La figura del viajero, hoy algo tan cotidiano, fue un producto de la cultura ilustrada de finales del siglo XVIII. El afán de conocimiento, espoleado por los avances científicos y el ansia racionalista, llevarán al hombre a rebasar sus límites geográficos en busca de lo diferente, lo exótico, lo desconocido. O lo que es lo mismo: redefinir la civilización saliendo a su encuentro fuera de ella.

En la siguiente centuria, esta figura se consolida y evoluciona, y al viajero romántico ya no le basta con observar, sino que se hunde, se funde, en el medio vital que recorre. De la importancia de la percepción visual pasamos a la preponderancia de la percepción interior. Y de la herencia de estos dos conceptos surge el ideal del artista-viajero. 

Del viajero decimonónico al actual

Al mismo tiempo, en esta Europa decimonónica, surgen varias categorías estéticas de las que el artista se sirve para plasmar su experiencia: lo pintoresco y lo sublime. Lo pintoresco: la fascinación por la vida cotidiana. Una experiencia caracterizada por la sensación de complacencia asociada a la curiosidad y el asombro. Y en segundo lugar, lo sublime; la sensación de pequeñez del ser humano ante la grandeza de lo contemplado. La naturaleza abrumadora, su magnitud e impacto frente a la que nos sentimos frágiles, finitos y mortales.

Del viajero decimonónico al contemporáneo las bases del juego han cambiado. La era de las telecomunicaciones y las posibilidades de la aeronáutica han revolucionado los conceptos de tiempo y espacio. Las categorías de lo exótico y lo remoto se han relativizado, las distancias acortado, y nuestra concepción de lo diferente muta en las coordenadas de una cada vez más elástica geografía. Así que viajar, en el sentido moderno del término, se ha convertido en la búsqueda de lo idéntico pero en escenarios distintos. Hoy evocamos paraísos a golpe de click.

Viajero moderno

En definitiva, viajamos más y mejor, ¿pero miramos de manera diferente a cómo lo hacían nuestros antepasados? ¿Qué nos sorprende? ¿Qué cautiva nuestra mirada? ¿Qué hay de inmutable y humano en este mundo vertiginoso de cambios? ¿Cómo reaccionamos ante el encuentro con la naturaleza o la vorágine de lo urbano? ¿Con qué nos identificamos?

Estas son algunas de las preguntas que trata de responder Alberto Sánchez -hijo de la Generación Low Cost- en sta exposición, personificando el estereotipo de este viajero moderno, que cámara en mano y el mundo a la espalda, colecciona grandes experiencias a presupuestos reducidos.

Fuenlabrada (Madrid). Alberto Sánchez. Generación Low Cost. CEART (Centro de Arte Tomás y Valiente).

Del 27 de octubre de 2011 al 8 de enero de 2012.