Hablamos de ese definitivo momento en el que el camarero nos presenta la botella de vino que hemos pedido, con la esperanza de que la probemos y le digamos aquello de “estupendo, muchas gracias”, de modo que pueda continuar tranquilamente con su servicio.

Porque aparte de seguridad en uno mismo, en nuestra memoria olfativa y en la gustativa, hay que tener verdadero valor, por llamarlo finamente, para decir que no y devolver la maldita botella.

La verdad es que en muchos locales, sobre todo si el precio es de tipo ajustado, no te pondrán ningún problema y te cambiarán la botella por otra sin realizar la más mínima comprobación. Pero ojo, en otros muchos, sobre todo en aquellos que se consideran a sí mismos “de postín” o de moda podemos estar iniciando una discusión infinita.

Y es que realmente es muy difícil mantener una discusión con alguien que jamás admitirá saber menos que tú de la materia. ¡Para eso es maître y está en un local tan cool como ese!

Reglas básicas

Pero, sin embargo, hay algunos defectos del vino muy sencillos de reconocer y que, tras una mínima consulta con tus acompañantes, estarán obligados a aceptar. Así que, de la mano del reconocido crítico de vinos, José Peñín, vamos a apuntarnos dos o tres reglas básicas que nos ayudarán a reforzar nuestra seguridad y, si las aplicamos con contundencia, incluso a quedar como “expertos de toda la vida”:

– El defecto más frecuente suele ser un fuerte aroma a corcho: eso significa que el tapón está enmohecido y que el vino se ha contaminado de ese olor. La prueba está en el propio corcho, que estará visiblemente deteriorado. Pide que te lo enseñen.

– Otro problema muy habitual es que el vino huela y sepa claramente a vinagre: esto ocurre porque durante el reposo del vino en botella se ha producido algún tipo de defecto en el tapón, que ha permitido el contacto con el aire. Recházalo sin contemplaciones. No hay objeción posible.

– Si has pedido un vino blanco fresquito y lo que te traen es un caldo amarillo muy intenso o tirando a marrón, esa botella seguramente no es del año, como debe exigirse en los blancos, o bien no ha estado bien conservada. El vino blanco tiene que ser, no digamos blanco, pero sí de un amarillito muy pálido. No te dejes liar con historias de que si es de ésta o aquella denominación de origen.

– Y en los rosados, para terminar, la norma es muy parecida a lo dicho para los blancos: igualmente tienen que ser vinos del año, fresquitos, transparentes y suaves. Cualquier otra cosa rara… para ellos.