, joder…

–No te preocupes, pensaremos cómo. Todo en la vida se puede afrontar, absolutamente todo. A veces hay que echarle valor, pero todos somos capaces de afrontar cualquier situación.

love-2–¿Qué dices? ¿Ahora te ha dado por la Psicología? Creía recordar que te parecía una mierda.

–Por supuesto que es una mierda. Yo te hablo de certezas científicas, de química. Eres capaz de generar suficiente serotonina, noradrenalina y dopamina como para saltar en Las Ventas a poner un par de banderillas a un toro de 600 kilos. Todos lo somos, tenemos órganos que generan esas sustancias a borbotones y eso es lo realmente maravilloso de la vida. La dopamina que se genera con el enamoramiento te podría llevar a hacer puenting aunque tengas vértigo.

Y volví a pensar en Rosa. De ser cierto todo lo que decía Mendoza, aquella noche en La Vía Láctea mis niveles de dopamina debían de estar al máximo; habría sido capaz de cualquier cosa. Especialmente en ese momento en que noté que se me aceleraba el pulso y me temblaban hasta los lunares, el momento en el que me preguntó, al mismo tiempo que lo cantaba Clapton, “Do you feel all right?”. Porque ella estaba realmente maravillosa aquella noche.

–De momento, a lo mejor nos inspira estas tres canciones que nos recomiendan tus amigos de hoyesarte.com –concluyó Mendoza mientras pinchaba en la última entrada del vecino blog Melofilia.

Santiago Lucano publica cada viernes un capítulo de El caso de la madeja enmarañada, una nueva aventura de Ernesto Mendoza. El autor propondrá al final de cada capítulo varios temas musicales para que los lectores escojan la banda sonora de este relato. Se podrá votar desde el viernes en que se publique un capítulo hasta el martes siguiente y se contabilizarán los votos realizados a través de Facebook, los comentarios publicados en cada capítulo y los mensajes al mail de Santiago Lucano.

A) I’d Rather Be With You (Joshua Radin).

B) Make Me A Pallet In Your Floor (Gillian Welch).

C) Hold Me In Your Arms (Ray LaMontagne).