Pero… ¿a cualquier espectador? Pues parece que sí. No hay nada más que ver la expresión de estos pobres cereales, que probablemente hayan sido víctimas de algún desaprensivo que los desayunaba mientras ojeaba despistadamente un artículo sobre la genial obra de arte, o posiblemente fueron testigos mudos de su famoso robo en la propia galería Nacional de Oslo en febrero de 1994.

O quizá simplemente es que escucharon el relato del propio Munch en su diario personal en alguna fecha de 1982: “Paseaba por un sendero con dos amigos -el sol se puso- de repente el cielo se tiñó de rojo sangre, me detuve y me apoyé en una valla muerto de cansancio -sangre y lenguas de fuego acechaban sobre el azul oscuro del fiordo y de la ciudad- mis amigos continuaron y yo me quedé quieto, temblando de ansiedad, sentí un grito infinito que atravesaba la naturaleza”. cereal

Claro, así cualquiera se queda con esa carita de cereal neo-expresionista.